Acarreados y apasionados. Lo que no estamos viendo
Jorge Zepeda Patterson
Habrá de todo: acarreados, obligados, simpatizantes, apasionados, militantes. La marcha de este domingo convocada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador para exhibir el apoyo popular del que goza su Gobierno dice muchas cosas sobre la compleja naturaleza del obradorismo. Un movimiento que abreva de prácticas que remiten a un pasado político que parecía haber quedado atrás y que, al mismo tiempo, se nutre de la convicción de estar construyendo un México distinto. La prensa crítica encontrará una evidencia tras otra de exigencias a empleados públicos para presentarse a la movilización, habrá funcionarios y operadores que terminarán filtrando las cuotas de asistentes a las que debieron comprometerse, se recabarán testimonios de miembros de la tercera edad que desfilaron porque les dijeron que si no lo hacían perderían su pensión. Nada que no haya realizado el PRI a lo largo de décadas en rituales anacrónicos que creíamos en proceso de desaparición.
Pero cometeremos un error si asumimos que a eso se reduce o que es lo predominante entre la masa congregada este domingo. Morena no es un PRI versión 2.0 y creerlo así ha sido parte del error de una oposición que sigue pasmada ante un movimiento que ha trastocado el sistema político del país. El grueso de los que asistirán al Zócalo este domingo lo harán convencidos de que están expresando su apoyo a un Gobierno que ve por ellos. Y en esto no hay ningún secreto, salvo para quien sigue creyendo que los altos niveles de aprobación que goza López Obrador son un espejismo, un engaño colectivo, la obra de un prestidigitador político.
Si poco más del 60 por ciento de la población respalda al Gobierno de la 4T, como coinciden sondeos y encuestas, eso significa grosso modo que alrededor de 50 millones de mexicanos mayores de 18 años simpatizan con López Obrador. En muchos casos este apoyo seguramente es vago e impersonal, producto del respeto de algunos ciudadanos a la investidura presidencial, sin importar el mandatario en turno. Pero otros muchos lo hacen de manera apasionada, absolutamente convencidos de que por fin existe un Presidente que es de los suyos, que actúa y habla en su nombre.
Me parece lamentable que, en su afán de cumplirle al Presidente, Morena recurra a algunos gestos y automatismos del viejo PRI que en realidad no habría necesitado. Pero sobredimensionar este hecho nos llevaría a dejar de ver que en el obradorismo, o como quiera llamársele, hay muchos momentos y rasgos que dan cuenta de la gestación de un fenómeno inédito. Los críticos están tan urgidos en encontrar las huellas del clientelismo de antaño que no ven los matices de distinta índole, reveladores del desarrollo de una relación que va más allá de la coyuntura entre una base social masiva y un movimiento político. La oposición cita, con alivio, el hecho de que Ernesto Zedillo y Felipe Calderón pasaron también por momentos en los que gozaron de niveles de aprobación superiores al 60 por ciento, pero son cifras que reflejan fenómenos cualitativamente distintos, sin la pasión militante que ahora presenciamos. Por más esfuerzos que la oposición realiza en su intento de demostrar a las mayorías que el Gobierno de la 4T no es más eficaz ni es lo que dice ser, los sectores desfavorecidos mantienen la noción de que, incluso si tal cosa fuese cierta, al menos lo está intentando. Y allí está una derrama de 800 mil millones de pesos anuales entregados en directo para demostrarlo.
Sí, encontraremos acarreados y obligados a marchar; sí, todos los días hay elementos para documentar las fallas y las incongruencias del Gobierno de la 4T; y sí, en cada mañanera encontraremos frases que resultan impertinentes en todo Presidente que pretenda serlo de los mexicanos en su conjunto. Todo este material alimenta la crítica política y es comprensible que la oposición la utilice en su provecho. Pero tendría que cuidarse de que estas verdades parciales no terminen por ocultar el fenómeno que verdaderamente importa: por el momento el obradorismo se ha convertido en un movimiento político y social de masas real, como no había existido en mucho tiempo o quizá jamás en el México moderno.
Imposible saber si esto sobrevivirá tras el retiro de López Obrador y podemos banalizar llamándole populismo o reduciéndolo a la casuística de un liderazgo irrepetible; pero me parece que hay en ciernes algo identitario que intenta abrirse paso, algo que vincula al México profundo con una expresión política permanente. Con su cruzada para hacer irreversible constitucionalmente la derrama de beneficios sociales en metálico, el incremento a salarios mínimos, la inversión pública en el sureste y en zonas atrasadas, el internet para todos, la salud universal, el regreso a la educación pública, AMLO intenta construir un contrato social de largo plazo.
Eso, me parece, es lo que en última instancia se encuentra detrás de la movilización de este domingo. La oposición habrá de solazarse con las muchas evidencias de acarreados; pero creo que tendría que estar más preocupada por los aún más numerosos mexicanos que llegaron por su propia voluntad, así les hayan apoyado con el transporte o una torta para desayunar. Y tendría que estar preocupada, insisto, porque esos cientos de miles podrían ser la expresión de algo mucho más profundo: el posible maridaje entre bases populares y movimiento político que estaría llegando para quedarse un buen rato. ¿Es el obradorismo un momento histórico fundante o un fenómeno o efímero? Ese es el tema de fondo.