Relectura de lo inhumano
Javier Sicilia
Durante la pandemia escribí en estas páginas una reflexión sobre lo inhumano. Entonces lo califique como lo salvaje. Me desdigo. Lo inhumano no pertenece a la naturaleza, ni siquiera a la humana. Se da, sin embrago, en ella. La sabiduría de las religiones lo remite a una realidad supramundana que irrumpe en el corazón del hombre y se logra como desastre y tragedia. Una forma de ello son las ideologías que una frase, atribuida a Albert Camus, resume con el fulgor del relámpago: “Conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”. Por amor a Dios, a Alá, a Cristo, a la Patria, a la Libertad, al Proletariado, al Pueblo… se han cometido y se cometen innumerables atrocidades. Lo ilustro con una anécdota y una reflexión de La sabiduría del amor de Alan Finkielkruat.
A principios de 1983, en la agonía del terrorismo en Italia, la sección de Roma de las Brigadas Rojas, secuestró a Germana Stefanini, una mujer enferma de 67 años que fungía como celadora en la prisión de Rebbibia, donde estaban encarcelados varios brigadistas. Sus secuestradores la remitieron a un tribunal revolucionario y a un juicio sumario que terminó con su condena a muerte por haber realizado una “función represiva sobre la piel de proletarios comunistas encarcelados”. Esto es parte del juicio registrado en una grabadora:
–¿Cómo llegaste a trabajar como guardia en Rebbibia?
–Porque no sabía cómo ganarme la vida. Mi padre acababa de morir.
–¿Se te hizo un examen?
–No, entré como inválida.
–¿Cuál era tu función?
–Distribuía paquetes a los detenidos.
–¡Deja de lloriquear! No importa lo que digas. Te lo repito, deja tus gimoteos; no nos conmueves.
Para vengarse del Estado y sus ofensas, los brigadistas, en nombre del proletariado y de la santidad de sus camaradas prisioneros, se encarnizaron, hasta asesinarla, con una proletaria anónima y enferma. El amor a una idea, que trascendía la complejidad de lo mundano, veló el rostro de Stefanini transformándola en una función social que impedía la justicia. Mirada desde allí, toda su persona se volvió la afirmación de una culpabilidad: “Deja de lloriquear; no nos conmueves”. Lo que, en este sentido, define cualquier tipo de terror, sea institucional o clandestino, dice Finkielkrault, “no es el ejercicio de la justicia, ni siquiera de la represión, sino el de la destrucción” en nombre de una idea superior a cualquier realidad.
De manera contraria a la inhumanidad de los fascismos, que justifican sus crímenes por la fuerza y la grandeza de la raza, la comunidad o la religión, pero semejante en sus resultados, los totalitarismos comunistas lo hacen en nombre de una ética absoluta. “No asesinan diciendo, como Barrès [uno de los más altos exponentes del antisemitismo y del fascismo francés], ‘Me revelo si la ley no es la ley de mi raza’, sino por obligación moral”. Así, por amor al sufrimiento de los humildes que deben ser redimidos, las Brigadas Rojas, condenaron a muerte a una proletaria vieja e inocente.
Estas dos formas de lo inhumano se mezclan en la guerra desatada por Hamas. La espantosa invasión a Israel por parte de ese grupo terrorista y la no menos terrible respuesta del Estado israelí, están inspiradas tanto en la voluntad de poder, como en el amor a los “condenados de la tierra”. Por amor a ellos, esos guardianes de sus hermanos, se lanzaron a la destrucción. Los viejos, los niños los pobres, los enfermos, los que se ganan la vida cada jornada para hacer vivir a sus hijos, no los conmueven porque, en su inflexible verdad, “saben que sus acciones están dictadas por la solidaridad con las víctimas de la opresión”. Su amor por ellos los conduce a asesinar inocentes y apartarlos para siempre de la comunidad humana: “No nos conmueven sus sufrimientos–escribe Finkielkraut tomando el nosotros de los asesinos de Stefanini–; estamos demasiado cerca de los oprimidos como para reconocerles el título de prójimos; amamos demasiado los desdichados para ser sensibles a sus sufrimientos […] el amor nos protege del amor. El compromiso nos preserva de las coartadas del vínculo social”.
Lo aterrador es que esos crímenes no sólo son los mismos que, ahora de maneras más sofisticadas, se han cometido desde que Caín asesinó a su hermano, sino que suceden en el marco de los derechos humanos. Germana Stefanini es, en este sentido, el rostro de los millones y millones de seres humanos de todas clases y confesiones víctimas del mismo amor por una abstracción supramundana. Pero hay todavía algo más aterrador, el del terrorismo del crimen organizado en colusión con el Estado que se ha apoderado de México. Esa forma de lo inhumano ya no se enmascara en lo ideológico. Es la expresión del puro poder sin coartada: se somete y asesina porque se quiere y se puede. La víctima dejó de ser una fuerza maléfica, que hay que destruir en nombre de una abstracción superior, para convertirse en un objeto donde el poder se expresa en su forma más demoniaca: el de la pura voluntad de aniquilar. No son las ideas las que los mueven, sino la fuerza de una crueldad tan banal como la que produce destruir con el poder supramundano del control de un mouse.
También los logros de la civilización pueden cegar y ser tan inhumanos como las ideologías.
Habrá que plantearnos nuevas resistencias.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.