Estados Unidos cierra la frontera para los refugiados
Tonatiuh Guillén López*
Como parte de la coyuntura político y electoral en Estados Unidos, el gobierno del presidente Joe Biden anunció el 4 de junio último la aplicación de severas medidas restrictivas para miles de personas que intentan pedir refugio cuando arriban a la frontera sur de ese país.
Según las nuevas disposiciones, la frontera se “cierra” para solicitantes de refugio cuando el número de arribos supere los dos mil 500 en promedio diario durante una semana. En condiciones de “cierre” nadie podrá hacer petición de refugio, salvo casos excepcionales, como menores no acompañados. Toda persona intentando cruzar irregularmente, incluso presentándose en algún puerto fronterizo sin autorización previa, queda sujeta a retornos a México, a repatriaciones inmediatas e incluso a sanciones adicionales.
Si bien el nuevo muro virtual de Biden se anunció como medida temporal, que se suspendería si el promedio semanal de arribos desciende a mil 500, las cifras de las poblaciones actualmente en movimiento hacen que la medida tenga carácter permanente, al menos durante un buen tiempo (en abril, el promedio de arribos diario fue de seis mil). Incluso, si las controversias jurídicas que están en ruta lograran cancelar el “cierre” –promovidas por organizaciones civiles en Estados Unidos– es poco probable que triunfen en el corto plazo.
Desde la perspectiva de Biden y su proyecto de reelección, es fundamental el “control” de la frontera con México y la disminución del número de personas arribando de manera irregular. Esta grave problemática social se ha convertido en su flanco electoral de mayor debilidad. Las probabilidades de ganar la próxima elección presidencial se reducen o mejoran en función del escenario fronterizo. Lo mismo ocurre para el horizonte político de su rival, Donald Trump, quien ha manipulado a su conveniencia la problemática migratoria y fronteriza, apelando al racismo, xenofobia y temores infundados que aún perviven en la cultura política estadunidense.
Para decirlo claramente, ha sido la política electoral y su escenario lo que explica el “cierre” fronterizo instrumentado por Biden. Se juega aquí su reelección o bien el triunfo del impresentable Trump, quien es una verdadera amenaza para el propio Estados Unidos y para la política internacional.
Por consiguiente, la cuestión central no es el número de migrantes y refugiados que llegan a la frontera del vecino del norte. Desde hace ocho años, con cifras de movilidad cinco o seis veces inferiores, el discurso de Trump desde entonces se dirigía agresivo e intolerante contra migrantes y refugiados, especialmente contra mexicanos y centroamericanos (los “otros mexicanos”, como les llamaba, luciendo su ignorancia). Lo decisivo no es alguna cantidad, ni antes ni ahora, sino la manipulación ideológica de la migración para lograr objetivos electorales.
Para la disputa política en Estados Unidos, el gobierno de México es esencialmente una parte pasiva, alineada cuando es necesario, especialmente después de los acuerdos de junio de 2019 entre los dos gobiernos, que culminaron con la militarización de la política migratoria mexicana para reducir flujos migrantes. Como es más que evidente, ese objetivo no se ha cumplido; es imposible de lograr pese a la rudeza, explotación económica y masiva violación de derechos que padecen las poblaciones en movilidad a través de México.
Tanto para el gobierno de Trump como el de Biden, México debe ser un aparato para frenar los flujos de refugiados y migrantes, como si se tratara de una responsabilidad propia. Así se asume desde Washington y sobre esa base trazan estrategias. Vestida como “colaboración”, la realidad es que el papel mexicano se ha desempeñado cada vez con mayores recursos y, paralelamente, con mayores costos humanos. Por lo demás, de manera ineficaz y en muchas ocasiones cruel.
Las movilidades humanas recientes se caracterizan más por ser poblaciones forzadas a salir de sus lugares de origen, incluida la mexicana de la que el gobierno no quiere hablar pese a ser un tercio del total de los arribos a Estados Unidos. Por consecuencia, tienen un perfil social de refugio. No es más el modelo de migración de hace un lustro o más. Se trata ahora de diferentes determinantes de movilidad y, evidentemente, de otra escala pues son las mayores de todos los tiempos.
Desde la perspectiva de estas poblaciones, de sus necesidades y derechos, la cuestión central es el refugio y la protección a la que están obligados los Estados. Por consiguiente, México no debería poner enfrente a la Guardia Nacional o al INM y sus operativos. Nada tendrían que hacer ahí, si se aplicara lo que dicta la constitución del país, la ley sobre refugiados y las normas internacionales. La institución que debe tener el rol directivo es la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), que lamentablemente ha sido mantenida al margen y al borde de la extinción. Ese es el tamaño real del interés por la protección de refugiados en México.
A partir del 5 de junio último, el “cierre” fronterizo de Biden se ha traducido en abiertas violaciones a los derechos de las poblaciones refugiadas, que sin mayor trámite están siendo retornadas a México o deportadas a sus países en escala ampliada. En las ciudades fronterizas mexicanas no hay las previsiones suficientes, ni un horizonte definido para su estancia formal, como pudiera ser, al menos, un estatus de protección temporal.
Al final, para los juegos del poder, la cuestión decisiva es el contexto electoral en Estados Unidos y mejorar las posibilidades de reelección para Biden. Se gana tiempo con el ‘cierre’ y además se proyecta una imagen de control y endurecimiento en la frontera, como espera buena parte de los votantes en Estados Unidos. Por su parte, México seguirá ‘colaborando’, no obstante que el flujo de refugiados mexicanos ha incrementado como nunca.
Como demuestran estos tiempos, las migraciones que surgen de escenarios forzados no se detienen: ni frente al Darién, ni ante el muro de Trump, ni ante la Guardia Nacional mexicana. Es mucho más poderoso aquello que obliga su movilidad, con todos los riesgos, con todas las precariedades. Son refugiados.
Así transcurre el crudo escenario en México para conmemorar el Día Mundial del Refugiado, el próximo 20 de junio.
*Profesor del PUED / UNAM/ excomisionado del INM
Con información de Proceso