La ultraderecha y su fracaso en México
Antonio Salgado Borge*
Las ganancias de los ultraderechistas en el Parlamento de la Unión Europea son lamentables, pero no sorprendentes.
Los espacios obtenidos por la ultraderecha en los poderes legislativos de distintos países europeos han sido graduales, pero constantes. En algunos sitios, como Italia o los Países Bajos, estas fuerzas lideran o forman parte de los gobiernos en turno.
No es posible disociar lo que ocurre en Europa con eventos similares en otras partes del mundo. En estados Unidos, el Partido Republicano lleva años purgándose de todos sus militantes moderados; un proceso que, todo parece indicar, está cerca de haber concluido. Brasil, Argentina y Chile son evidencia de que Latinoamérica no ha escapado de la ola ultraderechista.
Sin embargo, México no ha remado en este sentido. Recordemos que FRENAAA, el disparatado movimiento liderado por Gilberto Lozano, fue un fracaso tan rotundo como ridículo. Además, los intentos de Eduardo Verástegui o Eric Hugo Flores de participar como candidatos presidenciales este año no alcanzaron ni siquiera el número de apoyos suficientes para poder aparecer en la boleta.
Una manera de leer este fenómeno consiste en apelar a una suerte de excepcionalismo. En esta lectura, mientras que el resto del mundo rema hacia la tiniebla, México de alguna forma ha visto la luz progresista.
Por desgracia, este diagnóstico es, cuando menos, incompleto. Aunque la explicación del surgimiento de la ultraderecha es objeto de debate, me parece relevante notar que, durante el sexenio de AMLO, Morena ha secuestrado cuatro elementos frecuentemente asociados con el crecimiento ultraderechista.
El primero y más general de estos elementos es el desencanto con el neoliberalismo. En otras partes del mundo este hartazgo, sobradamente justificado, se refleja parcialmente en el proteccionismo, nacionalismo y una oposición radical a todo lo que tenga que ver con la dirección de los mercados.
En México fue claramente Morena el que tomó esta bandera. La crítica al neoliberalismo es un eje fundamental en el discurso del presidente desde hace décadas. Además, este eje también es uno de los mantras de buena parte de los intelectuales de izquierda que son afines a su movimiento.
El hecho de que la derecha no ejerció la más mínima crítica al sistema neoliberal, incorporando incluso a algunos de sus principales defensores, dio aún más capacidad de atracción al imán antineoliberal de Morena. A estas alturas es complicado pensar que alguien pueda, a corto plazo, quitar al partido del presidente el dominio sobre este legítimo descontento.
El segundo elemento frecuentemente asociado con el ultraderechismo es la idea de un regreso necesario a una época dorada supuesta. Exactamente cuál es esta época depende del contexto. Por ejemplo, de acuerdo con el académico Oliver Roy, en Francia la ultraderecha busca recuperar el “estilo de vida francés” de los ochenta –en concreto, el estado de cosas anterior a la influencia del islam en la vida pública francesa–, mientras que en Reino Unido la ultraderecha soñó el retorno a una época de “soberanía” anterior a su pertenencia a la Unión Europea.
El concepto de “época dorada”, y la urgencia de un retorno a ésta, es parte crucial del discurso del presidente. AMLO y Morena han planteado, directa o indirectamente, que esta etapa se encuentra entre el segundo o el tercer cuarto del siglo XX.
Que éste haya sido un periodo glorioso es debatible. Para efectos de este análisis, lo relevante es que es presentado como un tiempo de dirección ascendente. Y que la ultraderecha mexicana también ha llegado tarde a la competencia por colocar una época dorada en la mente del electorado.
El tercer elemento es en realidad una serie de contrastes. En concreto, se trata de las oposiciones entre las zonas rurales y las urbanas, los hombres y las mujeres, las personas jóvenes y mayores, y los individuos menos y los más educados.
Es un hecho bien documentado que quienes viven en las poblaciones más pequeñas o alejadas de las grandes ciudades, los hombres, las personas de mayor edad o quienes tienen menor grado educativo votan desproporcionadamente a favor de la ultraderecha. Por ejemplo, estos grupos constituyen parte importante de la base del Partido Republicano estadounidense, del RN en Francia o de Reform UK en Reino Unido.
Pero en México estos grupos votaron abrumadoramente por Morena. Si bien Claudia Sheinbaum arrasó en prácticamente todos los segmentos, una encuesta del País da cuenta de que su ventaja fue mayor entre los hombres, las personas mayores de 60 años, las de menos ingresos y las que viven en poblaciones en el interior de los estados.
O, por poner el mismo punto de otra manera, la derecha mexicana perdió con mayor contundencia entre quienes, de acuerdo con el contexto global actual, tendrían que haber sido los votantes naturales de la ultraderecha.
El cuarto y último elemento que me interesa revisar aquí tiene que ver con el uso de la fórmula del populismo contemporáneo. Tal como he mencionado antes en este mismo espacio, esta fórmula incluye elementos formales, el humor, el lenguaje simplificado o el rechazo a los argumentos y los hechos. Pero también contiene elementos sustanciales, como la oposición a los pesos y contrapesos de la democracia liberal, un liderazgo carismático, o la polarización radical.
La fórmula populista es encarnada por Donald Trump, pero también es compartida por Jair Bolsonaro, Nigel Farage, Marine Le Pen, Matteo Salvini y Giorgia Meloni.
Desde luego, uno puede argumentar que el fin justifica los medios, y que esta fórmula es un mal necesario para quitar el poder de las manos de los grandes capitales. También se puede alegar que es incorrecto llamarla “populismo”. Lo que es un hecho incontestable es que ha sido acaparada por el presidente. Y mi planteamiento aquí es que este acaparamiento ha vaciado preventivamente uno de los recursos principales de la ultraderecha mexicana.
Hemos visto que cuatro elementos asociados con el éxito de la ultraderecha han sido acaparados por Morena en México: la crítica radical al neoliberalismo, la idea de un retorno necesario a una época dorada, un atractivo principal entre electores hombres, rurales, de edad avanzada, o con poca educación, y el uso de la fórmula populista.
Lo anterior no significa que todos los elementos de la ultraderecha hayan sido monopolizados por Morena y el presidente. Por ejemplo, dos elementos adicionales son el radicalismo religioso y las llamadas “culture wars” que, en términos generales, pueden ser caracterizadas como una oposición al “wokismo”.
Me parece que no es casualidad que la ultraderecha mexicana se haya intentado montar sobre ellos. Su problema es que de todos los mencionados arriba, estos son, por mucho, los elementos más inconsecuentes. En países como Francia incluso han sido pateados fuera de los principales movimientos de ultraderecha, dando origen a partidos microscópicos que a muy pocos representan. En buena medida esto explica el fracaso rotundo de reaccionarios delirantes como Flores o Verástegui.
Del argumento presentado en este artículo tampoco se deriva que Morena sea un partido de ultraderecha. Lo que se sigue de lo aquí planteado es que, para bien o para mal, el partido del presidente ha bloqueado la entrada de la ultraderecha en México. Y que lo ha hecho acaparando a varios de sus más importantes elementos.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido.
Con información de Proceso