El peligroso Sr. Musk
Antonio Salgado Borge*
Elon Musk se ha convertido en el protagonista de distintos eventos políticos alrededor del mundo.
En el lapso de un par de semanas el dueño de la red social X y de Tesla lo mismo entrevista a Donald Trump que discute con el primer ministro británico tras agitar disturbios en ese país; pelea con el gobierno brasileño por una supuesta violación a la libertad de expresión, es acusado (sin fundamentos) por Nicolás Maduro de intervenir en las elecciones venezolanas o respalda a manos llenas a Javier Milei, el presidente argentino.
La irrupción directa de Elon Musk en la arena política internacional no es gratuita. Tampoco es inocua. En realidad, este fenómeno manifiesta tres elementos cuya convergencia representa un riesgo inminente para las naciones democráticas.
El primero de estos elementos es el capitalismo sin límites. Para nadie es un secreto que Musk es una de las personas más ricas del planeta o que varias de sus empresas estén relacionadas con tecnología de punta. Quizás la más espectacular sea Space X, una compañía principalmente conocida por su promesa de turismo espacial, que ha implicado publicitados lanzamientos de cohetes.
Menos comentado es el hecho de que varias de las empresas de Musk, incluyendo a SpaceX y Starlink, tienen contratos multimillonarios con gobiernos. La red de satélites que su compañía ha puesto en órbita se ha convertido en parte fundamental de luchas geopolíticas –por ejemplo, de ella dependen la resistencia de Ucrania a la invasión Rusia.
Pero, sobre todo, Musk es propietario de la mitad de los satélites artificiales que orbitan la tierra, por lo que su red es indispensable para las telecomunicaciones que sostienen la seguridad, los sistemas de salud, el comercio o la vida social en 2024.
Utilizando su enorme poder económico, y gracias a su evidente capacidad para los desarrollos tecnológicos, Elon Musk ha logrado hacerse indispensable para el mantenimiento de la normalidad en nuestro planeta. Desde luego, de suyo ello no es algo reclamable a este multimillonario; lo que Musk hizo es lo que cualquier capitalista sin límites en su posición hubiese hecho.
Lo que realmente debe sonar las señales de alarma es que, en el afán de empequeñecer sus estructuras para ahorra costos que, en un extremo, lleva a concesionar áreas fundamentales a empresas privadas, distintos gobiernos, empezando por el de Estados Unidos, hayan puesto todos sus huevos en una sola canasta.
Este estado de cosas ha terminado dando a Musk un poder que ningún individuo debería tener en solitario y sin balances democráticos. Y es que es fácil ver que es una pésima idea otorgar tal capacidad de chantaje y manipulación a una sola persona, sin importar sus credenciales.
El segundo elemento, estrechamente vinculado con el primero, tiene que ver con la evolución ideológica de Musk. Este millonario ha pasado de defender los principios de la democracia liberal a ser la instancia paradigmática del troll de la ultraderecha populista.
Es un hecho bien documentado que en sus primeras publicaciones en X (antes de dejar de ser Twitter y pasar a sus manos), Musk se mostraba liberal e incluso hablaba de la importancia de defender derechos que hoy no reconoce (como los de las personas LGBTI+).
Su giro en este sentido ha sido tan espectacular como lamentable. Actualmente este multimillonario lo mismo defiende teorías conspirativas, que despotrica contra minorías o inmigrantes o enarbola la defensa de una supuesta masculinidad bajo amenaza.
Este giro ha llevado a Musk a convertirse en un ícono para miles de hombres atrapados en las alcantarillas de la ultraderecha. También le ha vuelto un referente para los llamados “tech bros”, hombres normalmente antifeministas y con pocas habilidades sociales, pero muy ruidosos que se presentan como muy seguros de sí mismos.
No conforme con ello, Musk ha decidido dar un paso adicional y apoyar directamente a líderes políticos que defienden estas banderas y que abiertamente buscan reemplazar a la democracia liberal por regímenes autocráticos y anti-derechos, empezando por Donald Trump.
El tercer y último elemento a revisar aquí es el hecho de que Elon Musk sea actualmente el dueño de X.
Si bien es cierto que esta red social no es la más usada en el mundo, también lo es que, políticamente, sigue siendo la más influyente. Prueba de ello es la presencia de distintos actores políticos relevantes y que, para bien o para mal, buena parte de las comunicaciones institucionales siguen ocurriendo en ella.
En 2022 Musk decidió adquirir Twitter. Dos dudas principales en aquel entonces era si buscaría transformarla en una empresa económicamente viable y si sería capaz de poner de lado sus posiciones para garantizar alguna suerte de neutralidad política.
Las respuestas a estas preguntas no podrían ser más contundentes. En un principio, Musk implementó cambios en esa red so pretexto de defender la libertad de expresión, pero benéficas para la ultraderecha, incluidas el desmantelamiento de moderación y la rehabilitación de cuentas utilizadas para difundir discurso de odio. Posteriormente, se empezó a favorecer a perfiles y medios ultraderechistas en términos de exposición, seguidores y presencia. El ejemplo más claro es la cuenta del dueño de X.
Más recientemente Musk ha puesto su cuenta y su red al servicio de Donald Trump y de su proyecto. Aunque está por verse el impacto que ello tendrá en las elecciones de noviembre en Estados Unidos, lo que no está en duda es que, tal como lo ha puesto el reconocido periodista de tecnología Casey Newton, ahora resulta evidente que la intención de Musk al adquirir Twitter fue hacerla una herramienta política.
El nuevo protagonismo de Elon Musk en la arena política internacional no es inocuo ni gratuito. En realidad, esta irrupción ejemplifica el peligro que implica el poder que algunos individuos pueden acumular en un capitalismo sin contrapesos, especialmente cuando estos controlan infraestructura fundamental, manipulan a su antojo una de las redes sociales más influyentes y tienen ideas antidemocráticas y antiderechos.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad Nottingham, en Reino Unido.
Con información de Proceso