La nueva gran nación mexicana

Tonatiuh Guillén López

La migración de mexicanos y mexicanas hacia Estados Unidos, como es conocido, tiene una larguísima historia y ha transcurrido con diferentes etapas y entre todas las dificultades posibles. También, es verdad, con numerosas historias de éxito de quienes se asentaron en el país vecino, haciendo su vida en otros espacios e incluso teniendo descendencia.

No obstante, hasta recientemente nuestra enorme población radicada en Estados Unidos y en otros lugares del mundo carecía de un reconocimiento de nacionalidad como el que hoy posibilita el artículo 30 constitucional.

La reforma a este artículo, vigente desde el 18 de mayo de 2021, tuvo por principal consecuencia el reconocimiento de nacionalidad –con plenos derechos– para personas descendientes de mexicanos nacidas en el extranjero, de segunda, tercera y siguientes generaciones. Sin entrar en detalles –que he expuesto en el libro México, nación transterritorial. El desafío del siglo XXI–, el resultado es que la nación mexicana está hoy integrada por más de 166 millones de personas; ­reitero, con plenos derechos, como cualquier persona nacida en el territorio (salvo algunas restricciones derivadas de la doble nacionalidad). En números amplios, somos 128 millones en el territorio y aproximadamente 38 millones en el extranjero.

Éstas son las verdaderas dimensiones de la gran nación mexicana, lo cual obliga a un giro en nuestra comprensión como nación para incluir en nuestros parámetros culturales e institucionales –el Estado en conjunto, todas sus instituciones y políticas– a la población mexicana radicada en el extranjero, sin discriminaciones ni exclusiones. No se trata simplemente de agradecer las remesas, que se han convertido en el principal sustento social del país, sino también es necesario fortalecer y redefinir nuestro mapa de relaciones con la población en el extranjero en prácticamente todos los campos, empezando por el más sencillo y al mismo tiempo el más complejo: el cultural.

La nueva gran nación mexicana –única e indivisible, como establece la Constitución– requiere permear en todas las conciencias y reconocerse en su extraordinaria diversidad, que ahora incluye desde idiomas distintos (y mezclados), hasta prácticas sociales que evolucionaron en espacios muy distantes entre sí. Con la misma naturalidad como reconocemos, por ejemplo, en la cultura yucateca a una expresión de cultura mexicana, de igual manera nos corresponde valorar y reconocer en términos equivalentes a las formas culturales de la herencia mexicana en Los Ángeles o en Chicago. Y viceversa, tarea que es igualmente compleja e imprescindible.

Conocer y reconocer al universo ampliado de poblaciones que constituyen a la actual nación mexicana no es un acto único ni un proceso espontáneo. Requiere de múltiples y permanentes iniciativas, explícitas acciones y posicionamientos en todos los ámbitos públicos, comenzando por la esfera gubernamental –que todavía desconoce la gran evolución de la nación– y continuando por los ámbitos culturales, educativos y de opinión pública que conduzcan hacia la “natural” comprensión de la nueva nación y de las poblaciones que la integran. El objetivo consiste en asumir y apreciar en su integridad plena a la nación y su dimensión transterritorial.

Para comenzar con algo sencillo y estratégico, debiéramos tener un día oficialmente establecido para celebrar a la gran nación mexicana, con eventos dedicados a presentar y aplaudir su ampliada riqueza cultural y a sus poblaciones, en el territorio y especialmente a las ubicadas fuera de éste. Sería emblemático que el día de la nación mexicana fuera el 18 de mayo, fecha en que inició la vigencia de la última reforma del artículo 30 constitucional, que es piedra angular de su histórica transformación. Sería fantástico que ese día las formas culturales de la nación en el extranjero sean presentadas y celebradas en espacios públicos fuertemente simbólicos de las raíces mexicanas (como el Zócalo de la Ciudad de México, por ejemplo); como también sería valioso realizar eventos equivalentes fuera del país, especialmente en Estados Unidos.

Si bien el ámbito cultural es central para el futuro de la nueva etapa de la nación, no es el único frente decisivo. El Estado y sus instituciones requieren adecuaciones progresivas que fortalezcan las relaciones de la nación consigo misma y, particularmente, que eviten discriminaciones. También, del lado constructivo, las reformas debieran actualizar nuestros parámetros tradicionales de desarrollo y de capacidades económicas y sociales que habitualmente terminan abruptamente de este lado de las fronteras. La transterritorialidad de la nación, como concepto y por sus consecuencias sobre todas las políticas públicas, demanda nuevas prácticas gubernamentales. Dicho en términos genéricos, las ampliadas dimensiones de la nación obligan a una reforma del Estado desde y para la nueva estructura nacional.

En lo inmediato, la tarea más relevante corresponde al Servicio Exterior Mexicano. Le toca a nuestras embajadas y consulados ser instancia estratégica de las nuevas relaciones de la nación consigo misma, desde el extranjero. Para comenzar, la función más desafiante y de mayor escala es la formalización del reconocimiento de que la nación se ha extendido para las segundas y terceras generaciones (y sucesivas) de mexicanos nacidos en el extranjero. La SRE tiene enfrente una tarea monumental y requerirá actualizar sus normas y procedimientos, así como modernizar su infraestructura y multiplicar capacidades operativas. Visto el desafío en palabras futboleras, el juego y la cancha son ahora muy diferentes.

En los próximos días tendremos conmemoraciones de la Independencia de México en multitud de lugares del mundo, en donde habitamos algunos pocos o bien centenas de miles de mexicanos y mexicanas. Las embajadas y consulados serán inmejorables anfitriones, como han hecho durante largo tiempo. En esta oportunidad, sería más que pertinente convocar la celebración haciendo referencia explícita a las nuevas dimensiones de la nación. La fiesta debe ampliar su listado habitual de invitaciones, abriendo un generoso capítulo para las segundas y terceras generaciones de mexicanos nacidos en el extranjero, ofreciéndoles el trato digno como integrantes de la nación que estos días celebra su aniversario de Independencia. No habrá mejor mensaje para conmemorar.  

*Profesor PUED/UNAM. Excomisionado del INM

Proceso

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