Francisco llama a reformular el concepto de Guerra Justa

Bernardo Barranco V.

En el avión, el 15 de septiembre, el papa Francisco reivindicó la Guerra Justa (bellum justum). Durante el vuelo de regreso a Roma, luego de su visita a Kazajistán, donde participó en la VII Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales, reconoció que es moralmente legítimo que las naciones suministren armas a Ucrania para defenderse de la agresión rusa.

Así lo dijo a los periodistas: “Ésta es una decisión política, que puede ser moral, moralmente aceptada, si se hace de acuerdo con las condiciones de la moralidad, que son muchas. Puede ser inmoral si se hace con la intención de provocar más guerra o vender armas o desechar aquellas armas que ya no necesito… También debemos considerar otra cosa que dije en uno de mis discursos: que debemos reflexionar aún más sobre el concepto de Guerra Justa. Porque hoy todo el mundo habla de paz; desde hace muchos años, desde hace 70 años, Naciones Unidas habla de paz, hace muchos discursos de paz. Pero en este momento, ¿cuántas guerras están ocurriendo?”.

Malquerientes del papa Bergoglio lo criticaron enseguida por supuestamente dar un radical giro belicista. Sus detractores ironizan con el papa “bueno” que se hace “malo”.

En efecto, el papa Francisco ha sostenido durante todo su pontificado posturas y denuncias que reivindican la paz. Habla de que vivimos el curso de una tercera guerra mundial. En particular ha condenado las diferentes guerras regionales y en especial ha reprobado la invasión rusa a Ucrania.

Conviene preguntarse ¿qué es la Guerra Justa? ¿Cuál es su origen y su evolución?  La teoría de la guerra legítima, después Guerra Justa, son conceptos antiquísimos que anteceden al cristianismo. En las culturas antiguas siempre existió la sentencia del pago obligado por los daños recibidos. Así, lo bélico se transforma en un sufrimiento a cambio de otro sufrimiento. En San Ambrosio en el siglo IV y posteriormente San Agustín, siglo V, la Guerra Justa toma forma en la teología cristiana. El concepto nace de una paradoja aparentemente insoluble, esto es: la guerra y su violencia es un fenómeno perverso no sólo ética sino también espiritualmente, pero muchas veces inevitable.

En Santo Tomás de Aquino en la Summa Theológica, siglo XIII, encontramos una articulación sobria y sintética, que proporcionó durante mucho tiempo sus bases a las consideraciones de los teólogos católicos, exigiendo tres requisitos para la Guerra Justa: autoridad del príncipe, causa justa e intención recta.

Sin embargo, la Guerra Justa justificó en la Edad Media las Cruzadas, las guerras de religión y la brutal conquista de América desde el siglo XVI. El clérigo Juan Ginés consideró bárbaros y paganos a los indios, además de “justo y conforme al derecho natural” que tales gentes fueran sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas, así como a la religión verdadera, la católica. Por supuesto utilizando la fuerza represiva por medio de las armas.

Fray Bartolomé de las Casas en la Nueva España y Francisco de Vittoria desde Salamanca fueron defensores de los derechos humanos, denunciaron abusos que los motivaron a continuar con la elaboración de sus respectivos tratados, matizados acorde con sus épocas. Fray Bartolomé condenó las guerras contra los indios como injustas y las calificó de tiránicas. Así, “conquistar no es otra cosa sino ir a matar, robar y quitar sus bienes y tierras a quienes están en sus casas quietos y que no hicieron mal ni daño a nadie”. La conquista no fue sino el cruce de la espada con la justificación de la cruz de la evangelización.

¿Para la Iglesia, la Guerra Justa es una guerra humanitaria? El tema ha estado presente en casi todos los pontificados. A principios del siglo XX, Pío IX elogió la valentía de los polacos en defensa del cristianismo. En la guerra civil española dio la bendición “a quienes han asumido la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión”.

Para Pío XII, la Iglesia “desconfía de toda propaganda pacifista en la que se abusa de la palabra paz para encubrir propósitos no confesados”. Ante la crisis de los misiles en Cuba, en los sesenta, Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris, cuestiona el concepto de Guerra Justa al señalar que en la era atómica resulta un absurdo sostener la guerra como un medio para resarcir derechos. Las guerras modernas con armas nucleares tan mortíferas, son devastadoras para la humanidad.

Juan Pablo II –quien se declaró hijo de militar–, dijo que no era pacifista, sino que estaba por la paz. Aún más claro fue su apoyo a los movimientos sociales, no tan pacíficos, que derrumbaron el Muro de Berlín y el socialismo. Su posición fue ambivalente sobre el conflicto sangriento en Bosnia y la primera Guerra del Golfo.

El papa Francisco llama a repensar el concepto de la Guerra Justa. Esto es, “donde hay una agresión injusta, es legítimo detener al agresor injusto”. El papa argentino sostiene: “Hago hincapié en el verbo: detener. No me refiero a bombardear o hacer la guerra, me refiero a parar y neutralizar. Habrá que evaluar los medios por los cuales se les puede detener a los agresores. Por tanto, estoy en contra de las guerras de conquista”.

Por ende, es legítimo desarmar al injusto agresor; la acción se debe limitar a neutralizarlo, que es diferente a una acción indiscriminada como bombardeo o invasión. Sin embargo, la decisión debe ser tomada por una autoridad legítima, como la ONU o entidades supranacionales. El papa admite que históricamente está probado que muchas veces se ha abusado de tal principio al darle una interpretación indebidamente extensiva por parte de las grandes potencias

Es claro que el “pacifismo absoluto” no pertenece a la tradición de la Iglesia ni al magisterio de los papas. La Iglesia nunca ha sido “pacifista”. Y el papa Francisco está en un punto de inflexión en que no tiene retorno. 

Proceso

 

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