La clase media y la Cuarta Transformación

Elisur Arteaga Nava

El futuro político de la nación comenzó aclararse. Las marchas celebradas en muchas ciudades de la República el domingo 13 de noviembre echaron luz en lo que se consideraba un panorama oscuro e incierto. Marcaron el inicio del fin de la aventura de AMLO y Morena, encaminada a destruir las instituciones democráticas.

Las manifestaciones demostraron que gran parte de la clase media nacional, englobada en la fórmula: sociedad civil, no está de acuerdo con la 4T, su líder y sus reformas constitucionales. Es ella la que vota y lo hace en mayor proporción que la clase baja y rural; es la que determina el resultado de las elecciones.

Fue la clase media la que conformó el grueso de los contingentes de las manifestaciones que, desde 2005, se llevaron a cabo para protestar contra el desafuero, el fraude electoral y por el respeto a las instituciones democráticas; fue la que determinó el sentido de la elección de 2018; la que aportó el grueso de los 30 millones de votos con los que AMLO alcanzó la Presidencia de la República. No es poca cosa.

AMLO y la 4T han perdido gran parte del voto de quienes los llevaron al poder. Las elecciones de 2021 apuntaron esa circunstancia, cuando menos en la Ciudad de México; las manifestaciones del domingo la confirmaron. Con esos precedentes se infiere que para 2024, en lo relativo a la titularidad y composición de los poderes Ejecutivo y Legislativo de la Unión, no hay nada seguro para nadie. Todo está en juego.

Con las manifestaciones quedaron en evidencia dos hechos: uno, que Claudia Sheinbaum, su equipo y Morena han perdido la Ciudad de México. El segundo: que la Secretaría de Gobernación, ahora acéfala, finalmente será ocupada por el itinerante Adán Augusto López. El destino de doña Claudia será el seguir impartiendo “conferencias magistrales” en los espacios morenistas. Y el de don Adán: volver a su natal Tabasco, de donde nunca debió haber salido. La cuerda que AMLO les dio no alcanzó para más.

El que la clase media se haya empoderado y tomado conciencia de su influencia no significa que ese espacio electoral pertenezca al PAN o a otro partido político. Implica algo más simple: está a la espera de líderes que la encabecen. Ellos no necesariamente saldrán de alguna de las facciones partidistas que actualmente, en menor o mayor grado, detentan y usufructúan el poder público.

Hay un hecho cierto: la Ciudad de México y otras ciudades de la República, las principales o más ricas, están fuera del control de Morena y a disposición de la sociedad civil. Por tener ésta una composición diversa e intereses diferentes, en este momento pudiera tratarse de una masa amorfa, dispersa, carente de personalidad y ayuna de líderes. Por ello ha sido desestimada tanto por AMLO, como por su estación repetidora: Claudia Sheinbaum. Marcelo y Ricardo, más inteligentes, se han cuidado de hacerlo.

A la posible pérdida de la clase media nacional debe sumarse un elemento negativo: la eventual salida de Morena de Ricardo Monreal; éste, con lo que decida –formar su propio partido; sumarse a los existentes para con sus colores contender por la Presidencia de la República o simplemente formar un bloque de legisladores que reste votos a la coalición que encabeza Morena– será determinante para el futuro de ese movimiento, de su eventual candidato y de la reforma electoral.

La separación de Monreal puede impedir que el proyecto legislativo de Morena se consolide mediante reformas a la Constitución. Hasta aquí llegó la 4T. Las leyes ordinarias no son vía para hacer la reforma electoral o para alterar la estructura del INE.

Después de las manifestaciones, habrá que reconocer que las cosas no pintan nada bien para Morena. Esa es la realidad, aunque AMLO no lo quiera reconocer.

Las manifestaciones pusieron en evidencia que Morena perdió la Ciudad de México. El voto de los sectores populares de las alcaldías de Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta y otras, no superará al de la clase media que se emita en las restantes: Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Coyoacán, Álvaro Obregón, Gustavo A. Madero, Cuajimalpa y en otras. Los responsables del desastre son la incompetencia de Claudia Sheinbaum y la ambición de su equipo.

En el Estado de México puede decirse lo mismo de ­Tlalnepantla, Naucalpan, Toluca y Huixquilucan. Son espacios vedados a Morena y sus candidatos.

El cambio implicará el fin: de la militarización del país; de la política de abrazos y no balazos; de la corrupción; el dispendio en obras de relumbrón; la adjudicación directa de las obras públicas; la improvisación, que llega a ocurrencias, como forma de gobernar; los bancos del bienestar; universidades Benito Juárez; embajadores priistas; las secretarías y direcciones generales como pago a la sumisión o, en el mejor de los casos, a la fidelidad y, sobre todo, el fin de los sobres amarillos. Habrá que pensar qué hacer con las oficinas de la dependencia para Devolver al Pueblo lo Robado y las de la desaparecida Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

El futuro político de México está en manos de la clase media.

Termino estas notas. Transcribo la descripción de alguien que intentó destruir las instituciones públicas romanas: Lucio Catilina. Nada que ver con el México actual.

“Desde su adolescencia resultábanle gratas las guerras intestinas, las muertes, los saqueos, la guerra civil; y en ello ejercitó su juventud. Su cuerpo soportaba la falta de comida, el frío, el insomnio, por encima de lo que uno pueda creer. Espíritu audaz, taimado, versátil, fingidor y disimulador de cuanto quería, codicioso de lo ajeno, pródigo con lo propio, inflamado de pasiones. Bastante elocuencia; sabiduría, escasa. Su vasto espíritu siempre anhelaba lo desmesurado, lo increíble, lo demasiado alto”. (Salustio, La conjuración de Catilina, Gredos, 5, 2 a 5).

También te podría gustar...