Riesgo electoral
Federico Rubli Kaiser
Una característica de los líderes populistas es que quieren ganar siempre una elección a como dé lugar. No aceptan derrotas y su mantra es que sólo un triunfo suyo puede considerarse como legítimo. Es una postura claramente antidemocrática. En campaña, el populista se centra en descalificar continuamente a sus oponentes. Ese discurso descalificador también se apoya en desprestigiar a las autoridades electorales para clamar que hubo fraude si no gana.
López Obrador ha entrado en ese script, forzado por su falta de cálculo político en cuatro áreas: no contempló una derrota de Morena en la CDMX en 2021; no consideró la posibilidad de que la oposición en la Cámara de Diputados le tumbara en abril de 2022 su reforma eléctrica (aunque el Senado la aprobó); se sorprendió con la magna movilización ciudadana del 13 de noviembre en defensa del INE y ahora la Cámara de Diputados rechazó la aprobación de los cambios constitucionales para despedazar al INE. Estos errores han desencajado al presidente, ya que en su interior reconoce la posibilidad de una derrota en las urnas en 2024. En su enojo, ha apresurado las descalificaciones, insultos y divisiones. Ha intensificado la narrativa de fraude electoral.
Que no se haya aprobado la reforma constitucional con la que pretendía destruir desde sus basamentos a la estructura y reglas electorales para manejar a su antojo la elección de 2024, fue un golpe mayor para asegurar, a como diera lugar, el triunfo de su candidata(o) de Morena. No obstante, con la aprobación en la Cámara de Diputados de su “Plan B” de cambios legales al INE, persiste el riesgo de afectar la capacidad presupuestal, operativa y la eficiencia administrativa del INE. Son herramientas con las que puede apoyar a su candidata(o) para una competencia desleal. Ciertamente falta la aprobación por parte del Senado. Ya veremos.
Aún sin esas aprobaciones legales, entramos a un terreno electoral muy minado. López Obrador nunca ha reconocido una derrota en las urnas. Así fue en la elección de 2006. Invocó un fraude y movilizó a sus simpatizantes para bloquear la avenida Reforma. Nunca reconoció a Calderón como presidente. En un acto de ridícula pantomima, se autoproclamó presidente legítimo, nombrando un “gabinete” y hasta diseñando su propia banda presidencial. Fue un delirio antidemocrático que nos debió de haber alertado de lo que sería capaz en esta presidencia que ganó con legitimidad en 2018.
Supóngase un escenario donde su candidata(o) pierda por un margen muy estrecho ante la oposición. López Obrador clamará un fraude y tratará de acomodar la ley para desconocer la elección. Ante ese resultado adverso podrá movilizar a las calles a sus bases. Inclusive podría valerse de apoyo militar. Lo que seguiría sería muy incierto.
Con su obsesión de trascender con su 4T y a que su candidata(o) gane en 2024, para fines prácticos este sexenio ya finalizó. El último tercio lo dedicará casi exclusivamente, de forma ilegal, a la campaña de Morena desempeñándose, desde el poder, como el jefe de facto de la campaña. Es un escenario complejo que seguirá debilitando a nuestra democracia.