2023: el año de la guerra

En el acontecer internacional, el año que está por terminar será sin duda recordado por el inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania, que empezó el 20 de febrero con la invasión del norte, el este y el sur del territorio gobernado por Kiev y que hasta la fecha no tiene visos de solución. Aunque sorpresiva e inesperada para la mayor parte de la opinión pública internacional, la “operación militar especial” lanzada por el Kremlin contra el país vecino fue la culminación de diversos diferendos irresueltos entre las dos partes y de los que Occidente se aprovechó o desatendió.

La confrontación militar entre los dos países se ha traducido en la desaparición de algunos de los presupuestos geopolíticos sobre los que descansaba la precaria paz en Europa oriental tras la desaparición del bloque soviético, en una preocupante crisis de desabasto energético y en una severa alteración del comercio y las finanzas mundiales. Por añadidura, la invasión rusa a Ucrania encuentra resonancias reales o supuestas en Asia oriental, particularmente en el estrecho que separa a Taiwán de China continental y en la península coreana, donde a falta de acuerdo de paz entre los dos países que la forman prevalece un frágil armisticio que en 2023 cumplirá siete décadas de firmado.

Por otra parte, gobiernos y medios occidentales han reaccionado al conflicto con una beligerancia que pareciera motivada por el deseo de prolongar y complicar la guerra: desde suministros masivos de armamento a Ucrania hasta la proliferación de discursos abiertamente rusófobos. La Unión Europea, severamente afectada por una suspensión de los suministros de gas ruso que ella misma provocó, parece haberse resignado a ser el vagón de cola de Estados Unidos, mientras entre éste y Rusia se acentúan las tensiones y las expresiones altisonantes.

Se termina 2022 con la reiteración de los bombardeos rusos sobre obras ucranias de infraestructura y con ataques de Kiev en territorio de Rusia. Pero en los cálculos geoestratégicos no aparece por ningún lado el sufrimiento de ucranios y de rusos, que se traduce en decenas de miles de muertes, en millones de desplazados ucranios y en la degradación del nivel de vida en ambos países como consecuencia del esfuerzo bélico.

Así pues, 2023 arrancará sin una perspectiva de paz y con muchas probabilidades de sumarse al lapso de una guerra interminable. Washington y Bruselas saben que por mucho material de guerra que faciliten al gobierno de Volodymir Zelensky, Rusia no será derrotada. En el Kremlin no puede caber duda de que, en tanto Kiev siga recibiendo el masivo respaldo bélico de Occidente, no podrá imponer sus condiciones a Ucrania.

En tales circunstancias, los líderes de todas las partes en pugna debieran reconocer que tarde o temprano, y a menos que escale a un encontronazo directo entre Washington y Moscú, la confrontación terminará en la mesa de negociaciones. Y más valdría decantarse desde ahora por esa perspectiva, salvando así miles de vidas y evitando una devastación material adicional a la que ya se ha causado.


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