El futuro nos alcanzó

Javier Santiago Castillo

Los ciclos históricos no coinciden con los cronológicos. El inicio o fin de ellos están sellados por hechos sociales y/o políticos que dan otro rumbo a la vida de la sociedad. Así que, es generalmente aceptado que el fin del siglo XVIII se dio con las revoluciones de independencia de Estados Unidos y de Francia; el fin del siglo XIX y el inicio del XX se presentó, en 1914, con el estallido de la primera guerra mundial. También se puede coincidir con que el fin del siglo XX se dio, en 1991, con la desaparición de la Unión Soviética.

Desde la perspectiva global podemos afirmar que la pandemia marca el fin de un ciclo y el inicio de otro. Es el ciclo más corto de la historia moderna. Por su parte los ciclos históricos nacionales no necesariamente coinciden con los mundiales. En México el fin del siglo XVIII e inició del XIX se presentó con el surgimiento de la República federal en 1824. El fin del XIX e inicio del XX se hizo presente con la Revolución de 1910 y concluyó en 1982 con el inicio de la inserción subordinada, de nuestro país, al proceso económico global.

La cortedad del ciclo que va de 1991 a 2020 es inusual, apenas tres décadas. Tal situación debe llevar a reflexionar las causas y encontrar caminos para mejorar la vida, en su sentido más amplio. La desaparición de la Unión Soviética creo la ilusión del triunfo de la democracia sobre el totalitarismo.

La vestimenta democrática del libre mercado nunca detuvo el saqueo de los recursos naturales de los países de la periferia y la obtención de desorbitantes ganancias de los grandes magnates beneficiarios de la mano de obra barata de los países pobres, incluyendo China. Lugar donde se encuentran dos grandes fábricas de iPhone, en donde los trabajadores tienen condiciones laborales no muy distantes del esclavismo que se manifiesta en el modelo de producción conocido como “circuito cerrado” y el horario laboral “996”, consistente en jornadas de 9 a 9, durante 6 días a la semana.

Por otro lado, la reconversión capitalista de Rusia y los países de Europa del este estuvo llena de mecanismos, que no distaron de los usados en el proceso de acumulación primitiva de capital de los siglos XVI al XIX sustentadas en el robo, fraude o saqueo de las empresas estatales realizado por corsarios modernos, quienes nadan como tiburones en el mundo de la economía digitalizada.

El triunfo ideológico del mercado en las dos décadas posteriores a la extinción de los países socialistas parecía imbatible. La contradicción fundamental nace del motor esencial del capitalismo: la acumulación de capital, que al ritmo de la innovación tecnológica busca con ansia las vías más rápidas para lograr incrementarla incesantemente.

Para lograr esa acumulación acelerada de capital era necesario tener disposición de mano de obra calificada, disciplinada y con bajos salarios. China se convirtió en el paraíso ideal para impulsar las cadenas productivas que culminarían su recorrido en los grandes mercados de las economías más desarrolladas. Este país aprovechó su precariedad y la utilizó para catapultar su propio proceso de acumulación de capital y nutrir su propia innovación tecnológica, que ha culminado en la producción de productos que les compiten a las grandes trasnacionales en sus tradicionales nichos de mercado.

Aunado a lo anterior China ha desarrollado una estrategia para construir un mercado propio a lo largo de la nueva ruta de la seda, que no se queda en Asía, sino que gana impulso en África, el Medio Oriente y América Latina a través del otorgamiento de créditos, muchos de ellos para obras de infraestructura o comunicaciones esenciales para la creación de un mercado alterno al dominado por los Estados Unidos. Tan es así que antes de la pandemia se pronosticaba que en tres décadas China superaría a los Estados Unidos como el mayor productor mundial.

Así las cosas, hasta antes de la pandemia que marca el fin de un ciclo y el inicio de otro. La pandemia hizo aflorar situaciones soterradas y contradicciones económicas y geopolíticas ocultas.

El repliegue geopolítico, durante el gobierno de Trump, de los Estados Unidos fue un ave de paso. Las élites estadounidenses son partidarias de que su país mantenga la hegemonía mundial económica, política y militar. antes de la pandemia Europa estaba concentrada en sí mismo. La clase política y la burocracia centraban sus energías y atención primordialmente en los problemas que se presentaban para la consolidación de la UE con la integración de los países del este europeo.

La pandemia, en primer lugar, exhibió las debilidades de los sistemas de salud de los países desarrollados, incluyendo a los países nórdicos reconocidos por la solidez de su estado de bienestar. En segundo lugar, mostró las contradicciones en la carrera por lograr la hegemonía económica entre China y occidente, lidereado por Estados Unidos. Además, hizo evidente el papel de china como un eslabón imprescindible de las cadenas productivas mundiales en las ramas industriales más dinámicas.

El tercer aspecto fue desnudar las desigualdades económicas y sociales entre países ricos y el resto del mundo y el alto nivel de la concentración de la riqueza, en unas pocas manos. La pandemia resultó un gran negocio para las grandes farmacéuticas. El otro gran negocio ha resultado ser industria armamentista, que ha sido impulsada por la guerra Rusia-Ucrania. Si bien, es cierto que está guerra afecta el mercado de alimentos, la especulación ha jugado su papel para que, según la FAO, los precios se incrementaran el 14% en 2022.

Impresiona como en Europa renace el espíritu belicista expresado en la ampliación de la OTAN, con las solicitudes de ingreso de su Suecia y Finlandia a esa alianza militar. Las añejas pulsiones imperiales y nacionalistas encuentran causa común en enfrentar a Rusia como la eterna enemiga. Pero, de la cual, paradójicamente, dependen para satisfacer sus necesidades energéticas.

También en Asia suenan los tambores belicistas entre las dos coreas y entre China y Estados Unidos por Taiwán; a lo cual hay que agregar la reforma constitucional en Japón, que le permite rearmarse.

A las élites económicas y políticas las mueve el afán por la obtención de ganancias financieras y de poder. Es inevitable comparar ausencia de conciencia de las élites de hoy con las del fin de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la confrontación Este-Oeste no dejaron de buscarse caminos para atemperar las desigualdades globales. El primer paso fue el proceso de descolonización, a pesar de que no estuvo exento de situaciones violentas.

Tal vez, la excepción sean el pequeño grupo de millonarios europeos y estadounidenses que promueven el incremento en el pago de los impuestos a las grandes fortunas, con el fin de atemperar las desigualdades en la sociedad. El otro lado de la cara de la moneda es la falta de organización de los marginados.

Es complejo vaticinar el rumbo que tomará el nuevo ciclo histórico. Es indispensable reflexionar sobre sus características, para encontrar alternativas de solución a los problemas que enfrenta el mundo. Es indiscutible que las palancas de toma de decisiones las detentan quienes tienen el poder. Por eso también es indispensable criticar al poder en la búsqueda de mejorar las condiciones de la vida social. La crítica es parte del sistema inmunológico de la democracia contra las pulsiones autoritarias.

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