AMLO en Norteamérica
Agustín Basave
La Cumbre de Líderes de América del Norte (CLAN) dejó fotos y buenos deseos. Las concesiones que el presidente Joe Biden le arrancó al presidente López Obrador –la recaptura de Ovidio Guzmán y la recepción de más migrantes– se dieron antes del foro. Durante la CLAN se privilegió la imagen sobre la sustancia. Pero aun en esa primacía de las relaciones públicas, AMLO cometió el error de confundir a sus interlocutores. No le habló a Norteamérica, le habló a América Latina, en seguimiento de su penitencia discursiva por asumir como tabla de salvación económica la integración comercial con Estados Unidos y Canadá que le legó Salinas. Hay que procurar una mayor cooperación latinoamericana, sin duda, pero con medidas concretas y no con remordimientos de conciencia. Hay un tiempo y un lugar para cada cosa. México debió aprovechar la ocasión para pensar en semiconductores en un futuro práctico, no en conductores en un pasado retórico. Por lo demás, habrá que ver qué resultado dan los acuerdos.
Ahora bien, a la sala de esta CLAN se coló un inopinado elefante: la insurrección de los bolsonaristas. La rápida y categórica condena de AMLO a lo ocurrido en Brasil puso la soga frente al ahorcado: su silencio ante el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, un silencio ominoso que trocó en el regateo de la felicitación a Biden por su triunfo y en una insinuación no tan velada por parte de AMLO de que la elección de 2020 en el país vecino fue fraudulenta. Imposible evadir la comparación. La similitud entre los sucesos de Washington y Brasilia es tan notable como el parecido entre Donald Trump y Jair Bolsonaro, quienes se dicen víctimas de “fraudes electorales”.
¿En qué se distinguen Trump y Bolsonaro, dos populistas de derecha? ¿Por qué quien sueña con el liderazgo de la izquierda hemisférica alaba a uno y censura al otro? Misterios insondables de los parámetros ideológicos –o pragmáticos, vaya usted a saber– de AMLO. Penosamente, le simpatiza Donald Trump, el impulsor y referente del discurso antimexicano que hoy campea en el ala dura del Partido Republicano, el responsable de enjaular a niños migrantes a quienes separó de sus padres, el empresario envuelto en escándalos de corrupción, el político acusado de racismo, clasismo y xenofobia que redujo impuestos a los más ricos, el hombre señalado por su misoginia. Igualito a Jair Bolsonaro. A ese personaje AMLO lo considera su amigo y lo defiende públicamente una y otra vez. Y a su némesis, Joe Biden, cuyas políticas públicas están más cerca de las de Lula, le sabotea su Cumbre de las Américas y le reclama todo lo que no le reclamó a Trump. Creo que Biden no lo ha olvidado y que el paquidermo entró al Palacio Nacional. ¿Qué pasa? Para decirlo en jerga coloquial: quizás AMLO se grilla al embajador, pero sin duda el presidente se grilla a AMLO.
La CLAN transcurrió como suelen transcurrir ese tipo de reuniones, sin sobresaltos. AMLO fue bien tratado por sus homólogos estadunidense y canadiense. Justin Trudeau también se cuidó de hacer antes y después sus reclamos –particularmente su queja por la política energética de la 4T–; lo hizo en una entrevista que concedió antes de salir de Ottawa y en la bilateral del miércoles. Pronto sabremos si el diferendo que atañe al T-MEC se soluciona satisfactoriamente, sin llegar al panel, como dicen los representantes de México. Ojalá. Lo que el gobierno mexicano no puede negar sin ruborizarse es que el segundo culiacanazo fue un regalo a la superpotencia: el operativo contradice de cabo a rabo la estrategia de seguridad de AMLO.
En términos formales no le fue mal a la 4T en su semana norteamericana. AMLO tuvo algunos gazapos, además de hablarle al público equivocado: incurrió en la descortesía de extenderse demasiado en su intervención final de la CLAN, lo cual es una descortesía a sus pares, y su alocución fue una mañanera fuera de lugar y momento. Supongo que a Joe Biden no le encantó escuchar en tiempos preelectorales la crítica frontal al gobernador de Texas ni la alusión al hecho de que su ahora “amigo” no ha construido “ni un metro” de muro. Pero no hubo yerros graves, sólo deslices en las formas de los que se perdonan a los mandatarios novatos, como lo es AMLO en la arena internacional. La diplomacia cumplió su papel y, salvo el contratiempo logístico del traslado de Trudeau al Club de Industriales, nada importante se salió de control.
El problema fue, y es, de fondo. AMLO sigue sin entender las relaciones exteriores y continúa soslayando la asesoría en esos temas. Le será particularmente difícil mantener la relación tersa que ha tenido con Biden, pese a que el viejo lobo de mar parece dispuesto a hacerse de la vista gorda en la agenda de libertad de expresión mientras el gobierno mexicano siga haciendo el trabajo sucio en el terreno migratorio al que se comprometió con Donald Trump y, ahora, le dé muestras de esforzarse en detener el fentanilo. El atorón puede darse en el T-MEC. Aun si se libran las consultas sobre el favoritismo a CFE y Pemex, ahí está el maíz transgénico. No sé cuánto margen de maniobra le quede a la Casa Blanca para ignorar los reclamos de empresarios y legisladores. Ojo: hay ya una Cámara de Representantes dominada por los republicanos. Sospecho que, muy pronto, AMLO cambiará su visión desfavorable de los demócratas. Aunque dudo que ese acto de sensatez se amplíe para enmendar su opinión sobre Trump.