PRI, relaciones peligrosas
Jorge Zepeda Patterson
El reciente tira tira entre Alito Moreno, presidente del PRI, y Claudio X. González, promotor de la Alianza opositora, revela las enormes dificultades que las fuerzas políticas experimentan para bregar con los vestigios de este partido. De alguna manera todos lo necesitan, pero se ha vuelto tan impresentable que ser visto en su compañía impone una factura, un desdoro. Quizá por ello los que se ven obligados a solicitar sus servicios, hacer un pacto o correr juntos en algún proyecto, tarde o temprano se ven obligados a hacer un deslinde, como quien desea asegurarse de no ser confundido con la reputación de tan mala compañía.
Claudio X. Gonzalez, quien ha realizado un cuidadoso trabajo de orfebrería para tejer una alianza entre los tres partidos opositores, PAN, PRI y PRD, incurrió justamente en este desliz, hace unos días, con el siguiente tuit: “Vaya descaro… nunca, ni en los terribles tiempos de Peña Nieto, ha habido tanta corrupción y despilfarro. Morena no nada más está repleta de ex priistas, es la peor versión del PRI”. Se refería a una nota periodística que acusaba a la Gobernadora morenista de Guerrero, Evelyn Salgado, de haber entregado atribuciones y chequeras a dos hermanos, uno de los cuales era su novio.
La respuesta de Alito fue fulminante. Repudió el mensaje con la falsa indignación del descarado, como si el PRI actual fuera una agrupación inmaculada de carmelitas descalzas. Más allá de la escasa credibilidad que se le pueda otorgar a su encendida defensa del tricolor, el fondo era más importante que la forma. Lo que en realidad trasmitió fue una especie de advertencia. Como si dijese, “si van a criticarnos, no cuenten con nosotros”. Rubén Moreira, el segundo en importancia en el PRI, fue aun más explícito: “Es inaceptable Claudio X. González lo que manifiestas. En el PRI nos ofenden tus comparaciones. Tus palabras son una falta de respeto. Te exijo una disculpa. Imposible el diálogo si no te retractas”.
De inmediato Claudio X reculó y no podía ser de otra manera. Sin el PRI los sueños de una oposición unida se hacen trizas y, con ello, cualquier posibilidad de ser medianamente competitivos en la elección presidencial.
Como se ha señalado en otras ocasiones, Morena y sus aliados concentran alrededor del 50 por ciento de la intención de voto, según encuestas; esto significa que el candidato opositor necesitará no solo el apoyo de todos los antiobradoristas, sino también el de todos los indecisos y despolitizados. Incluso si el PRI apenas es capaz de levantar el sufragio de 10 por ciento o menos del electorado, sin ellos la oposición estaría perdida de antemano.
Sin embargo, la alianza con el PRI no es sencilla. Para la propia Xóchitl Gálvez, quien seguramente será la candidata de la oposición, no resulta fácil ser abanderada de este partido. No sólo porque en su pasado Xóchitl ha sido una crítica frecuente de los priístas corruptos, sino porque en los debates, entrevistas y mítines públicos habrá un reclamo sobre esta candidatura. Muchos votantes potenciales se preguntarán si, en caso de ganar Xóchitl, eso significaría el regreso de ellos al poder. Una pregunta incómoda que obligará a algún tipo de deslinde de parte de ella, lo cual a su vez le hará muy poca gracia al PRI, como acabamos de ver en la reacción de Alito Moreno. Otra posibilidad es que la candidata intente lavarles las caras y pretenda convencer a la opinión pública de que estos priistas son distintos, lo cual, me parece, terminaría por desgastar la imagen de honestidad que ella intenta cultivar.
Por otra parte, las relaciones con el PRI son peligrosas no sólo por la imagen tóxica de ese partido sino también por la naturaleza aviesa de sus dirigentes. El PRI sabe que ya no tiene base social y que sus recursos políticos derivan de su capacidad para negociar ventajas coyunturales. En plata pura: vender caro su amor.
Para ponerlo en términos prácticos. En los próximos meses tendremos una gigantesca rebatiña por las candidaturas a nueve gubernaturas, cientos de escaños y curules y miles de presidencias municipales, de tal forma que la disputa entre el PRI y el PAN de quién se queda con qué candidatura va a dar lugar a enormes jaloneos. Pero debido al peso de Morena en todo el territorio, solo en algunas de estas batallas la oposición tiene posibilidad real de triunfar, por lo general en aquellas en las que el PAN tiene presencia. El PRI está obligado a rescatar de parte del blanquiazul algunas plazas o de otra manera quedará huérfano de posiciones. Y como bien se sabe, “vivir fuera del presupuesto público es vivir en el error”. Algo que los panistas no van a ceder fácilmente. De allí la necesidad de que el PRI exhiba todo el tiempo la precariedad de la alianza y la necesidad de que sus compañeros de viaje aquilaten (y paguen) el privilegio de su compañía.
Por último, tampoco puede descartarse que a la hora decisiva el PRI se convierta en judas. En caso de que la candidatura de la oposición llegue a convertirse en una amenaza real al triunfo del abanderado de Morena, las presiones por parte del poder sobre Alito y lo suyos podrían arreciar. No hay que olvidar los vasos comunicantes que existen entre el PRI y Morena. Por los orígenes de muchos hoy obradoristas y la histórica confrontación entre PRI y PAN, además de algunas banderas sociales comunes, la relación entre el oficialismo y el tricolor es campo fértil para acuerdos y entendimientos de último momento.
En suma, la Alianza sigue vigente y se relanzará con esperanzas renovadas agrupadas en torno a Xóchitl Gálvez. Pero en todo ello el eslabón más débil será el PRI, un terreno siempre minado que obligará a un trabajo político quirúrgico. Una relación necesaria pero no por ello menos peligrosa.