Las tristezas del porvenir
Rafael Cardona
Lo quieran aceptar o no, los hechos están a la vista: la elección del 2024 se decidió en el Palacio Nacional, cuando Andrés Manuel L.O., volcó los mecanismos del poder –entre ellos la obediencia y la cobardía de los demás aspirantes–, en favor de quien le ha servido con lealtad durante tantos años y ha crecido bajo su sombra protectora, constructora y formativa.
Desde antes del llamado proceso corcholatero, Andrés Manuel L.O., ya había señalado con el índice a Claudia Sh. Y no es una figura, es un hecho desde la celebración del primer año de la administración. En aquella ceremonia el presidente apuntó con el índice a su colaboradora.
Muchos lo vieron y lo dijeron. También ella. Por eso la fotografía de aquella fiesta de cumpleaños fue utilizada durante el proceso de las corcholatas como signo y símbolo de la voluntad presidencial.
En un país con la estructura de este, oscilante entre la munificencia y la hipnosis colectiva (los programas socio electorales han dispersado un billón de pesos del presupuesto nacional en ayudas directas, a pesar del goteo en el camino), resulta prácticamente imposible perder el poder. Se pueden perder algunos escaños, algunas curules (hasta la mayoría absoluta en el Congreso); quizá dos o tres gobiernos estatales, pero el poder máximo –el Ejecutivo de vocación absoluta–, le seguirá perteneciendo a Morena por lo menos durante los dos siguientes sexenios. El de Claudia y el de quien venga. Después quien sabe.
La imposibilidad de una derrota está garantizada no sólo por la “voluntad ciudadana” (bonita expresión utilizada cuando ya se han comprado millones de votantes), sino por la fuerza presidencial.
El pasado lunes el presidente Andrés Manuel L.O., explicó por qué su candidata no puede perder la elección cuya fuerza él impulsó e impuso por encima de los eunucos:
“…Yo me voy tranquilo también por eso, porque estoy seguro que va a haber continuidad con cambio… (segundo piso)
“…Imagínese lo frustrante que sería, después de haber sentado las bases para una transformación, el que al poco tiempo regresara la corrupción, y el influyentismo, y el nepotismo, y el clasismo, y el racismo, y el desprecio al pueblo, y se volviese a imponer la oligarquía, y México volviese a ser un país de unos cuantos. No podría yo estar tranquilo.
“Ni modo, como ya decidí jubilarme, por eso no me quiero enterar ya de nada. Cuando yo me retire, si llegan mis familiares a verme, vamos a platicar de cómo hay calor ahora…”
Aquí hay una hermosa declaración de actividad política, muy lejana a la tranquilidad bucólico-selvática cuya promesa nos ha reiterado. Hasta anteayer mismo insistió en eso, pero también deslizó su movilización si las cosas se llegaran a salir del cauce de su proyecto: si regresaran los neoliberales y conservadores, “no podría yo estar tranquilo.”
Eso me recordó a Pancho Villa en su entrevista con Regino Hernández Llergo hace casi un siglo:
“…Les he manifestado que en los arreglos que hice cuando me arreglé con el gobierno, había dado mi palabra de que yo no me metería en asuntos de política durante el periodo del general Obregón… Y estoy dispuesto a cumplir
con mi palabra. Fue mi palabra de honor la que yo di, y para mí el honor es algo muy sagrado. A todos mis amigos les he dicho lo mismo: Que esperen, que cuando menos lo piensen llegará la oportunidad… ¡Entonces será otra cosa!”
Todos sabemos cómo terminó Villa por su ambicioso anuncio. Ahora resulta impensable e indeseable un desenlace como aquel. Dios nos ampare.
Obviamente este no es el caso ni este país se parece a aquel México.
Pero la naturaleza humana no cambia. Apuntaba Villa:
—“…En esta época hay muchos políticos ambiciosos, que ningún bien hacen a mi raza; pasan el tiempo discutiendo tonterías y robándose el dinero que le pertenece al pueblo… “
Cualquier parecido es mera coincidencia.
No hay relación alguna entre Canutillo y la Chingada.
Con información de Crónica