La (fangosa) ruta para la ‘prosperidad compartida’ que promete Sheinbaum

Jonathán Torres

Los dichos prometen algo nunca antes visto… “La atracción de inversiones solo tiene sentido cuando se traduce en prosperidad compartida, en especial para quienes menos tienen”… “El diseño de infraestructura carretera debe ser inclusivo y promotor de la prosperidad compartida”… “El principal compromiso es que la prosperidad compartida que plantea la doctora (Claudia Sheinbaum) tenga condiciones favorables”.

El futuro gobierno pretende lograr lo que todos sus antecesores han prometido pero que ninguno ha estado cerca de cumplir. Claudia Sheinbaum, en el documento “100 pasos para la transformación”, junto con algunos miembros de su futuro gabinete (como el proximo secretario de Economía, Marcelo Ebrard), pregonan que, a partir del próximo 1 de octubre, trabajarán para detonar el crecimiento económico, repartir mejor la riqueza y lograr que los mexicanos más pobres cuenten con mejores condiciones de vida. Es decir, lograr el florecimiento de la ‘prosperidad compartida’.

El término ‘prosperidad compartida’ fue acuñado por el Banco Mundial (BM) y está relacionado con las condiciones para aumentar, hacia 2030, los ingresos y el bienestar del 40% más pobre de la sociedad, en las naciones más pobres o en aquellas de ingreso medio. Por lo tanto, el camino para dar paso a la ‘prosperidad compartida’ puede explicarse de la siguiente manera: a medida que los países en desarrollo hacen crecer sus economías, logran sacar de la pobreza a millones de personas.

Hasta el momento, la mayoría de las naciones no ha logrado desplegar la ‘prosperidad compartida’ pues la dificultad está en pensar que el crecimiento por sí solo es suficiente para lograrla, por lo que son necesarios otros factores para detonar y consolidar el crecimiento, así como mejorar el bienestar y los ingresos de las personas más pobres.

De acuerdo con el BM, la ‘prosperidad compartida’ no implica la reducción de la desigualdad mediante la redistribución de la riqueza. Primero, considera que es necesario centrarse en aumentar lo más rápido posible el bienestar de los menos favorecidos, pero no sugiere que los países redistribuyan un “pastel económico” de cierto tamaño o quitarle a los ricos para darle a los pobres. Entonces, el llamado es a aumentar el tamaño del pastel para compartirlo con el 40% de la población más pobre, de modo que el objetivo combina los conceptos de aumentar la prosperidad y la equidad.

México, en ese sentido, tiene un reto mayúsculo. Para que haya una prosperidad compartida, cuando estás pensando en un país como México, tienes que revertir la manera en la que se distribuyen las ganancias y que transcurran en una repetición más que proporcional en las partes media y baja de la escalera social”, afirma Roberto Vélez, director ejecutivo del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).

Por las dinámicas e historia que México ha desarrollado a lo largo de los años, la ‘prosperidad compartida’ se ve lejana dado que su crecimiento económico ha ido acompañado de mayor desigualdad y exclusión social, lo que hace pensar que el objetivo de Claudia Sheinbaum para detonar la ‘prosperidad compartida’ es una apuesta obligada, justa, pero que tendrá muchas piedras en el camino para ser cumplida.

Ciertamente, durante el actual sexenio se han mejorado las condiciones de los salarios mínimos y, también, se ha avanzado en la democracia sindical. Dicho lo anterior, se ha redistribuido un poco mejor el actual ‘pastel económico’, pero nada más. La estructura de la economía está dada para que su crecimiento se concentre en pocas manos. Frente a eso, si se asume que la estructura como está establecida actualmente va a generar el crecimiento económico para dar paso a una ‘prosperidad compartida’, entonces, las personas más pobres de este país seguirán esperando esas ganancias de crecimiento.

“La estructura como está dada genera desigualdad de oportunidades, y no importa qué tan bien lo haga una persona pues seguirá obteniendo el mismo resultado en términos de concentración de las ganancias”, complementa Roberto Vélez. “Si queremos prosperidad compartida no solo tenemos que pensar en cómo generar crecimiento económico, sino en cómo tenemos que cambiar la estructura de repartición de oportunidades para que entonces sí se pueda dar ese crecimiento económico y, a partir de éste, todas las personas formen parte de los ganadores de ese crecimiento económico”.

De momento, las promesas de la futura administración en torno a su compromiso por desplegar la ‘prosperidad compartida’ son solo eso. Hoy, pueden considerarse como simples dichos popularizados en tiempos de transición. Como equipo de gobierno, tienen un propósito aparente, absolutamente plausible, pero se requiere de algo mucho más que eso: planes, métricas, que permitan ubicar el grado de cumplimiento de su objetivo.

La comunidad empresarial juega un papel muy importante. Por un lado, requiere de certidumbre jurídica, seguridad, incentivos para invertir. Pero, por otro lado, si bien no es posible generalizar y sostener que todo el sector privado piensa y actúa de la misma forma, también es necesario que muchos de sus integrantes cambien conductas y patrones en su manera de repartir las ganancias.

“El sector privado tendría que ser capaz de comprender que la mejor prosperidad es precisamente la prosperidad compartida. No vamos a poder crecer si no crecemos en términos de reducir la desigualdad y las condiciones económicas de la gente. Aunque la pobreza extrema es un tema aparte de la prosperidad compartida, que necesita atacarse de manera directa y con estrategias muy concretas, sí tendría que haber un compromiso del sector privado y contribuir con cualquier política de erradicación de la pobreza extrema”, argumenta Alejandra Haas, directora ejecutiva de Oxfam México.

Hay mucho más por hacer. La estrategia para mejorar la productividad de la actividad económica también es otra invitada a esta fiesta. Sostener y aumentar las inversiones – públicas y privadas – es clave, pero también dotar de más y mejor valor agregado los procesos productivos. Con ello, podría ser posible aspirar a empleos de calidad.

“Otro camino para la redistribución es la vía de la fiscalidad. Al margen de que haya condiciones para generar un mayor crecimiento económico a través de la inversión, se olvida que el fortalecimiento del sistema fiscal también tiene que servir para fortalecer las condiciones de competitividad de México”, añade Alejandra Haas.

La promesa podría esfumarse con los primeros golpes de realidad. En términos de historia contemporánea, el comportamiento de la economía mexicana no se ha distinguido por registrar altas tasas de crecimiento económico, sino todo lo contrario. Y, para los próximos años, las expectativas no son tan prometedoras.

Pero, sí, la ‘prosperidad compartida’ es el camino a seguir. No puede haber ‘prosperidad compartida’ si no tomamos en serio los desafíos climáticos que actualmente tenemos, lo que nos obliga a transitar hacia economías verdes. Alcanzarla significaría, también, cohesión social, junto con una mayor participación de las mujeres en la economía.

El camino para sentar las bases de la ‘prosperidad compartida’ es fangoso; el tiempo nos permitirá saber si, de arranque, hay las voluntades para tomarlo y superarlo.

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Dos últimas miradas al vuelo:

Si la economía mexicana crece, ello no garantiza que la riqueza se reparta mejor. Puede, incluso, ocurrir lo contrario, una mayor desigualdad y exclusión.

Los programas sociales no son suficientes para una redistribución. Las transferencias monetarias pueden aliviar, por un momento, la circunstancia de quienes los reciben, pero si no se acompañan de servicios públicos de calidad, educación, salud, seguridad social, son completamente insuficientes.

Con información de Expansión Político

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