El futuro que no verán
Karolina Gilas
En el debate presidencial reciente, Joe Biden, de 81 años, tuvo un desempeño débil, marcado por momentos de incoherencia y confusión. Su oponente de 77 años, Donald Trump, pareció más enfocado, aunque no sin sus propias controversias. Esta cruda exhibición de liderazgo envejecido ha reavivado en Estados Unidos un debate que no es reciente, pero que hace mucho no ocupaba un lugar tan importante: ¿qué tan viejo es demasiado viejo para liderar una nación?
El escenario político global está cada vez más dominado por líderes de edad avanzada; se trata de una tendencia que se ha vuelto particularmente notoria en los últimos años. Biden y Trump no son casos aislados ni los de mayor edad (este es el caso del presidente Paul Biya, de Camerún, quien a sus 91 años lleva más de cuatro décadas en el poder). Según un análisis del Pew Research Center, en 2024 la edad media de los líderes nacionales en todo el mundo es de 62 años; 58% de las personas en posición de liderazgo son mayores de 60 años, un 22% está en sus 50 y sólo 16% está en sus 40. En muchas naciones hay una brecha sustancial entre la edad de los líderes y la edad media de sus poblaciones. Por ejemplo, la edad promedio de los estadunidenses es de 38 años, menos de la mitad de la edad de Biden.
Este panorama de edades en el liderazgo global no es sólo una cuestión de números. Refleja problemas más profundos sobre las estructuras de poder, el ritmo del cambio en las sociedades modernas y los desafíos de la gobernanza en una era de rápida transformación tecnológica y social. Más allá de los debates sobre las capacidades cognitivas o suficiente “energía” para desempeñar los altos cargos, en los que se centra la discusión en estos momentos, es importante mirar hacia el impacto político de la edad: cómo moldea las prioridades políticas, los procesos de toma de decisiones y la dirección en la que guían a las sociedades. Es una pregunta difícil, pero importante: ¿están estos líderes, formados en un mundo que ya no existe, equipados para guiarnos hacia un futuro que quizá nunca experimenten? ¿Qué tan involucrados pueden estar en dar forma a un futuro que –probablemente– no vivirán para ver?
Existe una creciente preocupación sobre la posible desconexión entre los líderes mayores y las poblaciones más jóvenes. El cambio climático sirve como un claro ejemplo de esta división generacional. Mientras que muchas personas jóvenes lo ven como una amenaza existencial que requiere acción inmediata, algunos líderes mayores han sido más lentos en reconocer su importancia y urgencia. Las políticas económicas también reflejan diferencias generacionales: métricas económicas tradicionales frente a las prioridades centradas en desigualdad económica, equilibrio entre trabajo y vida personal, y desarrollo sostenible.
Las cuestiones sociales resaltan aún más estas brechas generacionales. Las actitudes hacia los derechos LGBTQ+, la justicia racial y la igualdad de género han evolucionado rápidamente en las últimas décadas. Las generaciones más jóvenes a menudo esperan posiciones más progresistas sobre estos temas, mientras que algunos líderes mayores pueden tener dificultades para aceptar o comprender plenamente estas normas sociales cambiantes.
Otro aspecto de este problema tiene que ver con el altruismo intergeneracional, un concepto que explora cómo los individuos, incluidos los políticos, consideran el bienestar de las generaciones futuras en sus procesos de toma de decisiones. En general, los estudios han encontrado que los políticos más jóvenes tienden a mostrar más preocupación por los resultados a largo plazo y las generaciones futuras. Esto a menudo se atribuye a sus horizontes temporales personales más amplios y al hecho de que es más probable que experimenten directamente las consecuencias a largo plazo de las políticas actuales.
Los estudios evidencian que es más probable que los políticos más jóvenes defiendan cuestiones como la mitigación del cambio climático, el desarrollo sostenible y la reforma educativa, políticas con importantes implicaciones intergeneracionales, inclusive cuando estas generan beneficios a largo plazo, pero altos costos en lo inmediato.
El comportamiento de los políticos de mayor edad es más complejo. Algunos trabajos sugieren que estos se centran más en los resultados a corto plazo, en particular en temas como la política ambiental o las inversiones en infraestructura a largo plazo. Otros estudios han encontrado los políticos de mayor edad eran más propensos a apoyar políticas que beneficiaran a los jóvenes, posiblemente debido a un “efecto abuelo”, una forma de altruismo intergeneracional.
Por supuesto, en cualquier caso, la edad no es el único factor relevante en estas decisiones, pues la afiliación partidista, los intereses de los electores y los compromisos ideológicos individuales son fundamentales a la hora de determinar las preferencias políticas. Además, el “efecto legado” –donde las personas mayores se preocupan más por su impacto a largo plazo– puede contrarrestar los efectos de la preferencia temporal, al menos en algunos casos.
La cuestión de la edad en la política va más allá de la edad de quienes ejercen el liderazgo, pues es un problema que se ha presentado también en los resultados de las decisiones mayoritarias. Las personas de diferentes grupos etarios tienen visiones e intereses distintos y participan de maneras distintas en la política.
El Brexit es un ejemplo paradigmático de la desconexión intergeneracional en la política contemporánea. El referéndum de 2016 sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea reveló una marcada división entre las generaciones más jóvenes y las mayores.
Los datos muestran que 73% de los votantes menores de 24 años optaron por permanecer en la UE, mientras que 60% de los mayores de 65 años votaron por salir. El resultado del referéndum, impulsado en gran medida por el voto de las generaciones mayores, tiene consecuencias que afectan desproporcionadamente el futuro de los jóvenes británicos, privándolos de oportunidades de trabajo, estudio y residencia en otros países de la UE que ellos valoraban altamente.
El debate sobre la edad es cada vez más relevante. Nuestras sociedades envejecen, nuestra expectativa de vida se extiende cada vez más. Necesitamos hablar más, con mayor honestidad y transparencia tanto sobre los beneficios que conllevan estos fenómenos, pero también sobre los desafíos que representan a escala individual, familiar y social. La disparidad entre quienes toman la decisión y quienes vivirán con sus consecuencias a largo plazo subraya la necesidad de abordar la brecha generacional en la toma de decisiones políticas, en un debate abierto, honesto y libre de estereotipos.
Con información de Proceso