Combatir la pobreza y la desigualdad, un desafío impostergable
José Guillermo Fournier Ramos
Hace pocos días, un amigo empresario a quien admiro me compartió esta frase del Premio Nobel de la Paz, Muhammad Yunus: “la pobreza no es una condición natural de los seres humanos, sino una imposición artificial provocada por el sistema”.
La reflexión invita a repensar la situación de la era contemporánea con toda su complejidad. La conciencia es el primer paso para comenzar a combatir los males que generan inestabilidad política, económica y social, alrededor del mundo.
Si bien es cierto que en los últimos 200 años la ciencia y la tecnología han tenido efectos positivos sobre la humanidad, también es verdad que la desigualdad es un problema que sigue lastimando a las sociedades del siglo XXI.
El capitalismo y la globalización lograron importantes avances para mejorar la calidad de vida de las personas, de la mano del crecimiento económico y la industrialización. Esto es innegable.
Sin embargo, todavía poco más de 700 millones de personas en el planeta viven con menos de 2 dólares estadunidenses al día (cerca de 36 pesos mexicanos). En México, la cifra actual es de 46 millones de pobres; prácticamente un tercio de la población nacional vive en condiciones de precariedad.
¿La pobreza es inherente a la naturaleza humana?, ¿es aceptable que exista una brecha tan abismal entre ricos y desfavorecidos? Como Muhammad Yunus, en lo personal, me resisto a creer que la respuesta a ambas preguntas sea que sí.
La tecnología es la ciencia aplicada a promover el bienestar de la gente; si este no es el sentido del modelo capitalista de producción presente, entonces estamos dejando de lado la parte humana.
No obstante, es posible -e indispensable- hacer un ejercicio de reflexión y cambiar el rumbo hacia un esquema de sostenibilidad como el que propone el propio Muhammad Yunus: una realidad de pobreza cero, desempleo cero y emisiones contaminantes excedentes cero.
La clave para transitar hacia una nueva realidad es identificar que el estado actual de las cosas no es el óptimo: si el 10% de la población mundial tiene aproximadamente el 50% de los recursos económicos y financieros de la Tierra, quien está mal es el sistema.
El empresariado no tiene la culpa, contrario a lo que dicen algunas posiciones ideológicas facciosas; la gente talentosa que invierte en generar empleos y detonar el crecimiento de la economía es un activo en cualquier sociedad.
Por supuesto que requerimos de empresarios más humanistas, que coloquen en primer lugar a la persona, y apuesten por mejores sueldos y condiciones laborales para que el crecimiento económico se dé a la par del incremento en la calidad de vida de las personas trabajadoras y sus familias.
Empero, lo primordial es cambiar el paradigma del sistema, a partir de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos en todos sus niveles. Hace falta impulsar estrategias fiscales, sociales y laborales que coloquen el acento en la redistribución justa y sensata de los ingresos.
La responsabilidad y la eficiencia son elementos esenciales para avanzar en la construcción de un modelo que realmente atienda las necesidades de la totalidad de los sectores de la población. Desde luego, el involucramiento de la administración pública sería insuficiente sin la colaboración del empresariado, la sociedad civil y la ciudadanía.
Es factible superar los desafíos del siglo XXI, pero ello solo podrá conseguirse si sumamos voluntades y comprendemos de una vez por todas que la desigualdad, la pobreza y el padecimiento humano pueden superarse con visión ética y pensamiento social.
De lo contrario, la creciente brecha de desigualdad traerá consigo nuevas problemáticas, poniendo en riesgo incluso la viabilidad del paradigma social y económico vigente.
Con información Expansión Política