Orwell a la vuelta

Ernesto Hernández Norzagaray

En definitiva, de aquella imagen que nos dejó la lectura de 1984 sobre el poder autoritario y la representación de las libertades, nos quedamos con el guiño, el esbozo de la sonrisa sutil, irreverente, de que el ser humano aun en las peores formas de totalitarismo de izquierdas o derechas, siempre le quedara un hálito de resistencia a favor de su libertad.

El non plus ultra del poder autoritario no es someter al crítico estimulando su cooptación política; incorporándolo a la nueva nomenklatura de la administración pública federal; ofreciéndole un escaño o curul; postulándolo a una gubernatura, embajada, alcaldía vip u otorgando prebendas y contratos de gobierno. Vamos, no es a través de relaciones públicas; no, como quizá diría si viviera George Orwell, eso es fácil y no tiene mérito, menos honor.

Lo difícil es sumar al crítico por medios convincentes. A través de ideas fuerza para demostrar que las del opositor o las del crítico son equivocadas. Y que estos asuman que son tales pues no corresponden con la realidad y, por lo tanto, hay unas ideas mejores, las del poder.  

Entonces, diría, Orwell, la captura es redonda porque captura su ser. Ya no importa lo que luego diga o haga el adversario. Está sometido al poder y es, entonces, cuando hay una suerte de inmolación intelectual.  

Viene a cuento está reflexión con aires orwellianos por que el obradorismo copta a través de los medios de siempre. Como lo hizo el PRI durante décadas. Que lo mismo coptó con prebendas y favores a sus filas a un cristero de Guanajuato o Jalisco que a un estalinista del DF.

Y eso, en política real, tiene su mérito, pero el medio no deja de ser espurio. O, ¿acaso, tiene honor, sumar a quien se ofrece para dar servicios al poder como lo hizo el exministro Arturo Zaldívar o, como lo hace, la Ministra Loretta Ortiz quien despojada de la toga y vestida de guinda hace un acto de fe obradorista mientras es abucheada por personal del Poder Judicial? 

Mérito, tendría coptar a los críticos duros del obradorismo como lo son Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín, Lorenzo Córdova, Denisse Dresser, Claudio X González o María Amparo Casar y, llevado al extremo del éxito de la cooptación, a Carlos Loret de Mola o Brozo.  

Y es el gran déficit que tiene el triunfo del pasado 2 de junio y el más reciente en la herradura del INE o en la sala superior del TEPJF y la cooptación de los militantes perredistas incluso haber recurrido a la presión de consejeros y magistrados electorales para alcanzar la sobrerrepresentación en el Congreso de la Unión.  

El problema es la narrativa del triunfo que no logra convencer a los críticos duros y sus seguidores, que siguen en lo suyo, a pesar de que se le reducen los espacios y que seguro los llevará a la invisibilidad.  

Y ante la incapacidad de convencer viene el combate en una lucha desigual. Y de la peor forma, restando los espacios de debate público, sea por ser una jugada estratégica de los empresarios de los medios de comunicación o, quizá, por una intermediación maliciosa. Que nunca falta y que AMLO, la sufrió en carne propia en su etapa opositora, pero, hoy, al menos la tolera.  

Carlos Salinas decía a los cardenistas: “No los veo, ni los oigo”. Hay algo de esto en la despedida de AMLO y la llegada de Claudia Sheinbaum a Palacio Nacional. No quieren voces críticas al menos en los platós de mayor rating de los hasta ahora grandes medios de comunicación.  

Con información de SinEmbargo

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