La exhibición de la violencia
Mario Luis Fuentes.
La violencia en México ha alcanzado niveles de brutalidad que sobrepasan el entendimiento racional, como lo ilustra la reciente decapitación del alcalde de Chilpancingo, una atrocidad que sirve no solo como acto de eliminación física, sino como un mensaje de violencia simbólica profunda y calculada.
La exhibición pública de cabezas o cuerpos mutilados es una táctica ampliamente utilizada por el crimen organizado en México, un método que, como sugieren pensadores como René Girard y Walter Benjamin, va más allá de la mera eliminación del individuo para convertirse en una representación del poder absoluto, el terror y el control simbólico sobre la comunidad.
René Girard, en La violencia y lo sagrado, sugiere que la violencia humana se ancla en una necesidad de sacrificio colectivo que permite canalizar los impulsos destructivos en la sociedad. Desde esta perspectiva, pensar en la desaparición forzada del alcalde del alcalde de Chilpancingo, y posteriormente su asesinato y exhibición pública, no es solo un acto brutal sino un sacrificio simbólico perpetrado desde las mazmorras de la criminalidad.
Girard argumenta que la sociedad recurre a figuras de sacrificio en momentos de crisis para “purificar” el cuerpo social y reinstaurar un supuesto orden. En este caso, la decapitación del alcalde puede interpretarse como una forma de “sacrificio” dirigido a la comunidad, simbolizando un mensaje de dominación fuera de la legitimidad del orden legal y constitucional, y que, de alguna manera, busca establecer un orden criminal donde son los delincuentes quienes imponen reglas y procesos de vida cotidiana.
Para Girard, actos como el señalado son un claro intento de manipular el miedo colectivo, estableciendo quién tiene el poder de determinar la vida y la muerte, y quién puede redefinir los límites entre el bien y el mal, aunque sea de forma perversa y arbitraria. La cabeza, como elemento que simboliza la identidad y el liderazgo de la víctima, expone la forma en que el crimen organizado somete a la autoridad, deslegitimando su poder frente a los ojos de la ciudadanía.
Por su parte, décadas atrás, el filósofo Walter Benjamin aportaba una perspectiva fundamental al hablar del mal y la violencia en su dimensión más radical, donde el acto violento deja de ser únicamente un medio para un fin (por ejemplo, el control territorial) y se convierte en una manifestación de un mal radical que encuentra justificación en sí mismo.
En el caso mexicano puede pensarse entonces en la doble dimensión: los criminales buscan apoderarse de cada más espacios de control y dominio sobre las comunidades y ciudades; pero por el otro, se busca ejercer la violencia por sí misma.
Para una crítica de la violencia, Benjamin explica que esta violencia no es parte de la ley ni busca justicia; es, más bien, una violencia que corrompe el orden al anular cualquier posibilidad de redención o sentido.
La violencia extrema desplegada en México, en casos como la decapitación de figuras públicas, o el desmembramiento de los cuerpos de las y los enemigos, parece tener una intencionalidad que va más allá del simple asesinato: se transforma en un acto que reafirma el poder del crimen organizado como el único regente de un “orden” social basado en el terror y el sometimiento.
La decapitación en sí misma funciona como un acto de “mal radical” en el sentido benjaminiano, anulando cualquier marco normativo que no sea la propia arbitrariedad de quienes lo ejercen. Exhibir cuerpos, grabar y transmitir eventos de mutilación y de ejecuciones extrajudiciales, es una especie de “escenificación” del mal, una representación cruel que no pretende racionalizarse sino imponer un mensaje de absoluto control.
Desde estas miradas, es importante subrayar que una cabeza decapitada es, a su vez, el símbolo más fuerte de despojo de identidad y de la eliminación de la autoridad en su forma más literal. Desde tiempos antiguos, la decapitación pública simbolizaba el sometimiento total del enemigo. En el México actual, el crimen organizado emplea este tipo de rituales de violencia simbólica para desafiar directamente al Estado y sus instituciones. El crimen organizado busca comunicar que la vida y la dignidad de los funcionarios públicos (y, por extensión, de todos los ciudadanos) están bajo su poder.
La decapitación es también un mensaje que transgrede lo sagrado de la vida y la dignidad humana, un acto que, bajo la óptica de Girard, configura un sacrificio corrupto que fomenta el caos social, impidiendo cualquier posibilidad de restaurar el orden o la paz. Además, bajo la luz de Benjamin, el despliegue de este tipo de violencia es un recordatorio constante de que la justicia y la ley están supeditadas a una forma de mal absoluto que niega cualquier lógica institucional o humanitaria.
La violencia en México, expresada en actos de barbarie como los mencionados es un recordatorio terrible de que el crimen organizado no solo mata, sino que, mediante el uso de la violencia simbólica, intenta poseer, invadir y transgredir las mentes y el espíritu colectivo de la sociedad.
La exhibición de una cabeza en el espacio público representa una guerra de significados y símbolos perversos, donde el crimen organizado busca establecer su dominio absoluto, aniquilando cualquier idea de justicia y ley, reemplazándola con un orden paralelo de terror y sumisión. Es una crisis que, en términos de Girard, nos enfrenta a una violencia que se consume en su propia perpetuación y, bajo la perspectiva de Benjamin, nos revela un mal que busca extenderse y recrearse sin posibilidad de redención.
Investigador del PUED-UNAM