El fracaso de las oposiciones políticas en México
Saúl Arellano
México atraviesa una crisis política marcada no solo por los desafíos de un gobierno que ejerce una auténtica hegemonía política, como el que ha surgido de MORENA, sino también por el rotundo fracaso de las fuerzas opositoras para ofrecer alternativas de país creíbles, viables y coherentes.
En lugar de encarnar una oposición constructiva, los partidos tradicionales como el PRI y el PAN se han convertido en sombras de sí mismos, exhibiendo una profunda desconexión con la ciudadanía. Esta situación compromete el futuro de la democracia en el país, sobre todo en un contexto donde la legitimidad de las instituciones se ha deteriorado y los derechos de las minorías enfrentan un riesgo creciente. Más aún, cuando se ha fortalecido a “partidos carroñeros”, como lo son el Partido verde y el PT, los cuales viven a expensas de Morena y lucran y transan espacios de poder a cambio de una abyección completa al régimen.
De este modo, el PRI y el PAN, que durante décadas monopolizaron el poder político en México, hoy carecen de representatividad democrática real. Lejos de reformarse tras sus derrotas electorales, ambos partidos insisten en reciclar liderazgos desgastados y estrategias discursivas carentes de sustancia.
En efecto, ambos partidos han demostrado una incapacidad crónica para conectar con los sectores emergentes de la sociedad civil y proponer un proyecto alternativo coherente, al modelo de gobierno de MORENA. Su discurso se limita a la crítica superficial y al escándalo mediático, sin ofrecer una visión clara de país ni una agenda orientada a la construcción de un nuevo curso de desarrollo en el que los derechos humanos se garanticen plenamente, tal como lo mandata nuestra Constitución.
La coalición formada por PRI, PAN y PRD para las elecciones de 2024 es un ejemplo del agotamiento ideológico de estos partidos; de la imaginación para construir estrategias políticas inteligentes; y, sobre todo, de la solvencia ética para presentarse ante las y los ciudadanos como dignos de ser portavoces de sus más urgentes y críticas agendas.
En lugar de buscar alianzas programáticas con sectores sociales diversos, optaron por unir fuerzas exclusivamente por conveniencia electoral, monopolizando candidaturas, excluyendo los escasos liderazgos legítimos que les quedaban y dando la espalda a una población que no tuvo realmente opciones en las boletas electorales. Esta colusión, que en el fondo parece un arreglo mafioso entre los presidentes de esos partidos, antes que una estrategia sustentada en una visión audaz de país revela que no existe una oferta política sustantiva que responda a las necesidades actuales de la ciudadanía, lo cual refuerza el desencanto con la democracia representativa.
El desgaste de las oposiciones no es un fenómeno aislado, sino que contribuye a una crisis más amplia de respaldo ciudadano a la democracia. Las encuestas recientes del LatinoBarómetro confirman un debilitamiento del apoyo a las instituciones democráticas en México, donde una parte significativa de la población percibe a la democracia como ineficaz para resolver sus problemas cotidianos. Este contexto es particularmente alarmante porque, cuando los partidos de oposición no son capaces de generar confianza ni credibilidad, se abre la puerta a alternativas autoritarias que ponen en peligro los valores democráticos.
La falta de opciones reales por parte de los partidos opositores ha provocado que la ciudadanía se sienta cada vez más alejada del sistema político. En este vacío de representación, MORENA se ha consolidado no solo por su estructura electoral, sino porque capitaliza el desencanto hacia los partidos tradicionales, que se perciben como los responsables exclusivos de la corrupción y el abandono de las demandas sociales.
La inoperancia de las oposiciones también tiene implicaciones preocupantes para los derechos de las minorías. En un sistema democrático saludable, los partidos políticos deben ser contrapesos que garanticen la inclusión y la pluralidad. Sin embargo, al estar desarticulados, PRI y PAN han dejado sin defensa a los grupos más vulnerables. Esto es especialmente grave en un contexto donde el debate público se ha polarizado y las posturas mayoritarias tienden a imponerse sin cuestionamientos profundos o sin diagnósticos serios para tomar medidas, como se observa claramente en el despropósito que está en marcha con la reforma judicial.
Así, la falta de una oposición efectiva pone en riesgo el respeto por los derechos humanos y la protección de las minorías, quienes dependen de un entorno institucional fuerte para garantizar su bienestar y sus libertades. Habrá que observar si los derechos de la comunidad LGBTQ+, los pueblos indígenas y otros sectores marginados se verán o no comprometidos, sobre todo si el debate político sigue orientado exclusivamente por la mayoría populista que nos gobierna. Sin una oposición que articule propuestas serias en defensa de estos derechos, se abre la puerta a regresiones normativas y a una agenda pública excluyente.
México necesita con urgencia una oposición renovada que deje atrás las estructuras partidistas anquilosadas y ofrezca una alternativa real de gobierno. PRI y PAN no solo han fracasado en presentar proyectos creíbles, sino que, en su obsesión por recuperar el poder por el poder, han abandonado su responsabilidad de representar los intereses ciudadanos. La debilidad de la oposición no es un mero problema electoral; es un peligro para la democracia misma y para los derechos fundamentales.
El futuro de México no puede depender únicamente del desgaste del gobierno en turno. La construcción de una oposición sólida, plural y comprometida es indispensable para evitar el colapso de la confianza ciudadana en las instituciones. Si PRI, PAN y otros partidos no logran asumir este desafío, la democracia mexicana seguirá debilitándose, con consecuencias irreparables para la pluralidad, la justicia y el respeto a los derechos humanos.
Investigador del PUED-UNAM
Con información de Crónica