¿Por qué fracasan los países?

José Guillermo Fournier Ramos

Recientemente fueron galardonados con el Premio Nobel de Economía los autores del libro “ Por qué fracasan los países ” (2012), James Robinson y Daron Acemoglu.

Ambos académicos -Robinson en Harvard y Acemoglu en MIT- han dedicado buena parte de su trayectoria profesional a investigar y analizar las razones que llevan a algunos países a las crisis, mientras que otros consiguen sobresalir.

Una vez descartadas hipótesis poco serias como la influencia del clima o la genética humana, los economistas se abocan a identificar en el libro las variables que diferencian a las naciones prósperas de aquellas con economías emergentes.

Desde luego, lo anterior lo realizan mediante el estudio de ejemplos concretos y registros históricos. Probablemente el de mayor impacto sea el caso con el cual inician el libro, comparando Nogales, Sonora con Nogales, Arizona, en la frontera México-Estados Unidos.

Del lado mexicano, el municipio presenta índices de pobreza y carencias en servicios públicos que distan mucho de la realidad que se aprecia en la ciudad del lado estadunidense, con infraestructura de calidad, planeación urbana y niveles reducidos de precariedad entre su población.

¿Cómo es posible que pocos kilómetros de separación supongan contextos tan distintos? Para los autores la respuesta se halla en las instituciones económicas y políticas de un lado y del otro del cruce fronterizo.

Robinson y Acemoglu sostienen que las naciones desarrolladas e industrializadas cuentan consistentemente con instituciones económicas (legislación, entes regulatorios, buenas prácticas) e instituciones políticas (gobiernos, estado de Derecho, andamiaje democrático) de carácter inclusivas.

Las instituciones inclusivas son aquellas que promueven las condiciones para el crecimiento del mercado, la innovación y la sana competencia, contribuyendo a generar un círculo virtuoso de progreso.

En cambio, los países con instituciones económicas y políticas extractivas suelen tener problemas sistémicos que les impiden superar el rezago, aún recibiendo apoyo financiero internacional.

Estas instituciones extractivas frenan el desarrollo de cualquier sociedad, pues se fundan sobre elementos nocivos como la corrupción, la concentración autoritaria del poder, y las prácticas monopólicas.

El resultado es que los países con instituciones inclusivas presumen de clases medias robustas, sistemas de impartición de justicia funcionales y asistencia social para quien lo requiera.

Por su parte, las naciones con instituciones extractivas padecen brechas de desigualdad económica profundas, inestabilidad sociopolítica, e incluso, grados de violencia inaceptables.

Los territorios con instituciones económicas y políticas extractivas no son capaces de encontrar soluciones viables para las crisis que enfrentan, porque precisamente la problemática reside en el carácter de sus instituciones corrompidas, de modo que es necesario atacar el asunto desde la raíz.

Sin embargo, es posible transitar de un paradigma de instituciones extractivas hacia un modelo de instituciones inclusivas, como lo indica el referente de Corea del Sur, que hasta hace pocas décadas era un país con muchas deficiencias y hoy es de las naciones más desarrolladas del mundo.

Gobiernos, empresariado, academia, organizaciones civiles y ciudadanía deben trabajar en equipo para edificar una sociedad con instituciones económicas y políticas sólidas que fomenten el desarrollo social, material y humano.

Con información de Expansión Política

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