Culiacán ya no es lo que fue

Benjamín Bojórquez Olea

Hoy no pude contenerme: lo que hoy sucede en Culiacán y en distintas regiones del país supera el límite.

En el silencio de la madrugada, cuando las calles de Culiacán se convierten en arterias desiertas y el eco de los disparos es una advertencia permanente, me pregunto: ¿quién puede mirar a los ojos de esta ciudad y decir que las cosas están bien? Porque no lo están.

No están bien cuando una familia, que apenas logra conciliar el sueño entre el ruido de los grillos y la incertidumbre, empaca sus recuerdos y abandona su hogar por una amenaza incendiaria. Cinco millones de pesos por la seguridad de su techo, el de unos padres y el lugar que alimenta a sus hijos. Esa no es vida, es exilio forzado.

No están bien las cosas cuando los caminos que antes llevaban progreso ahora son trampas. Unidades robadas, choferes asaltados y una sentencia de veto para quien se atreva a desafiar las “leyes” de los caminos bajo control de otros. ¿Es eso libertad? ¿Es eso un futuro para quienes construyen con esfuerzo?

No están bien las cosas cuando la tierra, que es madre generosa, es secuestrada por mil pesos por hectárea bajo el pretexto del agua de riego. Es el colmo de la ironía: la vida misma extorsionada por quienes lucran con el miedo.

Tampoco está bien que un chofer de plataforma, en una ciudad que debería ser vibrante y segura, te pida sentarte adelante para evitar ser confundido como cómplice o víctima. Ese simple gesto, cargado de significado, es un recordatorio constante de que la paranoia ha reemplazado a la confianza.

No están bien las cosas cuando los techos de las casas se convierten en refugio de quienes han sido violentados. Tres jóvenes golpeados y abandonados en la madrugada, incapaces de regresar a sus hogares porque ni siquiera la oscuridad de la noche ofrece anonimato. Y sus familias, asfixiadas por el miedo, deciden abandonar el lugar que un día llamaron hogar.

¿Cómo pueden estar bien las cosas cuando los negocios cierran, cuando las plazas comerciales se vacían como testigos de un éxodo silencioso? Locales cerrados, no por falta de esfuerzo, sino por exceso de violencia. Cuando la economía colapsa, no es solo el dinero lo que falta, es la esperanza misma.

Cien mil culichis. Cien mil historias, rostros, familias que un día decidieron quedarse y construir algo aquí. Ahora, son cifras de un desplazamiento que grita todo lo que el silencio no puede.

Y lo peor de todo, no están bien las cosas cuando una madre desesperada tiene que recurrir al extremo de una huelga de hambre para exigir justicia por su hijo. Y aun así, su grito se pierde en el vacío de una burocracia indiferente.

Culiacán, en las noches, no es una ciudad. Es un espejismo de lo que fue. Las luces encendidas no ocultan el vacío de sus calles. Es una ciudad fantasma donde el eco de los pasos resuena como un lamento.

No acepto que esta sea nuestra nueva “normalidad”. No acepto que la resignación sea el precio que paguemos por sobrevivir. Vivir en miedo no es vivir, es existir en una sombra de lo que podríamos ser.

GOTITAS DE AGUA:

Decir que las cosas están mejor es un insulto para quienes han perdido todo. No estarán bien hasta que podamos caminar libres, trabajar sin temor, soñar sin límites y amar sin condiciones. No estarán bien hasta que podamos vivir.

Pero para que eso suceda, necesitamos mirar de frente al problema, sin velos ni pretextos. Necesitamos romper el pacto del silencio que ata nuestras manos y voces. Este no es un problema aislado; es un sistema que se alimenta de nuestra indiferencia, nuestra resignación y nuestro miedo. La verdadera revolución comienza cuando decidimos que ya no aceptaremos menos de lo que merecemos.

Si seguimos permitiendo que el miedo dicte nuestras vidas, ¿qué quedara de nosotros? Una ciudad que se conforma con las sombras, que se resigna al eco del pasado en lugar de pelear por un futuro digno. No, las cosas no están bien. Y no lo estarán hasta que, juntos, decidamos dejar de sobrevivir y empecemos a vivir.

También te podría gustar...