Votos que asfixian la libertad

Aurelio Nuño Mayer

Como parte de la campaña de afiliación a Morena, el líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), prometió reclutar 5.5 millones de militantes: “Los maestros tienen familias, los maestros tienen amigos y los maestros se pueden multiplicar… podemos aportar 5 millones 500 mil con sus familias… como sucedió en el pasado proceso electoral” (Reforma 19/2/2025).

Mientras las dirigencias de Morena y el SNTE, con el aval del gobierno federal, restauran el viejo orden educativo, la enseñanza en México se hunde. Según la prueba PISA de 2022,  menos del 1% de los jóvenes de 15 años puede distinguir entre un hecho y una opinión después de leer un texto con cierto nivel de abstracción. Solo 2% puede calcular una regla de tres para analizar sucesos de la vida cotidiana. La brecha entre los estudiantes de familias con altos niveles socioeconómicos y los de familias marginadas equivale, en promedio, a tres años de estudio.

La clave de una educación de calidad está en los maestros de preescolar y primaria por dos motivos. Primero, como lo han demostrado diversos estudios de neurociencias y epigenética, durante los primeros 10 o 12 años de vida el cerebro tiene alta plasticidad neuronal y aprende con mayor facilidad. En esta etapa se fijan las bases del conocimiento. Por ello, por ejemplo, un niño puede aprender un segundo idioma mejor que un adulto. Lo que no se logra en este periodo, rara vez se recupera después porque la plasticidad neuronal se reduce con el tiempo.

Segundo, como todos lo hemos experimentado, un buen maestro hace la diferencia. Por ejemplo, el economista Eric Hanushek demostró que la brecha entre un buen y un mal docente equivale a un año de aprendizaje por grado. También comprobó que estudiar cinco años con buenos docentes de primaria puede cerrar la desigualdad de aprendizajes entre niños marginados y con altos niveles socioeconómicos. Buenos maestros de primaria, como lo han mostrado cuantiosos estudios de economía de la educación, reducen la deserción, aumentan la probabilidad de terminar la universidad y conseguir mejores empleos. No hay duda: la esencia de un buen sistema educativo es reclutar, formar, retener y reconocer a los buenos docentes, particularmente de preescolar y primaria.

Precisamente eso fue lo que hicimos con la reforma educativa que impulsamos desde el Pacto por México entre 2012 y 2018. Creamos el Servicio Profesional Docente (SPD) y el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). El SPD reemplazó al viejo sistema clientelar con concursos nacionales abiertos, sin control sindical. En cuatro años, 806,727 aspirantes participaron; 202,147 ganaron su plaza.

También se abrieron concursos para directores y supervisores. De 152,641 participantes, 39,531 lograron ascender. En la evaluación de desempeño, 272,665 docentes fueron examinados; 29,192 obtuvieron resultados sobresaliente y, por lo tanto, aumentos salariales del 35% (a lo largo del tiempo, los docentes podían alcanzar aumentos de 200%). Otros 33,339 no acreditaron conocimientos y fueron reasignados a tareas administrativas. El INEE, autónomo de la SEP, diseñó los instrumentos de evaluación.

La reforma estaba logrando su objetivo. Los economistas de la educación Ricardo Estrada y Rafael De Hoyos demostraron que los docentes seleccionados por mérito estaban mejor calificados y tenían mayores habilidades que los maestros contratados por reglas clientelares. Además, sus alumnos mostraban mucho mejores resultados académicos .

También se corrigió una vieja desigualdad: aunque dos tercios de los docentes eran mujeres, antes de la reforma solo un tercio ocupaba puestos directivos. Con los concursos de promoción, las maestras lograron dos tercios de las plazas, eliminando la discriminación.

Una crítica recurrente era que la reforma no era educativa, sino laboral. Sin embargo, este señalamiento perdía de vista que no hay nada más educativo que mejorar la calidad de los docentes, como lo estaba logrando la reforma. Además, también transformamos el modelo educativo para centrarlo en la capacidad de aprender y razonar de los alumnos, en lugar de memorizar; renovamos los libros de texto; cuadriplicamos las escuelas de tiempo completo e hicimos la inversión más grande en tiempos recientes en infraestructura escolar.

La reforma también fue política: sustituimos una enorme estructura de poder clientelar dirigida a la movilización política del magisterio por instituciones con reglas claras orientadas a mejorar la calidad educativa.

El control clientelar y corporativo del magisterio se empezó a labrar desde la década de 1930. En 1943, al unificarse todos los sindicatos en el SNTE, los líderes sindicales centralizaron ese poder, desplazando a la SEP. Torres Bodet intentó frenar el dominio sindical, pero fracasó. Para 1970, el SNTE era la pieza clave de la movilización electoral del PRI. Con gran cinismo, Jonguitud Barrios, líder del SNTE en aquella época, declaró que los maestros era los “plomeros del sistema electoral mexicano”.

En la década de 1980, Reyes Heroles buscó reformar las instituciones educativas, pero la necesidad de votos lo impidió. El expresidente Salinas hizo una reforma innovadora. Uno de los elementos más importantes fue la creación del pago por mérito a los docentes a través de Carrera Magisterial. Sin embargo, al permanecer el control clientelar del SNTE, rápidamente los líderes sindicales tomaron el control de este instrumento fortaleciendo aún más su poder: además de controlar el ingreso, la promoción y la permanencia del magisterio, ahora también controlaban sus aumentos salariales.

Con la democracia, el SNTE no perdió poder, lo multiplicó. Se infiltró en todos los partidos políticos y creó el suyo. Negoció apoyo electoral a cambio de controlar secretarías de educación. En 2006, el expresidente Calderón aceptó su respaldo y le entregó la subsecretaría de educación básica. La CNTE, nacida como oposición al SNTE, repitió el esquema: tomó el control en el sureste y convirtió la protesta en un medio de dominación arbitraria del magisterio.

Entre 2012 y 2018, la reforma educativa fue posible porque el expresidente Peña Nieto ganó sin hacer un acuerdo electoral con el SNTE y el Pacto por México blindó la reforma del clientelismo. El SNTE y la CNTE resistieron, pero la reforma se pudo implantar. En 2019, el expresidente López Obrador revirtió la reforma y reconstruyó el viejo régimen educativo.

El último episodio del líder del SNTE comprometiendo a todo pulmón 5.5 millones de afiliados a Morena simplemente es la cristalización de la restauración del viejo régimen educativo: votos a cambio del control clientelar de la carrera profesional de los docentes, sacrificando la calidad de la educación y asfixiando la libertad de las nuevas generaciones, ya que en el mundo contemporáneo es imposible tener una vida libre y autónoma sin una buena formación académica.

Con información de López Dóriga Digital

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