Entre el Palomar y Pegasus

Alejandro Calvillo
La existencia de El Palomar, un equipo dentro de la gran corporación Televisa dedicado a generar campañas anónimas y bien orquestadas de ataques y desinformación contra los considerados enemigos de esa empresa —así como para favorecer a sus aliados—, expone las prácticas a las que han llegado algunas corporaciones. Es una práctica común en diversas empresas dedicar recursos para atacar, de manera anónima y encubierta, a quienes afectan o pueden afectar sus intereses. El tema aquí es que hay un salto —que podríamos llamar cuántico— desde que comenzaron a utilizar las redes sociales y las nuevas tecnologías, lo que les permite hacerlo de manera mucho más invasiva, oculta y menos visible.
Tradicionalmente, las grandes corporaciones globales han llevado a cabo estas guerras sucias a través de agencias de relaciones públicas, que emplean a columnistas y “opinadores” para atacar, y desacreditar a quienes perjudican sus intereses. Esto ha quedado bien documentado en las campañas lanzadas por las tabacaleras, alcoholeras, empresas de comida chatarra y bebidas azucaradas contra quienes promovemos políticas para regular sus productos. Lo mismo ocurre con los ataques de empresas mineras, desarrolladoras inmobiliarias, extractoras de agua, químicas, etc., contra quienes defienden el territorio y el medio ambiente. En muchos casos, estas prácticas corporativas han llegado al extremo de recurrir incluso a atentar contra la vida de quienes consideran sus oponentes.
Con la llegada del internet y las redes sociales, no sólo grupos políticos las han utilizado, invadiéndolas para contaminar la opinión pública con mensajes contra sus opositores, sino también grandes corporaciones, como lo ha mostrado el caso de Palomar. Agencias como Metrics ofrecen servicios para esparcir estas campañas, aprovechando el anonimato a través de granjas de bots y trolls con cientos o miles de cuentas falsas. Así se forman pequeños o grandes ejércitos, de acuerdo con el objetivo, centrados en generar una percepción negativa hacia el blanco de ataque.
Pero esta guerra sucia de ciertas corporaciones no se detiene ahí; va más allá. El hecho de que Pegasus, el sistema de espionaje más sofisticado de su momento, se utilizara en México para espiar a un académico y dos activistas, quienes en 2016 promovíamos aumentar el impuesto a las bebidas azucaradas y eliminar el etiquetado de alimentos y bebidas que había establecido la autoridad (Cofepris y Salud) en contubernio con Coca-Cola, expuso hasta qué punto pueden llegar las actividades ilegales y violatorias de derechos humanos de algunas empresas.
Este hecho, conocido a escala internacional, llevó a periodistas y analistas a concluir que no había otra explicación: Pegasus se instaló en nuestros teléfonos para proporcionar información a las corporaciones afectadas por el impuesto a las bebidas azucaradas y por la posibilidad de que el etiquetado vigente —ineficaz— fuera reemplazado por uno efectivo, que brindara información útil a los consumidores. Como el que, afortunadamente, tenemos en este momento.
Esta videocolumna, como lo expuse en una colaboración publicada en diciembre pasado titulada “Ataques a esta columna, nado sincronizado” (https://www.youtube.com/watch?v=LTlcAagCgIE), fue objeto de ataques bien orquestados durante un año y medio mediante la activación de trolls. Cada vez que mencionaba a Coca-Cola, FEMSA u otras corporaciones de ultraprocesados —como Nestlé—, los comentarios en el video comenzaban a ser invadidos, de manera programada, por textos vulgares y ataques personales carentes de sentido. Queda claro que se contrató a una agencia para realizar este trabajo: activar un pequeño ejército o banda de trolls.
Los ataques se desataron a partir de la publicación de la videocolumna “La Drogacola: ¿Por qué somos adictos a la Coca-Cola?” (24 de junio de 2023, https://www.youtube.com/watch?v=uYaLR8UdhyA). Este video alcanzó una cantidad de vistas y comentarios sin precedentes en mis colaboraciones: más de medio millón de reproducciones (actualmente supera las 618 mil) y más de mil quinientos comentarios. La resonancia social se debió a un tema que todos reconocemos: la adicción a la Coca-Cola. Sin embargo, una semana después, comenzaron los ataques orquestados. El patrón era evidente: todos llegaban simultáneamente, “en bola”.
Durante ese año y medio, cada vez que abordaba a estas corporaciones de bebidas azucaradas o ultraprocesados, los ataques se concentraban en un lapso de aproximadamente una hora. El resto del tiempo, los comentarios eran esporádicos. Lo más llamativo era que, en la mayoría de los casos, los ataques ocurrían en la primera hora tras la publicación —entre las 12 de la noche y la 1 de la mañana—. ¿Quién estaba pendiente a esa hora para coordinarlos? Los ataques promediaban unos cien por ocasión.
Diversos argumentos se repetían e iban cambiando a lo largo del tiempo: que, si yo ya estaba viejo, que, si era aburrido, que deberían sacarme de,. Sin embargo, algunas ofensas e, incluso, alguna amenaza velada.
Yuval Noah Harari, en su libro Nexus, donde realiza una historia de las redes de información a lo largo del devenir humano, muestra cómo estas prácticas de construir identidades falsas para inundar lo que ahora son los principales medios de comunicación, difundiendo mentiras y creando percepciones al gusto de los más poderosos, ponen en peligro las formas más elementales de democracia: la defensa del interés público, en nuestro caso, la salud y el medio ambiente. Plantea que los gobiernos deberían que ilegalizar a los “humanos falsos” con la misma decisión con que ilegalizaron el dinero falso.
Harari agrega, “prohibir a un humano el acceso a una plataforma de uso público puede ser delicado, y las democracias han de ser muy cautas respecto a este tipo de censura. Sin embargo, prohibir los bots sería mucho más sencillo, pues esa acción no violaría los derechos de nadie, ya que los bots no tienen derecho alguno”.
La democracia solamente podrá sobrevivir a este mundo de las falsedades, donde se crean percepciones con el fin de manipular conciencias, si se sanciona severamente a quienes crean identidades falsas y activan estos procesos: desde quienes pagan hasta quienes se encargan de activarlas. Desde las corporaciones o grupos de interés, hasta las agencias que brindan estos servicios que con los algoritmos y la IA, se multiplican, deben ser investigadas y sancionadas severamente.
Con información de SinEmbargo