A un año del 7 de octubre
Carlos Martínez Assad
¿En dónde estamos a un año del asalto a Israel por parte de las brigadas de Ezzeldinee Al-Qassam, el brazo armado de la organización palestina de Hamas?
En el asalto del 7 de octubre de 2023 fueron asesinadas mil 200 personas entre israelíes y extranjeros. Varios de los 250 secuestrados están muertos, algunos fueron liberados en el único intercambio por palestinoss presos en Israel y nadie sabe las condiciones en las que se encuentran los que permanecen cautivos, incluidos algunos niños.
El Ministerio de la Salud en Gaza eleva a más de 42 mil la cifra de palestinos muertos por los bombardeos de la aviación del ejército de Israel y la invasión por tierra que tiene lugar.
La política israelí está profundamente dividida, lo mismo que la sociedad de la que una buena parte se manifiesta contra las acciones del gobierno pidiendo que se oriente a la liberación de los rehenes.
La Autoridad Nacional Palestina está más debilitada que nunca.
Gaza es un montón de escombros.
Dos millones de gazatíes han sido desplazados, confinados a vivir en pobreza extrema enfrentando una crisis humanitaria.
El prestigio internacional de Israel está muy comprometido, a la par que el de su primer ministro.
El grupo militar de Hamas ha resistido los más fuertes embates y el descabezamiento de su organización.
La población israelí vive con temor, obligada a correr a los refugios a diario ante el sonido de las alarmas por el embate de los cohetes y drones de Hamás que se hacen acompañar de los de Hezbolá.
Se cuentan 60 mil israelíes desplazados y más de cien mil libaneses en la frontera de Israel y Líbano, hasta que con las incursiones aéreas de principios de octubre la cifra se elevó a más de un millón de personas.
De las encuestas se desprende que 67% de los israelíes opinan que su ejército debe incrementar la acciones contra Hezbolá mientras los libaneses afirman que no quieren la guerra, con la excepción de un porcentaje de chiitas.
La Organización de las Naciones Unidas no ha contado con los instrumentos necesarios para una intervención eficaz, incluso el Consejo de Seguridad ha sido rebasado pese a la participación de la mayoría de países de acuerdo con una solución pacífica.
Ha sido la guerra en la que han muerto más periodistas y 220 funcionarios de los organismos internacionales.
Los palestinos de Cisjordania viven una guerra propia frente a los colonos israelíes que ha arrojado una suma elevada de muertos y de presos en las cárceles de Israel.
Con esta guerra Israel ha mostrado de nuevo su capacidad armamentística.
Hamas triunfó colocando a Palestina en el centro de la atención mundial.
Líbano ha desplazado a Gaza como escenario de guerra.
Un alto al fuego resulta inalcanzable.
Hace un año mi posición era optimista en términos del arreglo al que se podía llegar, con una investigación que develara cómo pudo organizarse y ocurrir el asalto de Hamas, por qué no fue interceptada la milicia de Hamas y la autoridad tardó tanto tiempo en responder para acudir en la defensa de quienes vivían allí.
La guerra avanzó sin contención alguna y los gazatíes eran desplazados; muchas voces exigían el alto al fuego, llegaba la ayuda humanitaria para los gazatíes y se vislumbraban negociaciones que permitieran llegar a algún arreglo. Ahora predomina el pesimismo por todo lo que ha sucedido y la incapacidad de las partes de llegar a acuerdos.
No agrego nada nuevo, sino apenas algunos apuntes de lo que sucede hasta ahora. Menciono brevemente las más recientes cuatro guerras en Gaza desde 2008, hasta la de la violencia desatada en el Monte del Templo en 2021, lapso en el que perdieron la vida tres mil 500 palestinos y 90 israelíes, de acuerdo con las más variadas fuentes.
La solución, insisto, no aparece a la vista; Líbano es ahora el objetivo con la insistencia de liquidar a Hezbolá como ha pretendido hacerlo en Gaza con Hamas.
Ya debía entenderse que cien años de guerras intermitentes en esa región no han conducido a la paz que supuestamente los bandos buscan. Y el primer obstáculo es el mismo primer ministro Benjamin Netanyahu, con una posición guerrera que ni las protestas de sus connacionales han logrado convencer. Expresó recientemente: “No permitiré que Israel repita el error de Oslo”, en referencia a la parte de los acuerdos en que Israel se comprometió a dejar la Franja de Gaza y Cisjordania bajo el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina. Lo cual proyecta su intención actual de no retirarse de Gaza luego de acabar con Hamas, como había prometido. También lo calificó de “disparate histórico” y “puente para la destrucción de Israel”.
Hay que agregar que no está solo en sus pensamientos y muchos de los integrantes de su gobierno le siguen, destacando Itamar Ben Gvir, el actual ministro de Seguridad Nacional. Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas, fue uno de los más radicales detractores del Plan de Separación de Gaza por Israel en 2005, encarcelado luego de encontrarle explosivos y combustible en su domicilio, alentadas las autoridades por las amenazas de dinamitar un puente relacionado con los asentamientos.
Por su parte, Orit Malka Stook, ministra de Asentamientos y Misiones Nacioanales, es líder de los colonos sionistas y fundadora de la organización de Derechos Humanos de Judea y Samaria (2004-2012). Apoyó a los médicos judíos que por sus creencias religiosas se niegan a atender a homosexuales.
En favor de encontrar una solución resulta enfática la posición del presidente de Francia, Emmanuel Macron, que expresa su pensamiento. “El abastecimiento de armas, la prolongación de la guerra en Gaza y su extensión a Líbano pueden ser contraproducentes para la propia seguridad israelí”.
La respuesta de Netanyahu fue inmediata: “Israel espera que sus amigos le respalden y no impongan restricciones que sólo fortalecerán el eje del mal”. Y consideró los bombardeos e invasión terrestre de Líbano como el camino adecuado para “la estabilidad, la seguridad y la paz en toda la región”.
En un artículo aparecido en el diario Haaretz de Israel, de Ari Shavit, célebre autor de Mi tierra prometida, escribió: “Hemos sobrepasado el punto del no regreso, e Israel no puede poner fin a la ocupación ni detener la colonización para llegar a la paz. Parece que ya no es posible reformar el sionismo y salvar la democracia. No hay ya el gusto de vivir en Israel”.
Con información de Proceso