El peligro de subestimar a un narcisista

Dr. Juan Manuel Lira Romero
La relación entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ilustra con claridad cómo la personalidad puede redefinir la diplomacia. El reciente incremento de aranceles a productos mexicanos, la política migratoria más restrictiva y la narrativa sobre el combate al narcotráfico se entrelazan en un juego de tensiones donde un factor determinante es la forma en que cada líder concibe y ejerce el poder a través de su personalidad.
Desde la mirada de la psiquiatría, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR) describe el trastorno narcisista de la personalidad como un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía.
Sin pretender emitir un dictamen clínico sobre un personaje público, los rasgos observables en la trayectoria de Trump señalan una tendencia a la confrontación, redefinición de hechos en su beneficio y escaso reconocimiento de errores. Su estilo se nutre de la exigencia de lealtad y la atención mediática constante, reforzando la percepción de ser un actor político impredecible. Características de una personalidad narcisista.
En el extremo opuesto se encuentra la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien se ha distinguido por su carácter disciplinado, su afán por la precisión técnica y la búsqueda de soluciones basadas en evidencia. Desde antes de llegar a la presidencia, su estilo era el de la científica convertida en funcionaria, con un enfoque metodológico casi tecnocrático. Esto contrasta por completo con el temperamento explosivo y volátil de Trump.
La diferencia no se limita a lo formal: mientras que Trump tiende a escalar cualquier diferencia para obtener ventaja, Sheinbaum evita la confrontación directa y explora salidas diplomáticas. Su prioridad es contener los daños: por ejemplo, cuando Trump anunció un nuevo arancel de 25% a las importaciones provenientes de México, nuestra presidenta optó por el diálogo y la cautela en lugar de lanzar medidas espejo de inmediato.
El plazo extendido hasta el 2 de abril para revisar la política arancelaria y migratoria representa una suerte de “prueba de fuego”. Para Trump, no se trata de premiar a México, sino de medir hasta dónde puede presionar antes de obtener una concesión tangible. Este patrón se ha repetido en otras negociaciones internacionales: el líder con rasgos narcisistas pone al rival en el filo de la navaja con fechas límite, amenazas de sanciones y declaraciones incendiarias.
Si Sheinbaum no responde con la dureza que Trump espera, el expresidente podría arreciar sus ataques y buscar un conflicto que le rinda réditos políticos internos. Sin embargo, un contragolpe frontal también lo alimentaría: la controversia mediática es su hábitat natural. He ahí el dilema de la presidenta: contener con diplomacia y al mismo tiempo trazar una línea clara que no sea vista como sumisión.
Después del 2 de abril —ante lo impredecible de Trump—, existen tres escenarios posibles:
Endurecimiento comercial: Trump eleva más los aranceles y endurece sus críticas, amparándose en la “seguridad nacional” o la urgencia migratoria.
Descalificación mediática: si considera que no ha obtenido suficiente atención o no ve la respuesta que desea, podría lanzar ataques verbales que busquen humillar al gobierno mexicano, utilizando redes sociales y foros públicos.
Escalada diplomática: un escenario extremo implicaría sanciones más amplias o condicionamientos dentro del T-MEC, vinculando las negociaciones comerciales a la lucha contra el narcotráfico.
¿Cómo enfrentar a un narcisista sin caer en su juego?
La cautela no equivale a sumisión. Desde la psicología política, sabemos que el narcisista se alimenta de la reacción emocional de su adversario.
La presidenta Sheinbaum, deberá continuar con su estrategia y mantener un discurso mesurado pero firme, evitando confrontaciones estériles. Así como fortalecer alianzas internacionales que refuercen la posición de México ante presiones unilaterales y establecer planes de contingencia y comunicación transparente con los sectores productivos, demostrando que el país no cede ante amenazas.
Subestimar la figura de Trump puede derivar en costos imprevistos, pues no busca solo ganar: ansía consolidar su imagen de invulnerabilidad. La disciplina de Sheinbaum puede ser el mejor antídoto contra la provocación, siempre que transmita un mensaje claro de fortaleza institucional.
En psiquiatría y psicología política se reconoce que un líder con rasgos narcisistas se nutre del caos y la respuesta visceral de su contraparte, por lo que, el verdadero reto para la presidenta radica en impedir que su prudencia se lea como rendición o sumisión. Si logra proyectar determinación y habilidad negociadora, Trump podría optar por dirigir sus embates contra objetivos más vulnerables.
En un choque de personalidades, no siempre gana el más agresivo, sino el que logra imponer su propio ritmo en el juego.
Con información de Reporte índigo