El pontífice pidió a obispos en México una mirada atenta y no adormecida

Ángeles Cruz Martínez

Sin ambages y con un mensaje desde el corazón, en su visita a México en febrero de 2016, el papa Francisco dejó claro su pensamiento y preocupación. Exhortó a los obispos del país a no dormirse en los laureles y evitar dar viejas respuestas a nuevas demandas, en alusión a los retos que plantea el narcotráfico y el riesgo en el que se encuentra la juventud y la migración.

Para los indígenas y sus culturas no pocas veces masacradas, pidió una mirada de singular delicadeza. Durante la reunión efectuada en la Catedral Metropolitana, mediante un mensaje que duró más de 45 minutos, subrayó la necesidad de reconciliar en México con sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente. La riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia son una herencia que convierte al país en una nación única y no una entre otras”, sostuvo.

Además de la cercanía con los feligreses y su devoción por la Virgen de Guadalupe, la visita del pontífice se recuerda por las palabras que dio en Palacio Nacional, frente al ex presidente prisita Enrique Peña Nieto: en la búsqueda del privilegio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, el secuestro y otros delitos que frenan el desarrollo.

Lo más destacado por la extensión de temas que abordó, el tono que utilizó y que incluso se interpretó como un regaño, se dio en el encuentro con los obispos, a quienes llamó a mantener la unidad y el trabajo con los necesitados.

Dijo desconocer si había problemas en el episcopado, pero que, si era el caso, pedía que fueran resueltos, e improvisó: si han de pelear, peléense. Los exhortó a decir lo que sienten como hombres, en la cara, como hombres de Dios que van a rezar y discernir juntos. Si se pasaron de la raya, a pedir perdón, pero mantengan el cuerpo episcopal en comunión y unidad.

Los instó a no tener miedo a la transparencia. La iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar y tampoco se dejen llevar por las ilusiones seductoras de acuerdos debajo de la mesa. Y agregó: no pongan su confianza en carros y caballos de los faraones actuales porque nuestra fuerza es la columna de fuego que rompe la marejada del mar.

Tengan, les dijo, una mirada atenta y cercana, no adormecida e insistió en la importancia de recordar al pueblo “cuán potentes son las raíces que han permitido la síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual.

Sobre el desafío de las migraciones, convocó a los obispos a seguir (a las personas en movilidad) y alcanzarlas más allá de la frontera con Estados Unidos en colaboración con prelados de aquel país, con reconocimiento a sus necesidades y anhelos.

Con información de La Jornada

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