¿Votar o no votar?

Betty Zanolli

“¡Al diablo con las instituciones!”, vociferó por décadas el promotor de una campaña eterna para llegar a la Presidencia de la República y muchos no le creyeron (yo entre ellos): tenía que ser parte del discurso estridente de su propaganda para ganar adeptos, me dije siempre.

De ser cierto, sería tanto como acabar con el país. Imposible pensar que alguien en su sano juicio no sólo pensara, sino que se atreviera a desmantelar la estructura institucional construida en México a lo largo de las décadas. Imposible imaginar que, con el pretexto de acabar con la corrupción, en vez de erradicar esta práctica deleznable y castigar a los responsables de ella, se destruyera lo que millones de ciudadanos creímos indestructible: las ejemplares instituciones jurídico-constitucionales, políticas y administrativas arduamente erigidas y que daban sello y soporte para consolidar la construcción de una Nación, cada vez más garante y defensora de los derechos humanos. ¡Cómo imaginarlo siquiera, comenzando porque muchos de los autodenominados opositores eran los impulsores de que muchas de estas instituciones también hubieran nacido!

Pero la realidad, la macabra realidad superó a la imaginación y sí, a las instituciones se las llevó lo más obscuro de la corrupción, de la necedad, de la sinrazón y de la ambición en nuestro país y están ya perdidas. La gran paradoja es que muchos, la gran mayoría de los corruptos no las abandonaron, solamente cambiaron el color de su chaleco: hoy de color sangre, mientras la corrupción no sólo ha continuado: creció exponencialmente y, aún más, terminó, ella sí, por institucionalizarse al permitir ahora que se le sumen fuerzas aún más negras que ella, permeando y palpitando en todos los ámbitos, en todos los sectores, en todos los territorios, regiones y confines de nuestro país, trascendiendo nuestras fronteras y contaminando, incluso, más allá de ellas.

De México ya no se habla en el mundo de su folclore, músicos, pintores, escritores, filósofos, científicos y juristas. Ha dejado de ser un alto referente de los valores sociales que conforman a una verdadera nación. Hoy México no sólo está desmantelado institucionalmente, lo está socialmente, lo está moralmente: es una de las sociedades más divididas y en creciente pauperización y degradación, porque la corrupción tiene mil caras y esas mil caras están presentes, palpitando, en cada rincón de nuestra Nación. De ahí que quienes conocimos otro México, con todos sus defectos, no damos crédito de lo que estamos viviendo y atestiguando. En cambio, quienes son muy jóvenes con dificultad dimensionan el país que se ha perdido, no pueden dimensionar lo que estamos viviendo y lo que viviremos. Al grado que podría seguir por horas, por semanas, por meses, por años hablando -como tantos otros- de esta tragedia, pero sólo subrayaré algo que será la última página institucional de lo que un día fue un país bajo un Estado de Derecho: este próximo 1 de junio, será el fin de la democracia, legalidad, institucionalidad y civilidad de nuestra Nación.

Creer que con votar a los jueces se ejerce la democracia o, mejor dicho, hacer creer que es una práctica democrática, es una de las más grandes falacias y perversidades de quienes detentan el poder en estos aciagos tiempos. De ahí que no me sorprendo de quienes aún creen en ellos y de quienes desconocen los fundamentos jurídicos y la magnitud de lo que ocurrirá. Me horrorizo, en cambio, de los que en el foro jurídico creen que, a “río revuelto”, ellos saldrán ganando, y más me horrorizan quienes desde el seno jurídico-académico gustosamente lo fomentan. Ellos, mejor que nadie, saben que cuando se han quebrantado los principios y requisitos mínimos legales que impone nuestra Constitución, todo acto cobijado por la ilegalidad y, sobre todo por la ilegitimidad, no sólo es nulo o inexistente, sino que termina siendo -como lo es- un acto antijurídico, anticonstitucional y, por lo tanto, Inmoral.

Votar o no votar NO es el dilema. El verdadero dilema está en el proceso, cuyo origen es execrablemente espurio.

Quienes no votaremos estamos lejos de ser abstencionistas: nuestra conciencia nos lo impide y tenemos la certeza de que no traicionaremos a nuestra Nación. ¿Cuánto nos llevará recuperar las instituciones? ¿Cuándo volveremos a tener un México como el que hemos perdido? No lo sé, pero lo que sí sé es que no puede morir la esperanza. Por eso mismo, hoy más que nunca: rendirse y claudicar no es opción, ni jurídica, política, social ni ideológica: sería el acto de mayor oprobio moral, pues cuando una Nación renuncia a sus valores fundacionales todo está perdido.

Y aunque los dados del destino están ya echados y México ya fue capturado con la infamante “elección judicial”, hay una variable que no quieren admitir los que hoy festinan: México es demasiado grande y su pueblo, el consciente y probo, es más grande que cualquier ambición e interés de unos cuantos traidores.

México no ha muerto y, como el Ave Fénix, resurgirá.

¡VIVA NUESTRA PATRIA!

¡VIVA NUESTRO MÉXICO, que no es sólo de unos: es de TODOS!

Con información de El Sol de México

También te podría gustar...