AMLO: simulación y voluntad
Agustín Basave
El ritual de ungimiento de la heredera al trono de Morena es una triple simulación. Simula que elegirá a una coordinadora del Comité de Defensa de la 4T cuando en realidad escogerá a la candidata a la Presidencia de la República; simula que financiará el proselitismo de los aspirantes con cinco millones de pesos que el partido dará a cada uno de ellos cuando la verdad es que ya han gastado y gastarán muchísimo más dinero público en bardas, espectaculares, acarreos y toda suerte de actos anticipados de campaña; simula que es una competencia cuando lo cierto es que se trata de un protocolo de legitimación del dedazo que ya ejerció el presidente López Obrador en favor de Claudia Sheinbaum. Así pues, el proceso de marras viola triplemente el mantra de AMLO: miente, roba y traiciona al pueblo.
Ya se ha hablado mucho de la violación tumultuaria a la ley electoral en que incurren las precampañas morenistas. Yo me referiré aquí a la tercera simulación, la del intento de legitimar, cubriéndola con un manto de falsa democracia interna, la decisión previamente tomada por AMLO de darle a Sheinbaum la candidatura presidencial. La primera prueba de falsedad es el mecanismo: usar encuestas en lugar de elecciones internas es una confesión de parte. El argumento de que no hay primarias porque pueden ser manipuladas suena a broma. Si hubiera sinceridad se diría, a la luz de las mediciones en los comicios del Estado de México, que las elecciones podrían ser sesgadas por gobernadores y los estudios demoscópicos sólo pueden ser sesgados por el presidente. Cualquier encuestador sabe que el cliente siempre tiene la razón.
Apenas es necesario explicar que la legitimación conlleva un costo político. Abrir un proceso de competencia corcholatera, por fingido que sea, es entreabrir la caja de Pandora. Cierto, la apertura es muy limitada: no hay debates, no debe haber propuestas, el tiempo es bastante corto. Pero el riesgo de que el proceso se salga de control existe. La favorita puede tropezarse, el retador puede dar un golpe mediático contundente; la gente, en suma, puede cambiar su percepción de los aspirantes una vez que los ve actuar a la intemperie. AMLO lo sabe. Su apuesta, sin embargo, es que la correlación de fuerzas se mantendrá como está, es decir, como él la moldeó. Las señales, los mensajes de predilección por Claudia que ha enviado durante cinco años deben ser suficientes para que sus seguidores sepan a quién hay que apoyar. No sólo la presentó siempre como la más cercana a sus afectos; sentenció que no debe haber corrimientos al centro al tiempo que, en su narrativa simbólica, reiteraba su tesis de que Lázaro Cárdenas se equivocó al escoger al moderado Ávila Camacho sobre el radical Múgica. Y todo mundo sabe que hoy el moderado es Ebrard y la radical es Claudia. Aunque es posible, resulta improbable que la aguja de la opinión pública se mueva tan rápida y tan significativamente, más allá del margen de error de la encuesta con el que se puede jugar. No es lo mismo mover tres o cuatro puntos que nueve o diez.
Que Claudia Sheinbaum es la elegida se adivina en el video de su reclamo al presidente del Consejo de Morena. Su actitud fue la de una persona que se sabe empoderada, que acató la puesta en escena para cuidar las formas pero que no tolera el menor raspón de los actores de reparto que son los otros contendientes. La conducta del dirigente de su partido tampoco deja lugar a dudas: reprende a Marcelo por su error de proponer la creación de una Secretaría de la 4T y la designación anticipada del hijo de AMLO como titular –luego rechazada por el designado–, una jugada que pretendía emparejar el marcador de cercanía familiar, al menos en la imagen. Ni hablar. Cuando se acepta a un gran elector se acepta el yugo de intentar complacerlo a toda costa.
Por último, conviene analizar la regla de repartir los premios: al segundo lugar el liderazgo del Senado, al tercero el de la Cámara de Diputados y al cuarto un puesto importante del gabinete. El problema no es que se forje una suerte de gobierno de coalición; el problema es quién es el forjador. Claro que es bueno salir del juego de suma cero del presidencialismo, pero el hecho de que lo imponga el presidente que sale y no lo negocie quien quiere entrar demuestra los afanes transexenales del Jefe Máximo de la Transformación. Imponerle a su eventual sucesora a los operadores del Congreso –uno de ellos su némesis– es maniatarla, y quien los impone es AMLO, el que prioriza el control del Legislativo y de todo lo demás. Es la corroboración del neo Maximato. Divide y vencerás o, mejor, que se haga la voluntad de Montesquieu en los bueyes de mi comadre. El poder estará anca La Chingada.
AMLO ha impuesto los temas de la campaña, la agenda legislativa y ahora los principales cargos parlamentarios. Y lo más importante, antes de eso, quizá desde el arranque de su gobierno, impuso a la candidata oficialista. Veremos si esta imposición resiste la prueba del proceso legitimador de Morena y prevalece el dedo encuestador. Simular tiene sus bemoles, porque franqueza mata parafernalia: a la gente no le gusta que la confundan. Pero si, como decía Ernest Barker, la representación democrática se invierte en el populismo –no es el líder quien representa la voluntad del pueblo sino el pueblo el que representa la voluntad del líder–, AMLO puede sentirse tranquilo. Su voluntad está muy clara a los ojos de la sociedad, y 60% de mexicanos que lo aprueba ya sabe qué debe hacer en esta simulación.