2024: las mujeres y el presidente
Carlos Bravo Regidor
Falta tiempo, las cosas pueden cambiar, pero por ahora ya despuntan con cierta claridad dos rasgos de la disputa hacia el 2024. El primero es la relevancia de las mujeres como candidatas: el valor histórico de su participación y sus posibilidades, la importancia política de sus trayectorias profesional y de vida, las implicaciones de cómo entienden el hecho de que ser del sexo femenino no es lo mismo que ser feminista. El género, por la identidad de las aspirantes punteras o por la perspectiva de sus agendas, es uno de los temas que podrían definir el tenor de la contienda. El otro tiene que ver con el papel del presidente: con el nivel de su intromisión en el proceso electoral, con la centralidad de su figura para el apetito de cambio o continuidad, con qué tanto margen de autonomía dejará que desarrolle quien termine abanderando la causa de la “transformación”. Andrés Manuel no estará en la boleta, pero sin duda estará en la campaña.
Varias voces han querido defender a Claudia Sheinbaum tildando de machistas a sus críticos por señalar su dependencia de López Obrador. Sin embargo, acusan a Xóchitl Gálvez de ser un títere de Claudio X. González. Además de que es una incongruencia, pues defienden a la una de lo que acusan a la otra, es una falsedad, pues la carrera pública de Sheinbaum siempre ha estado muy ligada a la de López Obrador, mientras que la de Gálvez no ha tenido ninguna figura tutelar ni remotamente parecida. Parte fundamental de la estrategia de Sheinbaum, incluso, ha sido pegársele al presidente: mostrarse no solo como cercana a él sino como su favorita, hacer suyas todas sus posiciones y respaldarlo ante cualquier revés o complicación, hasta imitar su estilo y su forma de hablar. Y lo cierto es que le ha funcionado; por un lado, le sale bien, es genuino; y, por el otro, le ayuda a subir en las encuestas, contribuye a su objetivo. Tiene sentido que busque explotar la ventaja que le da su relación con López Obrador, pero no que ella y sus adeptos se quejen de que notarlo es discriminarla. Sheinbaum busca sembrar en la mente del electorado la imagen de que López Obrador le está levantando la mano; no puede ser misoginia reparar en ello cuando ese es –literal– su mensaje.
Xóchitl Gálvez tiene muy poco tiempo de haber anunciado su intención de aspirar a la presidencia. Su propósito había sido, hasta hace unas semanas, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, donde encuesta bien. Pero en diciembre pasado interpuso un amparo contra el presidente por una declaración mañanera que la acusaba de querer eliminar los programas sociales. Gálvez ganó y hace cuestión de un mes, a principios de junio, un juez ordenó a Palacio Nacional permitirle ejercer su derecho de réplica en la propia conferencia matutina. López Obrador optó por desacatar y le negó el acceso. En el entorno de un campo opositor ávido de liderazgos competitivos, novedosos, carismáticos, capaces de aglutinar a diversos electorados y sin “cola que les pisen”, esa fue la plataforma que le permitió catapultarse a la carrera por la presidencia. La imagen no podría ser más expresiva ni contrastante: Andrés Manuel le levanta la mano a Claudia; a Xóchitl, le cierra la puerta. Una se postula con el apoyo del presidente; la otra, contra su hostilidad.
Durante este sexenio las protestas de las mujeres han representado uno de los focos de conflictividad que más se le han complicado al gobierno. Además, sus decisiones de política pública (en materia, por ejemplo, de estancias infantiles, refugios para víctimas de la violencia doméstica, escuelas de tiempo completo, feminicidios o brechas salariales) no se han caracterizado precisamente por incorporar una perspectiva de género. Y ni qué decir del tradicionalismo sobre la “familia mexicana” del que ha hecho gala una y otra vez López Obrador. Que la sucesión se encamine por un rumbo en el que se entrecruzan tanto las mujeres y el presidente anticipa no solo que el obradorismo tendrá que rendir cuentas respecto a una temática que le es poco favorable, sino también un nuevo nivel de politización respecto a múltiples pendientes y deudas largamente postergadas. No es una mala noticia, al contrario. Para eso sirve, también, la competencia democrática.