Cultura y militarización, vidas paralelas
Jorge Eduardo Aragón Campos
Hasta donde se sabe ahorita, Carlos Alfonso Ramírez Reyes es hijo de quien fuera el último noviecito formal de Beatriz Gutierrez Muller, la hoy esposa del segundo advenimiento; hay que reconocerle y agradecerle a la autoridad municipal, por tomarse la molestia de traerse desde la CDMX a un talento con semejantes credenciales, para ponerlo como director de Cultura Municipal. No me chupo el dedo, sé que todo el párrafo exuda sarcasmo y por ello aclaro que no es así: dado el perfil cultural de los culichis y el alto nivel de su gremio artístico, en verdad considero es un honor fulanito haya aceptado venir a una ciudad enclavada algo adentro de la región donde terminaba la cultura y comenzaba la carne asada, pero que sin duda se ha transformado para ser ahora donde comienza el marisco semicrudo.
Si no está usted enterado del asunto que surgió durante un evento musical organizado con motivo del aniversario de la ciudad, donde proyectaron imágenes del chapo Guzmán, convirtiéndose en nota internacional y también diera pretexto a Putin para invadir Barrancos, lo único que puedo decirle es que no me extraña nadita su ignorancia sobre el tema, porque si nos remitimos a lo que ha sido la historia de la cultura mexicana estos últimos 40 ó 30 años, vamos a encontrar una pasmosa similitud con lo que ha sido la historia de la seguridad mexicana durante ese mismo lapso: encargársela a quien sea el menos indicado para esa tarea. A mí no me van a contar, el primero que pretendió usar a la cultura para socializar la responsabilidad sobre la inseguridad pública, fue Luis Echeverría Álvarez y lo único que obtuvo fue que lo mandáramos a inflar burros por el niple. No como otros.
Todavía hoy, muchos siguen haciéndose los que no se acuerdan, pero fue durante el sexenio de Miguel de la Madrid que el sector cultural mexicano “las dio”, pero eso sí, como las dan los meros machos de Tepatitlán: volteando para el otro lado y con el mantra “no me gusta”. Septiembre de 1982 era el albor de una Renovación Moral de la Sociedad prometida por de la Madrid, como respuesta y solución a los estragos por la corrupción excesiva y la mala administración de los dos sexenios anteriores (LEA y JLP), eso sí, jamás aseguró que él era distinto y por lo tanto no encarceló a ningún corrupto importante, pero sí logró vender la idea de que para que exista un corrupto debe existir un corruptor, por lo tanto la corrupción sí es sistémica, está en todos lados y todos recurrimos a ella y eso nos hace cómplices y culpables, porque es “cultural” (les recuerda a alguien?). Así es amigos, todo inició por una pinche palabra (¡Pero me entendieron! ¿No?) donde revolvieron la gimnasia con la magnesia; una práctica común contra los pueblos ágrafos, señalaría Jorge Medina Viedas (QEPD). No es que la palabra lo haya provocado todo, fue el inicio en el sentido de que fue la primera señal de alerta sobre los alcances de un viejo asunto que todavía hoy insisten en no zanjarlo: la historia nunca podrá ser una ciencia por ese pecado original de confusión acerca de su objeto de estudio, viene de ahí porque la señorita se emperró en ser una de las bellas artes y enredó todo hasta producir al día de hoy el fango donde van y se atascan los que tienen su actual modus vivendi en esa quimera a la que hoy se le dice “cultura”. Como ocurre con ustedes YSQ. Pero el espacio se nos acabó por hoy, así que continuaremos en la próxima.