La marcha de nuestra democracia

Antonio Salgado Borge*

Tanto la oposición como el oficialismo harán campaña este año con el botón de pánico presionado. El PAN y sus aliados dirán que otro gobierno de Morena abriría las puertas al autoritarismo, mientras que el presidente y quienes lo apoyan argumentarán que los partidos conservadores destruirían nuestra democracia con sus simulaciones y su elitismo. En ambos casos la elección de la opción “incorrecta” es interpretada como un respaldo a la regresión democrática y al oscurantismo.

El uso electoral del alarmismo no es novedoso ni sorpresivo. Este recurso puede ser productivo para atraer nuevos votantes o galvanizar bases que, de otra forma, probablemente permanecerían instaladas en la indiferencia. Presentar al rival como un riesgo existencial también es útil cuando se trata de desviar la atención de las fallas propias más graves, o para evitar la necesidad de articular proyectos concretos. En consecuencia, incluso si ambas partes estuvieran mintiendo, podemos anticipar campañas con poca inteligencia y muchos berridos.

Desde luego sería peor si alguna de las dos narrativas alarmistas mencionadas arriba resultara ser cierta. Y es que, cuando una de las dos únicas alternativas electorales con posibilidades reales de ganar es antidemocrática, cada elección equivale a un giro del cilindro en una ruleta rusa. Por ejemplo, incluso si el Partido Demócrata triunfase este año en Estados Unidos, eventualmente regresará a la Casa Blanca el Partido Republicano. Y cuando eso ocurra, de mantenerse con vida el trumpismo, la democracia estadunidense entraría en pausa.

El alarmismo en campaña. Estrategia conocida. Foto: @nacion321

Todavía más grave resulta cuando, de dos narrativas alarmistas encontradas, ambas tienen fundamentos.  Por desgracia, este es el caso de México.

Cuando la oposición y quienes la alientan hablan de democracia, la entienden en su sentido liberal; es decir, en un sentido que implica aspectos como la conformación de un sistema de pesos y contrapesos que limiten al Poder Ejecutivo, aspectos formales o procedimentales y el respeto a los derechos individuales. 

El gobierno de AMLO es abiertamente contrario a esta idea liberal de democracia. El uso que el presidente hace de la fórmula populista, su intención de desmantelar algunos organismos autónomos, su falta de trasparencia, el movimiento para pasar proyectos prioritarios por encima de los debidos procesos, el uso discrecional de la justicia o la idea de que otros poderes deben subordinarse al ejecutivo son clara muestra de ello.

No hace falta ser Ernesto Zedillo para aceptar que para AMLO y para Morena los fines justifican los medios. Cuando los aspectos de la democracia liberal son un obstáculo para sus objetivos, proceden a deshacerse de esos aspectos. 

En contraste, cuando “democracia” se entiende en un sentido iliberal, como lo hace buena parte de la derecha en el mundo y un segmento de la izquierda en México, es la oposición la que resulta un riesgo. 

Aunque hay quienes piensan que una democracia iliberal es imposible, para efectos de este análisis lo que importa es que en una democracia iliberal lo central no son los aspectos mencionados arriba, sino dar voz a la gente y defender los derechos del pueblo a través de un líder supremo e indisputable. Es justamente esta discrecionalidad la que lleva a los críticos de la idea de democracia anti-liberal a calificarla de “autoritarismo por consenso”. 

Con Trump. La democracia “en pausa”. Foto: @realDonalTrump

Entendida la democracia de este modo, es fácil ver que el presidente tiene razón cuando afirma que algunos de los elementos liberales empujados por la oposición en el pasado han resultado estorbosas simulaciones o han funcionado como puertas traseras por las que se han colado los intereses de las élites. Ejemplo de lo primero son la falta de independencia o cinismo de quienes encabezan algunos contrapesos, como Lorenzo Córdova. Ejemplo de lo segundo son las políticas que sostuvieron la caída grosera del poder adquisitivo o el salvaje recorte en las pensiones de retiro.

Con la distinción entre democracia liberal y democracia iliberal, y considerando la oferta electoral de la oposición y del oficialismo, la conclusión obligada es que tienen razón ambos bandos. Si triunfa la oposición es previsible un regreso al elitismo simulador de 2018; si lo hace el oficialismo continuarán desmembrando, uno a uno, los aspectos más liberales de nuestra democracia.

El panorama anterior es suficientemente desesperanzador. Pero todavía más desalentador resulta que la oposición sea liberal sólo de membrete. Prueba de ello es que en estados que considera referente de sus buenos gobiernos, como Yucatán, la separación de poderes es virtualmente inexistente, el gobernador controla organismos que tendrían que ser contrapesos (como la comisión de derechos humanos o la fiscalía anti-corrupción) y la policía viola derechos humanos a diestra y siniestra.

Por su parte, el oficialismo defiende al pueblo y limita a las élites sólo de dientes para afuera. De no ser este el caso, habría impulsado una reforma fiscal agresiva y redistributiva, los hombres más ricos del país no hubiesen aumentado sus fortunas, la mayoría de las élites abusivas a las que se juró combatir no tendrían las puertas abiertas en los gobiernos de Morena y no gozarían de una impunidad total quienes se beneficiaron del gobierno en el pasado o se benefician actualmente.

Mítines políticos. Saltos de fe. Foto: Miguel Dimayuga 

En la coyuntura política actual, ambos bandos del espectro político aseguran un grado de regresión democrática. Ni Morena ni la oposición nos ofrecen los aspectos más valiosos de una democracia liberal. Tampoco nos entregarán los posibles beneficios de un salto de fe afortunado hacia el iliberalismo. 

La esquizofrenia política y el alarmismo que ambos promueven, y que tantos réditos electorales generan, sólo sirven para ocultar una verdad tan incómoda como relevante: suponer que para detener nuestra regresión democrática es suficiente con votar por la opción “correcta”, es confortante, pero falso. Y mientras esta ilusión siga siendo aceptada acríticamente por millones de personas, seguiremos sin reconocer la democracia que se nos marcha.

*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido.

Con información de Proceso

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