El fin de la aventura religiosa de AMLO
Bernardo Barranco V.
Desde antes de su campaña electoral de 2018, Andrés Manuel López Obrador sorprendió a todos utilizando el discurso religioso como refuerzo moral de su discurso político. A todos sorprendió la alianza electoral con el Partido Encuentro Social (PES), un partido confesional de corte evangélico-pentecostal. La militancia de izquierda secular de Morena se sentía especialmente agraviada por ir en una misma travesía con un partido que reivindicaba la familia tradicional, se erigía antiderechos y exaltaba valores fundamentalistas.
Como presidente, López Obrador se convirtió en un factor que legitimaba el regreso de la religión a la vida pública. De manera intrépida convirtió lo religioso en un valioso componente político. Al menos así lo explicitó en su agenda pública en los primeros años de su gobierno.
Sin embargo, después de cuatro años, el input religioso de AMLO se ha desdibujado. Probablemente la atmósfera de polarización política ha propiciado cambiar agendas y prioridades. Pese a su apertura, especialmente sus gestos hacia las comunidades evangélicas, AMLO confirma que las Iglesias no acompañan en lo general los cambios que empuja la 4T. O no lo apoyan como él habría querido. En especial la Iglesia católica, de la que se ha distanciado notablemente.
El 1 de diciembre de 2018, después de la solemne toma de posesión presidencial, participó en una ceremonia mexicanista neochamánica. Concurrió en un ritual de purificación donde algunos representantes de los 68 pueblos originarios de México le entregaron el bastón de mando con el cual reconocían y consagraban su liderazgo. En giras se le veía participando en ceremonias santeras. En las mañaneras eran frecuentes las alusiones a la Biblia y las referencias al Papa Francisco. Hace dos años se hablaba de un presidente misionero con una visión mesiánica al pretender desde la moral de la religión restituir el tejido social dañado y ofrecer al pueblo el bienestar del alma.
Un hombre de Estado que exhortaba la primacía de lo espiritual sobre lo material. Más de uno se desconcertaba al advertir que el presidente incurría en oficios propios de un ministro de culto y no de un jefe de Estado. Son parte de la audaz y llamativa convocatoria de un gobernante astuto que encontró en lo religioso un insospechado capital político. Sus continuas incursiones a textos sagrados nos colocan ante un presidente convertido por momentos en un predicador. No sólo por las invocaciones bíblicas, sino porque pareciera convencido de responder a un llamado divino para salvar a la patria.
Era claro que AMLO reivindicaba la libertad religiosa y la equidad del Estado hacia las diversas creencias e Iglesias. Ofrecía piso parejo y limitaba el tradicional trato preferencial hacia la Iglesia católica. Sin embargo, se le reprochaba infringir la histórica separación entre el Estado y las Iglesias. Paradójicamente el presidente quebrantaba un principio juarista.
AMLO no es un accidente. Es evidente la irrupción de los evangélicos en la política en muchos países de América Latina. El entramado actual sería incomprensible sin entender las principales tendencias y grandes cambios en la configuración de nuevos mapas político-religiosos en la región. Hay una profunda reconfiguración de lo sagrado. Por un lado, la debacle del catolicismo que se empalma con el ascenso político de los grupos religiosos pentecostales. México no escapa a la emergencia, duradera o pasajera, de nuevos actores religiosos a la arena política. Debemos reconocer, en cambio, que México no es Brasil ni Colombia. México, junto a Uruguay, tiene una tradición laica arraigada, muy distinta a casi todos los países latinoamericanos.
Podemos registrar que a raíz de la crisis sanitaria del covid 19 se fueron opacando la referencias bíblicas y mesiánicas de la cabeza de la 4T. Hubo un punto de quiebre cuando la senadora de Morena por Zacatecas, María Soledad Luévano Cantú, propuso una iniciativa de reforma a la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. La iniciativa eran acuerdos de Ricardo Monreal con diversas Iglesias, en especial la católica, e implicaba la apertura y participación de las Iglesias en el ámbito público. En la mañanera del 16 de diciembre de 2019 el presidente rechazó la propuesta, reivindicando el Estado laico.
Dijo entonces: “No considero que modificar este principio ayude; al contrario, ya en su momento hubo confrontación y eso motivó hasta una invasión extranjera, entonces no nos metamos en ese terreno… Creo que todo mundo, la mayoría de los mexicanos, está de acuerdo en que prevalezca el Estado laico, lo que establece la Constitución, y el Estado laico, también hay que decirlo, contempla garantizar la libertad religiosa”.
Así mismo consideró: “Esto está resuelto desde hace más de un siglo y medio, con la separación del Estado y la Iglesia; a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
El contenido de la reforma habilitaba la incursión de las asociaciones religiosas en la radio y la televisión, la capellanía espiritual al interior de las instituciones del Estado y, entre otras cosas, la celebración de convenios en torno a tareas dirigidas a la reestructuración del tejido social.
Además se desencadenaron sucesos que debilitaron la postura de AMLO. La constitución moral prometida nunca cuajó ni tampoco las cartillas morales. En dos ocasiones el PES no alcanzó el 3% de la votación y perdió su registro. El dirigente del PES, el político evangélico Hugo Eric Flores, se desvaneció; mientras que la interlocución del pastor Arturo Farela, de Confraternice, no le alcanzó para llenar una vacante demandante ni contó con el reconocimiento de las iglesias. La apertura de AMLO al picaporte evangélico significó un progresivo distanciamiento con la Iglesia católica. Ésta ha perdido privilegios. A raíz del asesinato de los dos jesuitas en la Tarahumara, el episcopado se ha convertido en una cripta de oposición abierta a la 4T, con un intercambio áspero de declaraciones. En un segundo momento, la cúpula de la Iglesia rebasó la línea y confrontó directamente al presidente López Obrador. El episcopado emitió un duro comunicado en defensa del INE. Lo exaltó como un instituto confiable de gran reconocimiento internacional y calificó la reforma de AMLO como regresiva y un agravio a la vida democrática del país.
Pareciera que el ímpetu religioso de AMLO se vino abajo.