Lo importante de la cumbre fue el antes y el después
Jorge G. Castañeda
Habrá comunicados y discursos, como siempre sucede en estas cumbres —es la décima—, fotos, abrazos y chismes, pero lo verdaderamente importante en la relación entre los tres países ocurrió antes y ocurrirá después de la reunión. En el primer caso, se trata del acuerdo migratorio de México con Estados Unidos sobre el intercambio de cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos (como si fueran ganado) anunciado la semana pasada. Después del encuentro, Washington y Ottawa decidirán si obligan a López Obrador a ir a un panel sobre la Ley de la Industria Eléctrica y otros aspectos de la política energética del gobierno mexicano.
Sobre lo primero, ya traté de explicar lo que se sabe hasta ahora. Con un detalle adicional divertido, publicado en los medios norteamericanos: aparentemente, México prefirió que Biden no extendiera ningún financiamiento para atender a los 360 000 deportados de los cuatro países que vamos a recibir “para no perder autonomía”. Me imagino que se trata de la “autonomía” para tratarlos a patadas, como acostumbra el Inami y su jefe Garduño. Conviene recordar que en 2015, cuando el turco Erdogan se comprometió a quedarse con un par de millones de refugiados sirios y afganos, la UE le hizo una primera entrega de 6000 millones de euros a Ankara. Afortunadamente nosotros somos ricos y no necesitamos los pinches dólares de los gringos.
Sobre el T-MEC todo parece indicar que el desenlace de las negociaciones y del recurso por Estados Unidos y Canadá al mecanismo de solución de controversias surgirá más adelante: dentro de unas semanas, o hasta 2025. El primer ministro Trudeau declaró en una entrevista antes de llegar a México que él y Biden le iban a plantear seriamente el problema a López Obrador. El consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, dijo en México que “la administración podría tomar la decisión de formalizar sus quejas contra México (es decir, pedir el panel) si los dos líderes no llegaban a un acuerdo esta semana”. Me da la impresión que es puro jarabe de pico: creo que Biden no va a correr el riesgo de ir a un panel que México perdería y que por tanto lo conduciría —no obligatoriamente— a imponer aranceles.
Lo que es evidente a estas alturas es que el tema comercial habrá sido conversado en las reuniones, pero sin una verdadera negociación. La Representante de USTR no acompañó a Biden a México. López Obrador seguramente les ofreció una larga conferencia a sus invitados sobre la importancia de CFE y Pemex en la historia de México, sobre la interpretación correcta del artículo 8 del T-MEC y la soberanía mexicana sobre los recursos del subsuelo, y la corrupción de Iberdrola. Pero a menos de que Estados Unidos concretice una amenaza real de represalias en otro ámbito —circulan muchos rumores al respecto— no tengo la impresión que AMLO recule.
Ellos saben que el sexenio ya casi se acaba. Faltan 17 meses para las elecciones presidenciales, y veinte para el cambio de gobierno. En materia de negociaciones comerciales, es un parpadeo. Mejor esperar que amanezca, pueden pensar los norteamericanos, con algo de razón. A reserva de que las presiones de los inversionistas y de los legisladores vinculados a ellos se vuelvan irresistibles para Biden. Pero si nos basamos en la actitud del mandatario estadunidense con López Obrador —de apapachador y complaciente—, es muy posible que puedan patear el bote para adelante. Para fortuna del mexicano, y para desgracia de México.