¡Cuidado… ellos son capaces de todo!

Pedro Mellado Rodríguez

Siempre han estado ahí. Son como un río subterráneo, de aguas oscuras y viscosas. Siempre en las sombras, escondidos en las catacumbas y abrigados por sus rancios, y en muchos casos falsos blasones, que presumen, les conceden el privilegio de mandar sobre la vida y los destinos de la gente ordinaria, de los infieles, los ignorantes y los incultos, y en la mayoría de los casos y de los tiempos, con la bendición de un Dios que interpretan ajustado a su cinismo e hipocresía, a quien rinden culto para instaurar su reino sobre la tierra y sobre los hombres, por las buenas o por la malas. 

En este imperio, inspirado en la presunta gracia divina, ellos, los exquisitos y los acaudalados, los que se asumen como gente decente y de bien, serían, por destino manifiesto, los administrados únicos, o por lo menos, integrantes distinguidos, de su muy exclusivo consejo de administración.

Ahí han estado siempre, desde la etapa histórica de la colonia española, desde “El Siglo de la Integración”, desde que fuera concebida la brutal división y separación, entre la “República de los Indios” y “La República de los Españoles”, a las que se refieren los historiadores Andrés Lira y Luis Muro, en un capítulo de la Historia General de México, editada por el Colegio de México en el año 2000. 

Describen este proceso que ocurrió en el Siglo 16, en la centuria de los años comprendidos en el 1500, en las décadas posteriores a la Conquista de México y durante el sometimiento de los pueblos de América Central.

“A los indios trató de incorporárseles a la más pura cristiandad, según la entendían entonces los españoles, conmovidos por las guerras que se desarrollaban dentro y fuera de Europa, contra herejes e infieles. Con ese objeto se procuró que los indios quedaran aparte de los propios españoles que pasaban a Nueva España, pues estos hombres de presa y de empresa, más querían servirse de ellos, que no doctrinarlos en la doctrina de Cristo y ver por su salvación. A este intento obedeció la creación de los cabildos en los pueblos de indios, siguiendo el modelo del Gobierno municipal español”, advierte la reseña histórica.

¿Cuáles fueron las consecuencias inmediatas de este proceso de segregación? “Las autoridades tradicionales fueron desplazadas en muchos pueblos por advenedizos, ya macehuales (peones, jornaleros, vasallos) o gente del común, ya por otros principales que se prestaban a los manejos de encomenderos y alcaldes mayores, eclesiásticos y otras personas interesadas en domeñar a los pueblos para aprovecharlos en sus granjerías y negocios”.

En la acera de enfrente, el mundo de los privilegios y de los privilegiados, por la gracia de Dios y de su majestad el rey de España.

“La República de Españoles se desparramaba por todo el territorio novohispano. Ciudades y Villas eran las poblaciones con prestigio y título reconocido, y sus habitantes eran reputados como ‘vecinos’ o cabezas de familia ‘española’; es decir, sujetos y vasallos que no tenían, como los indios, obligación de tributar. Podían aspirar a los cargos de los cabildos todos los hombres de orden que no fueran indios, ‘mestizos’, negros o castas, aunque (…) se consideraba legalmente ‘españoles’ no sólo a los criollos, sino a los mestizos nacidos de unión legítima y a los que tuvieran una débil proporción de sangre india (hijos de ‘castiza’ y español), y que muchos de ‘color quebrado’ conseguían verse inscritos como ‘españoles’ por diversas mañas y desde luego, cuando habían adquirido prestigio por sus bienes u otras razones” (Lira y Muro, Historia General de México, Colegio de México, 2000: Páginas 344, 347 y 348).

Fue esa oligarquía abusiva y depredadora la que celebró la captura y ejecución del cura Miguel Hidalgo y Costilla, y del capitán insurgente Ignacio Allende, el 30 de julio de 1811, y que sus cabezas, encerradas en jaulas, fueran exhibidas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, justo el mismo lugar en donde el Padre de la Patria había obtenido, en nombre del pueblo y con el pueblo, su primera victoria en los inicios de la Guerra de Independencia.

Fue esa misma oligarquía, la que al grito de “religión y fueros” se levantó en armas en diversas regiones del país para tratar de impedir la vigencia y la aplicación de la Constitución Política de 1857, que establecía los principios que derivarían después, con las leyes de Reforma, en la separación de los asuntos de Dios, representados por la Iglesia Católica y sus muy conservadores partidarios, y los asuntos que desde entonces son potestad del Estado laico.

El 17 de enero de 1858, esa misma oligarquía apoyó el golpe de Estado de Félix Zuloaga contra el Presidente Ignacio Comonfort y su pronunciamiento para abolir la Constitución de 1857. Luego de la renuncia de Comonfort, Benito Juárez asumió la Presidencia de la República por mandato de Ley, pues además de su carácter de Vicepresidente era también presidente de la Suprema Corte, a quien correspondía sustituir al Presidente constitucional en caso de su ausencia definitiva. Así, con un Presidente legal y otro de facto, inició la Guerra de Tres años (1858-1861), periodo en cual fueron proclamadas las Leyes de Reforma, promovidas por el Presidente Juárez.

Fueron esos mismos conservadores quienes desde 1856 empezaron a negociar con Napoleón III, emperador de Francia, la instauración de un imperio en México, destinado para el príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo, quien el 10 de abril de 1864 fue proclamado emperador de nuestro país, en su castillo de Miramar, en la costa adyacente a Trieste, Italia. Maximiliano fue derrotado, capturado y fusilado el 19 de junio de 1867 por las tropas republicanas del Presidente Benito Juárez.

También estuvo presente la sombra de la conjura de esa oligarquía que en 1913 apoyó la rebelión de Bernardo Reyes y Felix Díaz, quienes el 17 de febrero apresaron al Presidente constitucional Francisco I. Madero, el “Apostol de la Democracia”, y al Vicepresidente José María Pino Suárez, quienes con la complacencia y complicidad del Embajador estadounidense Henry Lane Wilson, fueron asesinados en la noche del 22 al 23 de febrero, por órdenes del chacal Victoriano Huerta, que con el aval del Gobierno de Estados Unidos usurpó el poder.

Igual fue esa oligarquía beligerante la que se opuso tenazmente, con el respaldo de la iglesia católica y de las élites de potentados, a la consolidación del proyecto del Presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), orientado a beneficiar a los pobres y a los desvalidos de las ciudades y el campo, que nacionalizó la industria petrolera y pugnaba por un Estado nacionalista, que defendiera los intereses de la mayoría del pueblo sobre los apetidos y desmesuras de las élites privilegiadas.

El mundo no ha cambiado mucho. En los más recientes 40 años el país fue objeto del saqueo y los abusos de una oligarquía depredadora, en la que se entreveran una élite empresarial muy poderosa, una clase política corrupta, una intelectualidad servil y un sistema de medios que es caja de resonancia de las proclamas de quienes en nombre de la democracia y la justicia, pretenden preservar privilegios.

La oligarquía sigue ahí, sólo que con rostros diferentes. Ellos siguen ahí, agazapados y escudados en organizaciones presuntamente ciudadanas que representan sus intereses, enlazados con una ultraderecha beligerante y gritona, con una clase política proverbialmente corrupta y servil, y medios de comunicación que entonan a coro las consignas que pretende crear una realidad -en los actuales tiempos, una realidad virtual-, que justifique sus reclamos, acechanzas y ataques, hasta violentos y directos, sobre un poder público que se resiste a seguir jugando el papel de gerente de la oligarquía.

Su historia la describe como un poder con alcances ilimitados, que lo mismo amenaza, intimida y mata. La oligarquía está desesperada ante la inminente derrota que podría conducir, luego del 2024, a la profundización de la Cuarta Transformación y de un nuevo modelo de Nación, sobre el cual no podrán reclamar derechos de propiedad, ni fueros y mucho menos privilegios que vayan en detrimento del bienestar y la felicidad de la mayoría. Por eso es delicado el preámbulo de las próximas elecciones, porque la historia nos muestra que esa oligarquía rapaz y desmesurada, es capaz de todo.

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