Diplomacia para la paz; el llamado de Lula

Olga Pellicer

El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil por segunda vez ha dado lugar a múltiples especulaciones sobre el grado en que el viejo luchador sindical desea recuperar su bien conocido gusto por el liderazgo internacional. La posición geopolítica de Brasil ofrece condiciones ideales para buscarlo. Es el país más grande de América Latina, con frontera con nueve países sudamericanos en algunos de los cuales, Bolivia, por sólo dar un ejemplo, ejerce una influencia económica y política indudable.

Su conocido cuerpo diplomático profesional, formado en Itamaraty, se conoce como uno de los grupos más capacitados, disciplinados y capaces de negociar exitosamente en el ámbito internacional. Brasil es el país con mayor número de embajadas en el sur global, principalmente en África; mantiene buena relación con potencias intermedias a través del llamado grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); es el país latinoamericano que mayor número de veces ha participado como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU; son conocidos sus llamados para la ampliación del número de miembros permanentes de ese órgano, de los cuáles desea ser parte. En resumen, es un actor en búsqueda de presencia e influencia en asuntos internacionales. ¿Se dan las condiciones para que lo logre? ¿En caso de lograrlo, que implicaciones tendría para México?

La primera acción para entrever los intereses internacionales de Lula ha sido, sin duda, la visita a Biden que se llevó a cabo hace pocos días. El encuentro se dio, como tituló con acierto el Washington Post (10/02/23 ) A la sombra de la insurrección del 6 de enero en Washington. En efecto, el comportamiento de sus opositores dio a ambos presidentes el motivo común de defender la democracia, así como su rotunda oposición a los métodos violentos de quienes ponen en duda las instituciones democráticas y los resultados legítimos de sus procesos electorales. La toma del Capitolio en enero de 2021 y los intentos similares en Brasilia en febrero de 2023 convirtieron a Biden y Lula en socios y amigos que se refuerzan mutuamente a favor de una misma causa.

El segundo tema en que hubo importantes coincidencias fue la defensa de la selva amazónica, uno de los objetivos más importantes para la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático, temas centrales para el gobierno de Biden. Los resultados alcanzados en esta reunión no fueron espectaculares, pero el compromiso está ahí para poner en marcha una cooperación de gran calado que incentive la participación de otros países y eleve la toma de conciencia en el mundo entero sobre la importancia de conservar la mencionada selva.

Ahora bien, dos puntos alejan seriamente a Biden y, en general, a los miembros de la OTAN de los objetivos internacionales de Lula: la guerra en Ucrania y la relación con China. Mientras la OTAN acelera el envío de armamento para fortalecer la ofensiva ucraniana contra la invasión rusa, Lula propone una diplomacia para la paz a través de la cual se logre, lo más pronto posible, poner fin a la guerra. La propuesta del brasileño conduce a reflexionar sobre los motivos de miradas tan opuestas respecto al camino a seguir. Lo primero es reconocer que los grandes problemas de la política internacional contemporánea no corresponden exclusivamente a los países occidentales. Las consecuencias de la guerra que se está librando afectan al mundo entero.

El conflicto entre Ucrania y Rusia forma parte de los grandes cambios geopolíticos que están ocurriendo en el presente siglo entre los que se encuentran la disputa de Estados Unidos y China por la hegemonía mundial, el nuevo armamentismo que se ha desatado en ambos países, los impresionantes avances tecnológicos y la necesidad urgente de pensar en un nuevo sistema internacional en cuyo diseño deben participar los países de desarrollo intermedio y potencial de crecimiento entre los que se encuentran, según los criterios seguidos al crearse los BRICS, India, Sudáfrica y Brasil. Está abierta la pregunta si debía integrarse México.

La posición brasileña ante Ucrania no tuvo repercusión en los medios de comunicación estadunidense que se limitaron a señalarlo como un motivo de desacuerdo; tampoco obtuvo comentarios en los medios europeos. El único apoyo ha surgido del llamado Grupo Puebla, un centro de pensamiento informal integrado por intelectuales y servidores públicos latinoamericanos.

La verdadera prueba de hasta dónde puede volar la propuesta brasileña se dará durante la visita de Lula a China en marzo del presente año, misma que, según se sabe, está siendo preparada con enorme cuidado y una agenda muy amplia. Los objetivos deben ser en primer lugar de carácter económico, ya que actualmente China es el principal socio comercial y de inversiones de Brasil. El entendimiento sobre el futuro de la guerra de Ucrania ocupará un lugar importante, pero no sabemos cuánto.

¿Qué significado tiene para México? Tres comentarios muy rápidos: López Obrador y Lula son personalidades muy distintas al actuar en la política internacional. Para el primero no es una prioridad; por el contrario, es uno de los aspectos más descuidados de su gobierno; para el segundo siempre ha tenido un lugar sobresaliente.

Lula se encuentra en el inicio de su gobierno, AMLO en la fase final. Pronto será, como se dice coloquialmente, “un pato cojo”.

Finalmente, la mirada hacia México de Brasil en política internacional no es amistosa. Las élites políticas brasileñas coinciden en ver a México como un país “que pertenece al norte”, en particular desde la firma del TLCAN. Asesores cercanos a Lula, como Celso Amorín, comparten plenamente esa apreciación.

Tocará al próximo presidente de México decidir cómo reconfigura el papel de México en el mundo y cómo construye un buen entendimiento con Brasil, de suerte a favorecer la acción conjunta de los dos grandes de América Latina. El resultado podría ser muy benéfico para la región y los intereses de sus pueblos, pero muy difícil de lograr. Ojalá se tenga éxito. 

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