Las aguas negras del neoliberalismo…y el aspartame

Alejandro Calvillo

En los años 70 y 80 del siglo pasado, en los que estaba en efervescencia el movimiento latinoamericano contra las intervenciones estadounidenses en la región, la Coca-Cola y también, por su parte, la PepsiCola, fueron bautizadas como “las aguas negras del imperialismo”. El intervencionismo en la región no solamente era a través del gobierno estadounidense, también a través de sus grandes corporaciones que se armaban con grupos de choque y controlaban el poder político, como fue el caso de la United Fruit Company en Centroamérica.

Sin embargo, en esos años no existía consciencia del daño a la salud que esos productos provocaban, tampoco se daba un consumo tan alto de estas bebidas. La penetración de estas empresas refresqueras globales ya existía, pero no en la magnitud que los acuerdos comerciales posteriores dispararían para convertir a estas bebidas, en muchos casos, en una de las fuentes de hidratación más importante de numerosos grupos de la población.

En su libro The Neoliberal Diet, Gerardo Otero, muestra como la política neoliberal impulsada por Reagan en los Estados Unidos y Thatcher en el Reino Unido abrieron el paso a la expansión corporativa de la industria de los alimentos y bebidas ultraprocesadas transformando la dieta de pueblos enteros. El trabajo se complementa, para entender el caso mexicano, con el libro de Alyshia Gálvez “Comer con el TLC. Comercio, políticas alimentarias y la destrucción de México” que recientemente público el Fondo de Cultura Económica. Estos trabajos exponen los cambios generados por las políticas económicas, agrícolas y de salud que nos han llevado a esta dieta neoliberal y a que, la Coca-Cola se establezca claramente como el agua negra del neoliberalismo en nuestro país, que es el país en el que más se consumen los productos de esta marca.

El consumo de las aguas negras del neoliberalismo se ha convertido en uno de los mayores problemas de salud en nuestro país. Basta considerar que el consumo de las bebidas azucaradas representa alrededor del 70% de todos los azúcares añadidos en la dieta de los mexicanos. Un estudio publicado en la Revista Internacional de Obesidad estima en 40 mil las muertes anuales asociadas al consumo de bebidas azucaradas en México, el porcentaje más importante por su contribución a las muertes por diabetes y enfermedades cardiovasculares.

La hasta hace unos años Asociación Nacional de Productores de Refrescos y Aguas Carbonatadas (ANPRAC) hoy Asociación Mexicana de Bebidas (MexBeb) ha negado públicamente los daños a la salud que provocan estas bebidas, daños reconocidos por organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud y por toda la evidencia científica nacional e internacional.

Pero, las corporaciones combaten la evidencia con publicidad, con publicidad se tratan de ocultar los daños a la salud y el planeta que provocan sus productos. Toda la contaminación plástica que generan, se oculta con miles de millones que maquillan a estas empresas como social y ambientalmente responsables. La campaña de Coca-Cola “El Amor Multiplica” del año pasado, es la mejor expresión de este maquillaje impune, donde la empresa se maquilla como cuidadora del agua, de las comunidades, de las mujeres, del medio ambiente.

Parte de este maquillaje se hace ahora a través de la publicidad oculta en las redes sociales que deberíamos llamarles ya de otra manera, no redes sociales, en vista de lo que se han estado convirtiendo: medios utilizados por poderes económicos y políticos para imponer sus narrativas.

En este sentido, es importante destacar una de las últimas jugadas de las refresqueras para continuar con la estrategia de que la “percepción es realidad”. Es decir, que basta inundar las redes de una versión, aunque ésta sea falsa, para que surja la percepción de que es verdadera. Y para ello las redes están llenas de influencers mercenarios de la mentira. En este caso, el de las corporaciones de bebidas, hay dispuesto todo un ejército de influencers dispuestos a decir lo que les digan, siempre y cuando se oiga bien, aunque sea mentira, si a cambio hay un beneficio, un pago, como viles mercenarios.

Una nueva agrupación de periodistas especializada en informes de salud pública, The Examination, en colaboración con The Washington Post ha dado a conocer una campaña pagada por la American Beverage Association (ABA), prima de la Asociación Mexicana de Bebidas, deberíamos decir hermana ya que se trata de las mismas compañías, financió a decenas de influencers para responder a los reportes de la Organización Mundial de la Salud en los que recomendaba no consumir edulcorantes no calóricos y establecía que el aspartame, uno de los más utilizados para endulzar en sustitución del azúcar bebidas como la Coca Light, entraba a la categoría de posible cancerígeno.

Ha quedado plenamente documentada la estrategia que siguen estas empresas para negar y ocultar sus daños, pero una vez más, salen a la luz sus artimañas. La ABA, la asociación de estas empresas en los Estados Unidos, reconoció haber organizado una campaña en contra de las recomendaciones de la OMS, bajo al hashtag #safetyofaspartame y el sitio web safetyofaspartame.com, con 35 videos realizados por diversos influencers, 11 nombraron específicamente a la asociación, los otros 24 la ocultaron.

Los voceros financiados por las compañías para negar las advertencias de la OMS sobre el aspartame fueron dietistas y nutricionistas. Es así que las redes se inundan de estos contramensajes como los promovidos por el grupo azucarero de los Estados Unidos a través de un grupo de dietistas influencers que publicaron videos invitando al consumo de azúcar. En México, vivimos una campaña masiva que se extendió por más de un año, lanzada por la industria azucarera que vinculaba el consumo de azúcar a “un poco de alegría”.

Entre los ejemplos de esta estrategia de las refresqueras está el del dietista Steph Grasso, de Oakton, Virginia, que dijo a sus más de 2.2 millones de seguidores en TikTok que las advertencias de la OMS sobre los edulcorantes artificiales estaban basadas en “ciencia de baja calidad”. Ara Harbstreet, de Kansas City aseguró a sus seguidores en Instagram que no se preocuparan por los “titulares que infundían miedo” sobre el aspartame porque “la evidencia no sugiere que haya motivo de preocupación”.

Y así, las redes se pueden inundar de desinformación producida, promovida, financiada por corporaciones que ven afectados sus intereses cuando la evidencia científica advierte los riesgos de sus productos. En esta estrategia se vale de todo, desde influencers hasta bots, de estos últimos nos estamos volviendo especialistas en esta videocolumna.

Es así que, nos encontramos inmersos en la dieta neoliberal y ahogándonos en sus aguas negras, con epidemias de diabetes, de enfermedades cardiovasculares y cáncer. La esperanza está en la evidencia científica que poco a poco se impone sobre estos intereses y en la necesidad de evitar la desinformación, revelar estas estrategias y sancionar a quienes buscan enriquecerse de ellas.

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