Francisco: 10 años de discontinuidad y secuencias
Bernardo Barranco V.
Hace 10 años, de visita a México, el sociólogo argentino Fortunato Mallimaci exclamó en un programa de Carmen Aristegui: “¡Bergoglio será un desastre para la Iglesia!”.
El cónclave acababa de elegir al Papa Francisco. Era el 13 de marzo de 2013. Mallimaci, experto en religiones, exponía el carácter conservador del cardenal Bergoglio como arzobispo en Buenos Aires.
Sin embargo, nos sorprendió a todos que este nuevo Papa jesuita rechazara los lujos y los oropeles medievales. En su primer acto de salutación Salió con sus viejos zapatos y anticuados lentes. Habló de la Iglesia de los pobres, de la justicia social y la necesidad de grandes cambios en la vida de la Iglesia.
Hace diez años, la derecha católica argentina celebraba jubilosa la entronización de Francisco y los sectores progresistas la lamentaban. Cinco años después la ecuación se invirtió. Los conservadores católicos argentinos lo impugnaban y lo consideraban traidor, mientras los progresistas lo festejaban.
¿Qué pasó? ¿Cómo entender dicha mutación? La vieja Iglesia bimilenaria no deja de sorprendernos. Una Iglesia que ha visto pasar la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad y a pesar de múltiples vicisitudes sigue en pie. La frase Ecclesia reformata, semper reformanda (la Iglesia reformada, siempre reformándose), cobra sentido con el nuevo Papa argentino que ahora, a diferencia de antes, sonríe continuamente con afabilidad. Lo he conversado después con Mallimaci, la profunda lección sociológica que nos dejó fue la siguiente: “No es lo mismo ser Jorge Bergoglio en Buenos Aires que Francisco en Roma”.
Francisco asumió la conducción de la Iglesia bajo una profunda crisis múltiple. Dispendio y lucha de poder en la curia romana, escándalos financieros y la loza pesadísima de la pederastia clerical –es decir, los abusos sexuales a menores por parte del clero–. Si a ello le sumamos la estrepitosa caída de fieles, el envejecimiento de sacerdotes y religiosos (as) y la carencia de vocaciones sacerdotales y de religiosos (as), no estamos ante una crisis cualquiera, estamos ante una crisis civilizatoria de la llamada catolicidad.
Nunca antes hubo un pontífice latinoamericano, menos jesuita, tampoco ningún papa llevó el nombre de Francisco. También nunca antes se le había refutado a un Papa calificándolo de “hereje”, como ha hecho la derecha católica con Jorge Bergoglio. Hay “muchos nunca” en los tiempos del pontificado de Francisco, pues ha resultado perturbador al poder de los sectores conservadores de catolicismo. El Papa argentino ha marcado discontinuidad con muchos privilegios de la burocracia vaticana y ha arriesgado posiciones como la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Los libros: Viacrucis, del periodista italiano Gianluigi Nuzzi, y Avaricia, de Emiliano Fittipaldi, revelan que la curia romana es una manzana podrida. Revelan la profunda crisis financiera y de moralidad del Vaticano, los dispendios excesivos, riqueza injustificada y ocultamiento en las finanzas vaticanas. Mientras Francisco habita en la residencia de Santa Martha, un apartamento de apenas 50 metros cuadrados, la alta burocracia vaticana vive en lujosos pisos de más de 500 metros en promedio. Por cada euro donado a la Iglesia, vía el óbolo, 60% va para mantener los privilegios de la curia, 20% de ahorro y sólo el restante 20% para obras de caridad. Dichos autores, con base en documentos confidenciales, causaron grandes escándalos mediáticos, fenómeno conocido popularmente como Vatileaks II.
No debemos perder de vista que la crisis estructural de la Iglesia católica y la emergencia de Mario Bergoglio como pontífice son inseparables. Francisco porta un mandato reformador que los cardenales electores le ordenaron, que puede resumirse así: sanear la curia y poner orden en las turbias finanzas del Vaticano.
Pero Francisco ha ido más lejos con sus reformas. Como señala Marco Politi, éstas comprometen a toda la pirámide eclesial: al pontífice, a la curia, a los sínodos, a las conferencias episcopales, al papel de los laicos y las responsabilidades que se le deben confiar a las mujeres. Recuperar el espíritu conciliar, favorecer la colegialidad que permita una Iglesia más pastoral y de servicio con la humanidad, diálogo con las circunstancias de las personas contemporáneas y lo que Francisco llama una cultura de encuentro.
Francisco, sin desconocer la agenda moral, propagada por su antecesor Benedicto XVI, ha vuelto a colocar la importancia de la agenda social de la Iglesia. Es decir, no basta condenar al aborto, a los matrimonios igualitarios, el rol subordinado de la mujer, la reprobación sistemática a los homosexuales. Francisco empuja el compromiso de los católicos por la justicia social, por atender las demandas de los más pobres de la sociedad, el cuidado de la “casa común”, es decir, la ecología; el diálogo con otras religiones. Y un factor inesperado, la crítica sistemática y dura a los neoliberalismos y sus valores culturales.
Para entender el programa del Papa Francisco debemos remitirnos a sus encíclicas. Lumen fidei, Laudato si y Fratelli Tutti. Varias exhortaciones apostólicas y motus proprios. Francisco reivindica los derechos de los homosexuales, pero el ejercicio de su sexualidad la considera un pecado. Francisco es la discontinuidad en la dimensión social, pero mantiene los grandes principios tradicionales de la iglesia. Representa la discontinuidad en la continuidad.