Inflación: rompecabezas global

Entre enero y agosto de 2022, México gastó 11 mil 798 millones de dólares en importar granos y oleaginosas como maíz, frijol, trigo, soya, arroz y aceites, lo cual representa el monto más alto para un mismo periodo y 91 por ciento más de lo erogado en los primeros ocho meses de 2020, cuando comenzó la pandemia de covid-19. Resalta que este incremento drástico en el gasto para adquirir productos básicos en el extranjero no responde a un mayor volumen de compras, sino a los elevados precios internacionales de una amplia gama de mercancías: en maíz, trigo, soya en frijol y en pasta, arroz, por mencionar algunas, se redujo la cantidad de toneladas importadas, pero aun así aumentó el costo.

Lo que ocurre con estas commodities agrícolas es reflejo de la crisis inflacionaria global que desde el año pasado ha golpeado con fuerza las finanzas de millones de empresas y de cientos de millones de hogares, y para la que no hay una solución a la vista. Si algo hace difícil plantear salidas a la escalada de precios más preocupante a la que el mundo ha asistido en décadas es la complejidad y la variedad de factores que la originaron y la sostienen. Un repaso, sin afán de exhaustividad, debe comenzar por los cuellos de botella en la producción de mercancías que afloraron cuando se decretó el paulatino regreso a la normalidad y se hizo evidente que no era posible satisfacer la renovada demanda después de que empresas y cadenas de suministro enteras habían desaparecido durante los meses más duros de la pandemia. La escasez de insumos fue particularmente notoria en un sector de alta sofisticación y globalización como el de los semiconductores, pero a través de la crisis de los contenedores impactó a todos los ramos de la industria y el comercio: como resultado de la falta de capacidad logística para mover las mercancías, el costo de un flete de China a Europa pasó de 2 mil a 14 mil dólares, y del gigante asiático a América del Norte se disparó de 4 mil a 20 mil dólares. En una situación precaria, incluso un incidente aislado puede convertirse en un problema mayor, como ocurrió cuando el megaportacontenedores EverGiven encalló en el Canal de Suez durante seis días de marzo de 2021, frenando 10 por ciento del comercio global y causando alteraciones en el mismo que se sintieron durante meses.

La invasión de Ucrania ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, fue el último y quizá más catastrófico elemento en lo que ya se ha denominado “tormenta perfecta”. El conflicto en Europa del Este ha exacerbado la carestía por varias vías, pues tanto la nación invasora como la invadida son exportadores agrícolas de primer orden en productos claves como el trigo o los aceites de cocina, y Rusia es además un proveedor insustituible de fertilizantes, cuya falta ha disparado los costos de la agricultura en todo el mundo. Para colmo, las sanciones impuestas por Occidente a Moscú en represalia a sus acciones bélicas llevaron a un extremo inmanejable el precio de los hidrocarburos y, en consecuencia, de la energía eléctrica en el viejo continente.

Está claro que ningún país, por poderoso y avanzado que sea, puede resolver por sí mismo la inflación, aunque ciertamente algunas decisiones puntuales han contribuido a empeorarla; por ejemplo, la inyección de 3 billones de dólares por parte del presidente Joe Biden para reanimar la economía estadunidense y apoyar a los hogares en la recuperación pospandémica generó una sobredemanda para la cual los mercados no se encontraban preparados, dando pie así a una escasez inducida, mientras la política de tolerancia cero al coronavirus seguida por Pekín genera constantes disrupciones en las cadenas de suministros al ordenar el cierre de ciudades enteras cada vez que se detecta un nuevo brote de la enfermedad.

En este contexto de extrema complejidad, se espera que mañana el presidente Andrés Manuel López Obrador y empresarios del ramo alimentario presenten una serie de medidas para contener el alza de los precios y apuntalar el Paquete contra la Inflación y la Carestía puesto en marcha en mayo pasado. Como ya se dijo, sería ilusorio pedir que políticas locales conjuren una crisis verdaderamente global, pero sí puede esperarse que la nueva batería de medidas frene la escalada en los productos que conforman la canasta básica y resultan vitales para las personas de menos recursos.

La Jornada

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