Mirando al futuro de la relación México-Estados Unidos
Olga Pellicer
Al acercarse el fin del sexenio del presidente López Obrador la mirada se dirige hacia los desafíos que enfrentará el próximo gobierno. Es pronto para especular sobre quién será el ganador de las elecciones generales de 2024, difícil prever si representará una continuidad o un cambio respecto de la situación actual. Sin embargo, no es difícil detectar los grandes desafíos que estarán presentes en el horizonte de las relaciones con el exterior.
La relación con Estados Unidos, sin duda la más importante y con mayor impacto sobre la vida del país, se encuentra en una etapa de oportunidades y conflictos. La manera que se responda a ellos dará el tono al futuro de México, independientemente de la ideología o proyectos de quien tome el poder en junio de 2024.
Las últimas semanas las relaciones entre los dos países han estado dominadas por acontecimientos de signo distinto. De una parte, la instalación en Monterrey, Nuevo León, de una fábrica gigantesca de Tesla, la productora de automóviles eléctricos más poderosa de mundo, ha despertado enorme entusiasmo en quienes consideran a México uno de los principales beneficiarios de la relocalización de cadenas de suministro que se encontraban en China.
Cierto que falta un trecho para que tales beneficios se materialicen. Varios analistas han sonado la alarma para recordar las deficiencias que tiene México en materia de infraestructura en comunicaciones, aprovisionamiento de energía y acceso al agua, lo cual podría limitar los beneficios de la relocalización. Asimismo han advertido sobre la inexistencia de una política industrial que enmarque, con objetivos de largo plazo y a escala nacional, el papel que debe desempeñar el tan anhelado “nearshoring”.
Desde otra perspectiva también se insiste en las debilidades del Estado de derecho en México y la violencia que azota gran número de sus regiones, lo cual desalienta al inversionista que requiere de certidumbre y seguridad.
Ahora bien, los motivos que mayormente invitan a la cautela al reflexionar sobre acontecimientos futuros se relacionan con problemas de índole política. Éstos, a su vez, están vinculados con las luchas políticas internas, particularmente inciertas y agresivas.
Los desencuentros que se han producido en los últimos tiempos en las relaciones entre los dos países, debido a la insistencia de legisladores y figuras políticas republicanas en declarar terroristas a los cárteles mexicanos traficantes de fentanilo hacia Estados Unidos, dejan una huella difícil de borrar. Penetra hondo en los sentimientos de la opinión pública, los medios de comunicación y los círculos políticos estadunidenses el alto número de muertes que dicha droga está causando, de manera creciente, entre jóvenes de 18 a 40 años.
A partir de ese malestar, los llamados al uso de la fuerza militar estadunidense en territorio mexicano para perseguir narcotraficantes están teniendo eco en diversos sectores, no solamente republicanos, que urgen a tomar acción. Pocos se detienen a reflexionar sobre el impacto que semejantes llamados pueden tener en el nacionalismo mexicano. Es muy poco probable que el gobierno de Biden preste oídos a las propuestas de acción militar. No obstante, una vez exaltados los ánimos nacionalistas en México, será complicado abrazar la cooperación entre las agencias de seguridad de ambos países, lo cual es evidentemente indispensable.
El grave episodio del asesinato de jóvenes americanos en la ciudad fronteriza de Matamoros prendió con velocidad inusitada en los medios de comunicación, enrareciendo aún más un ambiente de hostilidad. Nos encontramos, así, ante un panorama de hechos contrastantes dirigidos, unos a incrementar las relaciones económicas tan robustas que existen entre México y Estados Unidos; otros, a profundizar la desconfianza y el temor.
No es la primera vez que hay momentos de tensión política entre México y Estados Unidos. Lo que hace una diferencia en estos momentos es la coincidencia de elecciones nacionales en los dos países y el grado en que los conflictos políticos entre ambos están entrelazados con las luchas electorales.
Biden tiene buena disposición para entenderse con México –objetivo comprensible si tomamos en cuenta la diversidad de problemas que debe atender–, pero no puede olvidar que las acusaciones sobre su falta de control sobre la frontera lo pueden llevar a perder las elecciones en noviembre de 2024.
Por su parte López Obrador utiliza su narrativa para tener cohesionada a su clientela electoral lista a asumir su retórica nacionalista que, sin mayor elaboración, acusa a medios de comunicación, legisladores y al Departamento de Estado en Estados Unidos de ser intervencionistas.
A medida que se intensifica la lucha electoral tales conflictos se van a profundizar. La reparación del daño que todo ello está causando a la relación México-Estados Unidos no será fácil. Sin embargo, la fuerza de los hechos obliga a tomar conciencia de circunstancias que invitan a confiar en la buena vecindad.
Primero, ambos se necesitan mutuamente, los lazos geográficos, económicos, laborales, tan intensos que existen entre ellos hacen imposible pensar en otra opción. Segundo, la relación entre México y Estados Unidos en el último siglo ha tenido altibajos, momentos de cordialidad que han alternado con sobresaltos y malentendidos; no obstante, éstos últimos siempre se han superado.
Una tarea prioritaria para el próximo gobierno de México es promover un diálogo con Estados Unidos desprovisto de estridencia, apoyado por un grupo técnico binacional con el conocimiento más amplio posible del funcionamiento de los sistemas políticos y económico de ambos países. Su tarea sería crear confianza y proponer acciones –factibles, jurídicamente válidas y orientadas a la cooperación– para el manejo de los tres grandes problemas que hoy dominan las relaciones políticas entre México y Estados Unidos: tráfico de drogas, migración y tráfico de armas hacia México.
Finalmente, las oportunidades económicas las dictan cambios en la situación geopolítica mundial, como es la redefinición de formas de producción compartida que había entre China y Estados Unidos. Para México sería un grave error no hacer todo lo posible para aprovechar semejante oportunidad. No dejarla ir y recuperar un diálogo político constructivo con Estados Unidos es uno de los grandes retos que enfrentará quien gane las elecciones en junio del 2024.