Los temas pendientes de la relación México-Estados Unidos
Olga Pellicer
Las relaciones entre México y Estados Unidos están atravesando momentos turbulentos y contrastantes. De una parte, la decisión de trasladar a territorios más cercanos y amigables empresas que se encontraban en China abre una oportunidad para que éstas se instalen en México. Hay un entusiasmo generalizado por tal posibilidad al mismo tiempo que existen múltiples reflexiones sobre las condiciones que deben cumplirse para que contribuyan a la creación de empleo, al acceso a nuevas tecnologías y a remediar las enormes desigualdades que han acompañado el desarrollo económico de México.
La atención que se preste a las oportunidades económicas no disimula el hecho de que, desde el punto de vista político, pocas veces se habían presentado momentos tan complicados como el que estamos atravesando. Diversas circunstancias contribuyen a acentuar las turbulencias.
La primera es el cruce de las políticas electorales, tanto en Estados Unidos como en México, con las posiciones que se adoptan frente a las relaciones con el vecino. El Partido Republicano en Estados Unidos ha decidido colocar el tema del “control de la frontera sur” como uno de los elementos centrales de su batalla para enfrentar al Partido Demócrata. Muy posiblemente tal decisión tiene su origen en las experiencias durante la primera campaña electoral de Trump. En efecto, uno de los mensajes que despertaba más entusiasmo entre sus seguidores era prometerles que construiría un muro en la frontera con México y que éste lo pagarían los mexicanos.
Esta vez la animadversión hacia México es la misma, pero los temas que se colocan al centro son distintos. Ahora se trata de calificar de terrorista a los cárteles mexicanos del crimen organizado y subrayar su responsabilidad como los principales fabricantes de fentanilo y su introducción a los Estados Unidos.
Inicialmente el presidente Biden fue reacio a dar importancia a tales acusaciones. Sin embargo, en las últimas semanas la situación ha cambiado. Ha sido Biden mismo quien se ha referido a la necesidad de llevar a cabo acciones contra los cárteles mexicanos, en particular el de Sinaloa. A partir de la información obtenida por la DEA, que se ha infiltrado en ese cártel desde hace varios años, se cuenta con información detallada sobre sus actividades y el papel que desempeñan en ellas un grupo bien identificado: los hijos de Joaquín Guzmán Loera (El Chapo).
Son diversas las aristas polémicas de semejantes acusaciones. En primer lugar, el papel de la DEA como elemento disruptivo que dificulta la cooperación con México en materia de seguridad. El asunto se remonta, entre otros casos, a la captura y liberación del general Cienfuegos y los reclamos que están pendientes desde entonces.
Ahora bien, los temas pendientes no se refieren solamente a problemas de seguridad. También hay temas difíciles en el ámbito de las relaciones económicas. Entre ellas se encuentran las diferencias originadas en la suspensión o disminución de compras de maíz transgénico para consumo humano y las divergencias respecto del cumplimiento de las estipulaciones del T-MEC sobre la no discriminación entre empresas del Estado y empresas privadas nacionales y extranjeras. Se refieren al trato preferencial a la Comisión Nacional de Electricidad (CFE) y a Pemex.
Es un asunto cuya solución puede o no estar cerca. El punto que interesa subrayar es que, si bien pertenece a un ámbito distinto al de la seguridad, contribuye a elevar tensiones y, sobre todo, puede utilizarse con el propósito de presionar para solucionar problemas de otra índole. Visto así, todos los problemas pendientes están interconectados.
El siguiente tema que ensombrece el panorama de la relación México-Estados Unidos es la tendencia del jefe del Ejecutivo de hacer pronunciamientos o llevar a cabo acciones de política exterior que no pueden ser vistos con simpatía por la contraparte estadunidense. No se trata solamente del desdén para referirse a diversas agencias del gobierno de ese país, sino de medidas que sin duda producen malestar, como el buen recibimiento a los familiares de Assange, los señalamientos sobre la crisis que atraviesa la juventud estadunidense adicta a las drogas o, en otro orden de cosas, la condecoración al presidente cubano Miguel Díaz-Canel.
Por último, otro problema que afecta negativamente las relaciones México-Estados Unidos en este momento es el fin de la aplicación del título 42, una medida sanitaria que se puso en vigor durante la pandemia, la cual permitió deportar rápidamente y sin consideración alguna a quienes llegaban a tocar la puerta para solicitar asilo. Al dejarse de aplicar esa medida, se teme que ocurra un incremento notorio en el número de solicitantes de asilo, lo cual, según ellos, no podrá ser procesado por la Agencia de Seguridad de la Patria (HSO). Tal situación endurecerá la política migratoria del gobierno de Biden que, desafortunadamente, se aleja cada vez más de sus promesas de campaña y se acerca a la que puso en marcha Trump.
Lo más probable es que los problemas pendientes a que nos hemos referido persistan y, más aún, empeoren durante la lucha electoral. Sin embargo, más allá de la coyuntura, los intereses económicos de los dos países están muy entrelazados, de tal forma que a ambos conviene preservar la imagen de buenos vecinos. La cordialidad entre empresarios de ambos países interesados en el nearshoring puede convivir con enfrentamientos verbales, acusaciones y descalificaciones en las relaciones políticas.
Lo anterior no significa que el doble discurso pueda prolongarse mucho tiempo. Varios problemas se han salido de control y llevan a situaciones inaceptables. No se puede reparar fácilmente el daño que causa a México y a Estados Unidos la ausencia de cooperación en materia de migración. Esto ha llevado a las situaciones tan dramáticas que se dan en los llamados albergues, en realidad centros de detención, a lo largo de las zonas fronterizas.
Tampoco es posible voltear la mirada ante los horrores que cometen los capos del crimen organizado, coludidos en ambos lados de la frontera para distribuir y vender drogas y lavar dinero. La corresponsabilidad en estos casos es evidente. Por lo tanto, la cooperación para trabajar juntos es la asignatura pendiente para los próximos gobiernos de México y Estados Unidos, más allá de cómo se hayan utilizado las diferencias para ganar votos en las elecciones de 2024.