Con dinero gira el mundo
Jeffrey Sachs*
La clave para el desarrollo y para poner fin a la pobreza es la inversión. Las naciones obtienen prosperidad al invertir en cuatro prioridades. La más importante es invertir en las personas, por medio de educación de calidad y atención a la salud. La siguiente es la infraestructura: electricidad, agua limpia, redes digitales y transporte público. La tercera es el capital natural: proteger la naturaleza. La cuarta es la inversión empresarial. La clave es el financiamiento: movilizar fondos para invertir en la escala y con la rapidez requeridas.
En principio, el mundo debería funcionar como un sistema interconectado. Los países ricos, con altos niveles de educación, atención a la salud, infraestructura y capital empresarial, deberían proporcionar suficiente financiamiento a los países pobres, que con urgencia deben construir su capital humano, infraestructural, natural y empresarial. El dinero debe fluir hacia los países pobres. A medida que los países con mercados emergentes enriquezcan, las ganancias y el interés deben volver hacia los países ricos como rendimiento de sus inversiones.
Esa es una proposición de ganar-ganar. Tanto los países pobres como los ricos se benefician. Los países pobres enriquecen; los países ricos obtienen mayores rendimientos que si invierten sólo en sus economías.
Extrañamente, el financiamiento internacional no funciona así. Los países ricos invierten sobre todo en las economías ricas. Los países pobres obtienen sólo una fracción de recursos, no lo suficiente para salir de la pobreza. La mitad más pobre del mundo (los países de bajos ingresos y los de bajos medianos ingresos) producen alrededor de 10 billones de dólares al año, en tanto la mitad más rica (los de altos ingresos y de altos medianos ingresos) producen alrededor de 90 billones. El financiamiento de la mitad más rica a la mitad más pobre debería ser quizá de unos 2 o 3 billones por año. En realidad es una pequeña fracción de esa cantidad.
El problema es que invertir en los países pobres parece demasiado riesgoso. Esto es cierto si observamos el plazo corto. Supongamos que el gobierno de un país de bajos ingresos quiere pedir un préstamo para financiar la educación pública. El rendimiento económico de la educación es muy alto, pero requiere de 20 a 30 años para realizarse, puesto que los niños actuales avanzan a lo largo de 12 a 16 años y sólo después ingresan al mercado laboral. Sin embargo, los créditos se dan sólo a cinco años y están denominados en dólares, y no en la moneda nacional.
Supongamos que el país toma hoy un crédito de 2 mil millones de dólares a cinco años. Está bien si a los cinco años el gobierno puede refinanciar los 2 mil millones con otro crédito a cinco años. Con cinco créditos de refinanciamiento, los pagos de la deuda se retrasan 30 años, tiempo en el cual la economía ha crecido lo suficiente para pagar la deuda sin recurrir a otro crédito.
Sin embargo, en algún punto del camino, es probable que al país se le dificulte refinanciar la deuda. Tal vez una pandemia, o una crisis bancaria en Wall Street, o la incertidumbre electoral espantarán a los inversionistas. Cuando el país intenta refinanciar los 2 mil millones, encuentra cerrado el mercado financiero. Sin suficientes dólares a la mano, y ningún crédito nuevo, incumple pagos y termina en la sala de urgencias del FMI.
Como en la mayoría de las salas de urgencias, lo que sigue no es grato de contemplar. El gobierno recorta el gasto público, incurre en inquietud social y enfrenta prolongadas negociaciones con acreedores extranjeros. En suma, el país se precipita hacia una profunda crisis financiera, económica y social.
Sabiendo esto de antemano, las agencias calificadoras de créditos, como Moody’s y S&P Global, dan a los países una baja calificación, menor que el “grado de inversión”. En consecuencia, los países pobres no pueden endeudarse a largo plazo. Los gobiernos necesitan invertir a largo plazo, pero los préstamos a corto plazo empujan a los gobiernos a pensar e invertir a corto plazo.
Los países pobres también pagan tasas de interés muy altas. En tanto el gobierno estadunidense paga menos de 4 por ciento en créditos a 30 años, el gobierno de un país pobre paga a menudo más de 10 por cierto en créditos a cinco años.
El FMI, por su parte, recomienda a los gobiernos de países pobres que no se endeuden demasiado. En los hechos, lo que dice al gobierno es: mejor no inviertas en educación (o electricidad, o agua limpia, o caminos pavimentados) para evitar una futura crisis de deuda. ¡Es un consejo trágico! El resultado es una trampa de pobreza, en vez de un escape de la pobreza.
La situación se ha vuelto intolerable. La mitad más rica del mundo le dice a la mitad más pobre: descarbonicen su sistema de energía, garanticen acceso universal a la salud, la educación y los servicios digitales, protejan sus bosques de lluvia, aseguren agua limpia y desagüe, y más. ¡Y, sin embargo, tienen que hacer todo esto con un mínimo de préstamos a cinco años con 10 por ciento de interés!
El problema no está en los objetivos globales. Esos objetivos son alcanzables, pero sólo si los flujos de inversión son lo bastante altos. El problema es la falta de solidaridad global. Las naciones más pobres necesitan créditos a 30 años con interés de 4 por ciento, no créditos a 5 años con más de 10 por ciento de interés, y necesitan mucho más financiamiento.
En términos más sencillos, los países pobres demandan poner fin al apartheid financiero global.
Hay dos formas claves de lograr esto. La primera es expandir más o menos cinco veces el financiamiento del Banco Mundial y los bancos de desarrollo regional (como el Banco Africano de Desarrollo). Esos bancos pueden tomar créditos a 30 años y a una tasa de más o menos 4 por ciento, y transferirlos a los países pobres en esos términos favorables. Sin embargo, esas operaciones son muy pequeñas. Para que los bancos aumenten operaciones, los países del G-20 (inclusive Estados Unidos, China y la Unión Europea) necesitan colocar mucho más capital en esos bancos multilaterales.
La segunda forma es arreglar el sistema de tasas de crédito, la asesoría de deuda del FMI y los sistemas de manejo financiero de los países deudores. Se necesita reorientar el sistema hacia el desarrollo sustentable a largo plazo. Si se permite a los países pobres endeudarse a 30 años, más que a cinco, no enfrentarán crisis financieras en el ínterin. Con una estrategia adecuada de créditos a largo plazo, respaldada por calificaciones de crédito más precisas y una mejor asesoría del FMI, los países pobres accederán a flujos financieros más elevados en términos mucho más favorables.
Los países mayores tendrán cinco reuniones sobre financiamiento global este año: en París en junio; en septiembre, en la ONU y en Delhi, y en Dubái en noviembre. Si esos países trabajan juntos, pueden resolver esta cuestión. Ése es su verdadero trabajo, en vez de enredarse en guerras interminables, destructivas y desastrosas.
*Profesor y director del Centro para el Desarrollo Sustentable en la Universidad Columbia y presidente de la Red deSoluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU.
Traducción: Jorge Anaya