Los corajes de Andrés

Francisco Ortiz Pinchetti

Es notorio el mal humor de Andrés Manuel en días recientes. Si de por sí es proclive a las descalificaciones, los denuestos y los insultos, ahora ya no tiene límites para proferir ofensas, burlas hirientes, groserías ramplonas y hasta maldiciones.

Los destinatarios de tales mensajes varían según el tema del día, pero a final de cuentas resultan ser los mismos, aquellos que él define como sus “adversarios” y que bajita la mano y según las encuestas de opinión serían algo así como 44 millones de mexicanos adultos, si consideramos que hay 97 millones de empadronados.

El caso de la decisión histórica de la Corte de invalidar la primera parte su Plan B electoral, aprobada por el la mayoría morenista en el Congreso mediante la violación de preceptos constitucionales, ha puesto al Presidente en niveles francamente inauditos de irritación, así acompañe siempre sus afirmaciones con una sonrisita sarcástica que ya le es hasta peculiar.

Sin eufemismos, y con todo respeto, el Señor Presidente está que se lo lleva la chingada.

¿Acaso esperaba otra cosa, cuando él mismo dio instrucciones directas a sus legisladores para pisotear la ley y aprobar al vapor, sin siquiera haberlas leído, las reformas propuestas también por él? Por supuesto: esperaba la incondicionalidad no de dos, sino de cuatro de los ministros de la Suprema que están ahí a propuesta y voluntad suya, pero también su previsible “traición”. Y no fue así, por fortuna.

Me parece sin embargo que se equivocan quienes atribuyen solo a esos reveses el malhumor presidencial, agudizado por cierto luego de su resurrección al tercer día de su desmayo no desmayo de Mérida. Viene de tiempo atrás.

Si repasamos sus declaraciones en la hemeroteca encontraremos que hay un claro parteaguas justo a raíz de la marcha ciudadana del 13 de noviembre pasado, en defensa del INE. Más que el objetivo de los manifestantes, esa movilización significó en alguna manera un despertar bastante inesperado. Fue como la “chispa”, dijo alguien, que hizo aflorar la inconformidad de millones de ciudadanos en el país.

Ese acontecimiento, minimizado naturalmente por él, fue el hecho que le cambió de sopetón sus planes a futuro, siempre en función de la sucesión presidencial de 2024. Es decir, le modificó el escenario de la elección, hasta entonces claramente bajo su control. Y eso repercutió en el ambiente que se vive al interior de Palacio Nacional, en el púlpito del salón Tesorería y aun en los reales recintos.

Hoy, la mayoría de las encuestas, prácticamente todas, que muestran una clara ventaja a favor de Morena y sus aliados son para Andrés Manuel motivo de preocupación más que de tranquilidad: en ningún caso los sondeos de opinión son suficientemente contundentes para garantizarle un triunfo para su candidato o candidata presidencial y mucho menos para alcanzar la mayoría calificada en el Congreso que ahora le urge como nunca. Como nunca. A pesar, que quede claro, de nuestra mediocre y atolondrada, paralizada oposición.

Sabe el tabasqueño perfectamente lo que significa en votos que no esté su nombre en la boleta.

Su dilema ante la decisión de escoger a su presunto sucesor se le complicó más, también, a raíz de esa movilización ciudadana de color rosa y su réplica del 26 de febrero, cuando los opositores a sus reformas desbordaron el Zócalo. Ante un escenario con mayoría opositora en el Congreso, necesita a alguien que le garantice impunidad o al menos le cuide sus espaldas.

Si, alguien como Claudia Sheinbaum Pardo; pero, ¿es la jefa de Gobierno de CDMX una aspirante con las capacidades, el carisma y el prestigio necesarios –además de su probada capacidad de abyección–, como para ganar la elección presidencial del año próximo? ¿Es una buena candidata?

¿Lo es –pregunto ahora– el secretario de Gobernación, su más incondicional súbdito, garantía absoluta de lealtad? Me parece que don Adán Augusto, que a muchos no nos cae tan mal a pesar de su insoportable servilismo, es el más pulido modelo del anti-candidato. ¿Votaría usted, aun siendo pejista, por este otro distinguido tabasqueño, neta?

Marcelo Ebrard Casaubón, a pesar de aparecer segundo en las encuestas acerca de preferencias para la candidatura de Morena, es sin duda el que tendría más posibilidades de triunfo en la elección constitucional de junio próximo; pero, pregunto ahora, ¿es el canciller quien garantiza a López Obrador su tranquilidad –e impunidad- post presidencial?

Sabe el Presidente que su diligente secretario de Relaciones Exteriores tiene su propia trayectoria, su propio proyecto y sus propias aspiraciones, que no necesariamente coinciden con las suyas. De repente, hasta resultan contrarias. Y esto debe causarle ñañaras.

Para colmo, Ebrard Casaubón parece haber decidido en estos días romper el cascarón y moverse por sí mismo, a pesar de los riegos que ello puede significar en el ánimo autoritario del Mandatario. No acepta someterse así nada más al juego de las “corcholatas” y la “elección” interna, cuando sabe perfectamente que será a final de cuentas la decisión—el dedo, pues– de un solo hombre.

El canciller, ex jefe de Gobierno de la capital, hombre con amplias relaciones dentro y fuera del país, político ex priista experimentado y con fama de moderado, ha manifestado de plano su inconformidad con la proyección de una “favorita” que desde Palacio Nacional se hace en una oficina del segundo piso en cuya entrada hay un letrero que pone “Coordinación General de Comunicación Social”, y ha reclamado “piso parejo” en la contienda, cuestiones ambas que deben causarte zozobra adicional al de Macuspana.

Finalmente, el senador Ricardo Monreal Ávila, el considerado por algunos como “la cuarta corcholata”, parece estar más que satisfecho con el perdón presidencial y la promesa de un futuro promisorio, que nada tiene que ver por cierto con la Gran Silla de Palacio Nacional. Su jefe puede confiar en él como un muy buen operador, lo que no es poca cosa, pero nada indica al menos por ahora que pudiera finalmente inclinarse por el golpeado zacatecano, reivindicado ahora como su incondicional.

Es claro que el sueño de pasar a la historia y agregar su figura a las de los cinco próceres que aparecen en el emblema oficial de su gobierno quedó ya definitivamente atrás. El dilema que enfrenta ahora Andrés Manuel López Obrador es mucho más que un acertijo. Con sobrada razón está con ese humor del carajo, carajo.

En realidad eso, la sucesión, y la posibilidad de perder la elección, son lo que hace que no lo caliente ni el Sol, como dice el dicho. En realidad, todo lo demás –la Corte, el Plan B, el Tren Maya, Dos Bocas, el INE, los pobres, la Guardia Nacional, el aeropuerto de Santa Lucía, los viejitos, la Cuatro Té y hasta sus adversarios— le valen gorro. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

LAS CONGOJAS DE CLAUDIA. Según me cuenta gente que acostumbra a rondar por oficinas y pasillos del viejo edificio del Ayuntamiento, otra que no concilia el sueño ni con clonazepam es doña Claudia Sheinbaum. Según me acaban de asegurar informantes absolutamente confiables, encuestas internas del propio gobierno de CDMX confirman que las preferencias electorales de los capitalinos, que de por sí estaban cerradas, ahora se han cruzado y la coalición opositora supera ya a Morena, así sea por unos cuantos puntos porcentuales. Además, lo más sorprendente, los sondeos indican que la campaña negra contra el alcalde de Benito Juárez en torno a construcciones irregulares, se ha revertido, pues el panista aparece ahora como la primera opción para ser el candidato de la oposición, arriba ya de Xóchitl Gálvez. ¿Será?

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