Poder político e inestabilidad (Primera parte)

Elisur Arteaga Nava

AMLO y Morena poseen gran parte del poder político. Por virtud del voto ciudadano también son titulares de una buena porción del poder formal. Así se presenta el panorama.

Los adversarios de AMLO comparten una parte de esas dos formas de poder. Todos están inconformes con la cuota que detentan. Es obvio. Por virtud de los procesos electorales a celebrarse en este año en el Estado de México y Coahuila, los morenistas aspiran a acrecentar su porción. Sus adversarios se unieron para conservar lo poco que tienen.

En el momento actual, las posibilidades reales de que la oposición llegue al poder por vía las elecciones son casi nulas. En su momento, AMLO y los líderes de Morena, que llegaron para quedarse, pudieran preferir sumir al país en la anarquía y el desorden antes que entregar el poder pacíficamente y como consecuencia de un proceso electoral. De ahí el interés que tienen en que no existan instancias creíbles y efectivas que organicen y califiquen las elecciones. Los morenistas pretenden ser ellos los que lo hagan.

En una situación de anarquía, AMLO pudiera calcular que cuenta con las fuerzas armadas para conservar el poder y, llegado el caso, de ser necesario, considera que contará con ellas para reprimir a los descontentos que eventualmente pudieran surgir. Su cálculo lo basaría en el cúmulo de favores y privilegios que les ha dado.

El cálculo pudiera fallar. El escenario previsible es que las fuerzas armadas acompañen a AMLO hasta cierto límite: garantizar una toma del poder a quien de Morena resulte triunfador. Pudiera no ir más allá. La represión masiva no es una posibilidad real. La proximidad con Estados Unidos de América, los precedentes que se han dado en América del Sur de castigo a militares rebeldes o represores, pudieran limitar la intervención de los uniformados.

Es factible que, ante el fraude electoral, la ciudadanía salga a la calle a protestar y a impedir que el “candidato triunfador” tome posesión del cargo. Para hacer frente a esta posibilidad, Morena pudiera optar por organizar grupos de choque que se enfrenten a los inconformes, sin importar que medie derramamiento de sangre. En este caso las Fuerzas Armadas pudieran ser simples observadoras. No es previsible otro 2 de Octubre.

Ante lo incierto de los resultados del proceso electoral de 2024, AMLO y Morena, con tal de no entregar el poder, apostarán a crear anarquía con vistas a debilitar el apoyo que los empresarios, clase adinerada y media pudieran caer en la tentación de dar a un candidato opositor. En toda transacción aparecerá como condición la impunidad de AMLO y de su grupo más cercano.

De conservar el INE y el Tribunal Electoral su independencia, el lapso que media entre la fecha de celebración de las elecciones, la de su calificación y la de la toma de posesión, son momentos en los que Morena pudiera intentar crear inestabilidad política.

De salir Claudia Sheinbaum o Adán Augusto como candidatos del partido oficial, es factible que Marcelo Ebrard, inconforme, intente competir por su cuenta o con el apoyo de otros partidos políticos. Es previsible que la oposición lo tome como candidato común. Esa posibilidad pudiera llevar al retiro de la candidatura de Claudia o de Adán. La primera por su proverbial docilidad, y el segundo por su notoria incompetencia, aceptarán la decisión; ellos, de no ser candidatos por Morena, nunca lo intentarán por otro partido. Marcelo sí. AMLO lo sabe.

Llegado el momento, los partidos comparsa: Verde Ecologista y del Trabajo, pretenderán elevar el precio de su complicidad; pudiera pasar que Morena no esté dispuesto a ceder al chantaje. Es previsible que, según las circunstancias, esos partidos ofrezcan su complicidad a los adversarios de Morena.

En el proceso electoral de 2024 Morena, con Marcelo como candidato, pudiera conservar la Presidencia de la República. Está difícil que llegue a alcanzar la mayoría de las dos terceras partes de sus miembros. Aunque Morena se alce con la victoria, ninguno de sus candidatos a la Presidencia de la República tendrá la fuerza y el arrastre que actualmente tiene AMLO. Claudia o Adán, enfrentados a Marcelo como candidato independiente, si se alzan con la victoria, seguro que perderían el Congreso y algunas gubernaturas. Adiós 4T.

Quien resulte triunfador no podrá reformar la Constitución, dar su anuencia a nombramientos importantes, como lo son los de ministros de la Corte, aprobar resoluciones de condena, actuando como jurado de sentencia y otros.

Los priistas, con la experiencia que les dio el prolongado ejercicio del poder y la fuerza que adquirieron por la alta concentración de autoridad, cambiaron las instituciones a su gusto; no encontraron oposición real de parte de los titulares de los poderes o de los órganos de autoridad. Se trataba de la misma clase gobernante ocupando las posiciones de decisión. Esto fue así durante décadas. El presidente de la República controló a los poderes Legislativo y Judicial; los gobernadores de los estados estuvieron sometidos a su autoridad. Quienes pretendieron manejarse de manera autónoma, fueron sometidos través de la figura de la desaparición de poderes. Fueron eliminados y substituidos por gobernantes dóciles.

Al final, esos priistas se debilitaron. Perdieron el control del Congreso de la Unión y de algunas gubernaturas. A pesar de ello, Ernesto Zedillo Ponce de León estuvo en posibilidad de cambiar la estructura, integración y funcionamiento de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pocos se opusieron a su acción.

Por inercia, al principio del sexenio, la acción de quienes detentan el poder político real se enderezará a intentar someter los focos de oposición existente: reformas al marco legal secundario, cambiar la integración, funcionamiento, facultades y atribuciones de los focos de oposición o de resistencia existentes.

Faltando AMLO es previsible que Morena se divida. Habrá quienes se digan ser sus legítimos y auténticos sucesores. Sus adversarios alegarán que el movimiento no puede anquilosarse, que tiene que evolucionar y actualizarse. Es de esperarse que cada una de las tribus asuma, en forma separada, su destino. Ninguna de ellas estará dispuesta a renunciar al dominio. 

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