Ambivalencias e incertidumbres; el futuro de la política mundial

Olga Pellicer

La reunión del llamado grupo de los siete, formado por los países más ricos del mundo, que tuvo lugar a finales de la semana pasada, ha dejado un mal sabor de boca. El problema que se colocó al centro de la agenda fue la guerra de Ucrania. Su resultado más importante fue el éxito mediático del presidente Zelensky, quien logró el afecto de todos los participantes, concentrar los reflectores, levantar simpatía para sus demandas y mantener viva la condena generalizada de los ahí presentes al comportamiento de Rusia.

A lo anterior se añade algo un tanto inesperado: la generalización de una narrativa muy agresiva contra China. Atrás quedó cualquier intento de propiciar una normalización del diálogo con China que, algunos líderes del mundo occidental, como el presidente Macron de Francia, habían intentado. El ánimo dominante estuvo dirigido a subrayar el autoritarismo creciente del régimen de Pekín y destacar los peligros que se ciernen sobre Taiwán.

En resumen, los países más ricos se inscribieron en tendencias de confrontación con China y prolongación del conflicto bélico en Ucrania. Ambos objetivos, inútil subrayarlo, están plenos de incertidumbres y contradicciones que no auguran la posibilidad de avanzar hacia una disminución de las tensiones internacionales y negociaciones que, de una parte, permitan contener un conflicto bélico que entra a un segundo año de destrucción y pérdida incalculable de infraestructura y vidas humanas; de otra parte, eviten que un ambiente de guerra fría, con todos sus peligros y costos, domine las complejas relaciones entre Estados Unidos y China.

Ahora bien, la experiencia de la reunión de Japón no refleja serias diferencias entre los países de la OTAN que obligaran a tomar una política más moderada hacia el otorgamiento de armamento a Ucrania. Lo cierto es que, aunque el armamento está llegando, no ocurre ni con la velocidad ni en las cantidades que las fuerzas ucranianas desearían. Es bien sabido que Estados Unidos no ve con simpatía la posibilidad de que el conflicto se prolongue indefinidamente.

Se sabe que hay fuertes diferencias con el Partido Republicano sobre hasta dónde debe llegar el aprovisionamiento de armas a Ucrania. Esas diferencias se harán más notables a medida que se entre en la batalla electoral. La simpatía que levanta Zelensky de ninguna manera asegura que el apoyo militar se mantendrá mucho tiempo.

En el caso de los países europeos, la diferencia es clara entre los países de Europa del Este y los Bálticos, para quienes el peligro del expansionismo de Putin es muy real, y los países del centro y oriente de Europa, los más poderosos y quienes finalmente ejercen mayor influencia en la Unión Europea.

En segundo lugar, no se pueden dejar pasar los puntos de vista de países de otros continentes que vienen mostrando su oposición a dejar que sea un puñado de naciones, principalmente los miembros de la OTAN, quienes deciden el futuro de la geopolítica mundial. Se interesan, por lo tanto, en colocar sobre la mesa sus propuestas para negociar la paz en Ucrania.

Para algunos tales propuestas no están claramente articuladas, son utópicas y tienen escasas posibilidades de ejercer influencia. Muchos se han referido en esos términos a las propuestas que circula Celso Amorín, el encargado de la política exterior del presidente Lula.

Sin embargo, líderes mundiales, como el papa Francisco, envían a sus propios mensajeros a Moscú y Kiev para conversar sobre negociaciones de paz. Asimismo el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, ha formado un grupo de líderes de seis naciones de su continente: Zambia, Senegal, República del Congo, Uganda y Egipto para encontrarse, separadamente, con Zelensky y Putin para “encontrar una solución pacífica al conflicto devastador”. Washington Post, 19/05/2023

Finalmente, no se pueden perder de vista las visitas que ha realizado el representante de Pekín para Eurasia, Li Hui, quien estuvo en Kiev manteniendo conversaciones con altos dirigentes ucranianos durante un viaje de dos días que continuó por otras capitales europeas discutiendo el tema de las negociaciones para la paz en Ucrania que, de hecho, son parte de las conversaciones sobre el futuro de la geopolítica mundial.

El futuro del mundo no se decide en la reunión de los países más ricos en Japón. Lo ocurrido ahí es, sin embargo, significativo. Pone en evidencia la manera tan desordenada y fuera de marcos analíticos serios en que transcurren discusiones de muy alto nivel sobre el futuro del mundo. En ellas queda fuera la precisión sobre los objetivos que se buscan, como es a lo que se refieren cuando se habla de “derrotar a Rusia”.

En el centro de las pláticas sobre el conflicto de Ucrania se encuentra la incertidumbre sobre lo que se espera para restablecer la paz. Para unos, se trata de volver a la situación previa a 2014. Es decir, que Rusia abandone Crimea y regrese a las fronteras existentes antes de la agresión de febrero de 2021. Para otros, se trata de derrotar al régimen de Putin, esperar fijación de culpabilidades y el pago de reparaciones por todos los males causados.

Para otros, lo importante es que Rusia quede los suficientemente rodeada militarmente para que no se repita en poco tiempo una agresión como la cometida contra Ucrania.

Cualquiera que sea la solución que se busque, ésta tendría poca viabilidad si no participan en ella las grandes potencias militares de hoy en día. Grave error sería imaginar que en ellas no participe China. La tarea de repensar el futuro de las relaciones mundiales va bastante más allá de los que se conversó entre los siete países más ricos, de los que, curiosamente, no formaba parte ese país. Muchos otros foros de discusión serán necesarios para decidir sobre el mundo del futuro. 

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