El Salto Chiquito, bastión del Partido de los Pobres, borrado del mapa
Francisco Ávila Coronel
Bastión del Partido de los Pobres, El Salto Chiquito o “El Saltito” –como le llamaban algunos de sus pobladores del ejido de Mexcaltepec (Atoyac de Álvarez, Guerrero)– está borrado del mapa. Pareciera que no existe: apenas se aprecian los cimientos de algunas casas, producto de las campañas contrainsurgentes del Ejército para acabar con la guerrilla del Pdlp. El agravio más inmediato fue el desplazamiento forzado que creó “aldeas vietnamitas”. Según testimonios de sobrevivientes, los militares y la policía política persiguieron, criminalizaron, maltrataron, hostigaron, torturaron, ejecutaron extrajudicialmente, encarcelaron y desaparecieron a algunos de sus habitantes. La comunidad también fue desaparecida de la memoria colectiva regional y nacional y sus moradores, forzados a la clandestinidad durante varias décadas, lo que podría ser un caso de genocidio
Enclavado en la abundancia de una geografía paradisiaca, para comprender la historia de El Salto Chiquito hay que revisar sus orígenes. Aproximadamente a principios de la década de 1950, en el ejido de San Juan de las Flores vivía la familia Cabañas-Ocampo, que por algunos fuertes conflictos que tuvieron con la familia Juárez, una parte de los Cabañas decidieron irse de la comunidad para fundar un nuevo pueblo en el vecino ejido de Mexcaltepec. Se instalaron cerca del poblado llamado El Salto, pero los dividía el caudaloso Río Atoyac, que hacía de muy difícil acceso el recién poblado que se fundó con el nombre de Arroyo Grande. Hacia 1955, tras un fuerte huracán, la familia Cabañas-Ocampo se mudó a un lugar más seguro: un paraje cercano, como a medio kilómetro de distancia. Desmontaron la selva virgen, aplanaron el terreno y construyeron sus casas en donde abundaban los riachuelos. En 1961, la comunidad del Salto Chiquito fue duramente golpeada por el ciclón Tara. Así lo recuerda Rosa Ocampo:
-Eneida Martínez: ¿Y del ciclón del Tara, te acuerdas?
-Rosa: Pues del ciclón nada más me acuerdo que llovió mucho, mucho. Cuando se atravesó un palo, un árbol grandísimo y dividió los dos, lo que era piedra y palo, tierra, a los dos arroyos, porque eso iba hacia el barriecito, si ese árbol no se hubiera atravesado, el barriecito… ahorita no se los estuviera contando jajajaja, el río era un mar, se llevaba vacas, burros y todo eso, las vacas se iban…
-Francisco: del río…
-Rosa: del río. Y me cuerdo de que estábamos mi mamá, los del barriecito eran como unas cinco casas, yo creo, en ese lugarcito, porque habían separado a las casas y ese lugarcito… sí eran cinco casas que nosotros, las chamacas, mi mamá, las demás señoras grandes que nos dábamos santos para que ya no ya no llueva pero no me acuerdo, estaba muy chica y supuestamente Dios hizo el milagro, que desvió todo lo que venía del cerro y hasta ahí…
El Salto Chiquito estaba integrado por 15 casas, de las cuales 14 eran familiares cercanos, con aproximadamente 57 habitantes. El Río Atoyac es el cuerpo de agua más importante de la sierra y que al margen de su abundante caudal cobra vida una espesa selva tropical. Quienes fundaron esta comunidad tuvieron un suelo fértil y rico en recursos naturales, geografía propicia para vivir de la agricultura, de la caza, la pesca, la recolección de frutas silvestres para el autoconsumo y el cultivo comercial del café, con altos precios en el mercado internacional. Esta geografía “paradisiaca” dotaba a los ejidatarios de una sobreproducción agrícola, que aunada al cultivo comercial del café y otros productos tropicales dieron un excedente monetario sin precedentes a la economía local.
La gente de Guerrero y de todo el campo mexicano es muy trabajadora, y el Salto Chiquito es muestra de ello. Todos los integrantes de esta comunidad laboraban de sol a sol. Desde la madrugada, las mujeres preparaban el café y el bastimento. Los hombres salían muy temprano a las duras faenas del campo y hasta los niños desde muy pequeños iban a la milpa a cuidar que los zanates (pájaros) no se comieran el maíz o ayudaban en quehaceres domésticos. A pesar de que se trabajaba incansablemente, que se producía una gran cantidad de productos y había un excedente agrícola, el campesinado de Atoyac vivió una terrible pobreza. A pesar de que el café y la copra tenían un alto precio internacional, en el proceso de comercialización los acaparadores y los caciques regionales –que controlaban los precios y se imponían en las asambleas ejidales mediante el clientelismo político del Partido Revolucionario Institucional (PRI)– se apropiaban del valor generado socialmente.
Lucio Cabañas y el Salto Chiquito
Luego de ser secretario general de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) durante su formación docente, en 1963, Lucio Cabañas Barrientos llegó a trabajar a la primaria de Mexcaltepec y fue maestro de varios niños del Salto Chiquito. Mucha gente lo conocía y respetaba porque inmediatamente comenzó a organizar a los campesinos para defender al ejido de los abusos de Melchor Ortega y José Luis Archete, quienes venían explotando los recursos maderables sin dejarle ningún beneficio a las comunidades. Los pobladores del Salto Chiquito, por pertenecer a Mexcaltepec, veían con buenos ojos la lucha del maestro rural y desde entonces fueron parte de la base de apoyo de su lucha agraria. Cabañas realizó asambleas para defender a las comunidades de los agravios caciquiles, organizó bloqueos carreteros contra el aserradero y logró que el maderero Ortega diera algunas concesiones.
Lucio Cabañas fue maestro de Rosa Ocampo, una niña del Salto Chiquito, quien lo recuerda con inmenso agradecimiento. En aquella época, rememora, los charros sindicales del magisterio promovían una pedagogía extremadamente violenta y autoritaria, mientras que Cabañas y muchos otros maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) –liderado por Othón Salazar, sobre todo a partir de 1964– empezaron a crear una fuerte organización regional para difundir una nueva pedagogía del amor y la liberación. Por esta razón Rosa Ocampo, quien recibía maltratos y violencia de su anterior maestro, encontró una gran diferencia cuando le dio clases Cabañas. Este maestro no solamente trataba con respeto y comprensión a sus alumnos, sino que muchas veces les dio la confianza que necesitaban, e incluso les daba dinero de su bolsa para que se compraran algo de comer, pues sabía que con hambre no se podía aprender.
Erasmo Cabañas, que vivía en El Salto Chiquito y caminaba diariamente hasta la primaria de Mexcaltepec, también recuerda con cariño al maestro, quien no estaba de acuerdo en métodos violentos como el de amarrar a los niños zurdos para forzarlos a escribir con la mano derecha. Erasmo Cabañas así recuerda la lucha del maestro:
Antes de ser guerrillero, antes de que se levantara en armas, fue que dijo: ‘la madera es de ustedes, tienen que cobrar por esa madera, le tiene que pagar la compañía a ustedes por esa madera’. Otra cosa: ‘si vienen a llevarse la madera, tienen que poner los aserraderos aquí para crear fuentes de trabajo’. Y allí en Mexcaltepec pusieron un aserradero donde le dieron empleo a toda la población.
Lucio Cabañas no sólo fue un maestro de la escuela, sino principalmente un educador del pueblo. En El Salto Chiquito y muchos otros ejidos de Atoyac lo querían, respetaban y lo buscaban para que les ayudara y orientara en los problemas comunitarios, agrarios y políticos. Él no fue el único maestro que “educó” al pueblo: en Atoyac de Álvarez se vivieron dos movimientos escolares entre 1965 y 1967 en las escuelas “Modesto Alarcón” y “Juan N Álvarez”. Muchos maestros del MRM enseñaron a luchar a los padres de familia, alumnos, campesinas y campesinos.
Mapa de Atoyac y las principales comunidades que fueron base de apoyo de la guerrilla del Partido delos Pobres.
El Salto Chiquito, epicentro y bastión de la guerrilla del Pdlp
El gobierno del PRI mostró su aspecto autoritario y sanguinario cuando reprimió al movimiento anticaballerista y a la Asociación Cívica Guerrerense (ACG), esta última liderada por Genaro Vázquez Rojas. Ocurrieron dos masacres en Chilpancingo y en Iguala, respectivamente en diciembre de 1960 y 1962. El año de 1967 fue la coyuntura en la que se cerraron por completo todos los canales de protesta y lucha democrática: el 18 de mayo hubo un mitin organizado por maestros y padres de familia por la democratización de la escuela “Modesto Alarcón” y para eliminar el cobro de cuotas, pero los caciques locales, el gobierno estatal y el PRI local pactaron la represión. Había un número excesivo de judiciales en Atoyac; la ciudad prácticamente estaba sitiada. Y en su intento por apresar a Lucio Cabañas, la Policía Judicial provocó un enfrentamiento con los padres de familia que lo protegieron y se perpetró la masacre de cinco campesinos, una mujer embarazada y varios heridos.
En vista de que el gobierno quería matarlo, Lucio Cabañas Barrientos se fue a la sierra con la idea de crear una guerrilla que sirviera como grupo de autodefensa en un primer momento, y cuando hubiera condiciones, luchar para derrocar al gobierno del PRI y hacer una nueva revolución. En ese contexto Cabañas llegaba a la comunidad del Salto Chiquito acompañado de dos o tres guerrilleros y durante varios años estuvo haciendo labor de propaganda armada y generando una base social de apoyo para el Partido de los Pobres (Pdlp).
Entre 1968 y 1971, Rosa Ocampo se dio cuenta que Lucio Cabañas llegaba al Salto Chiquito y “cuando yo paraba oreja, entonces si ya –‘ah, que aquí esta Lucio’– y empezamos a hacer tortillas, es porque me enteraba que estaban ellos ahí y yo sentía y dije: ‘híjole, yo quisiera estar con ellos, yo quisiera estar con ellos’, y empezó con el gusanito”.
A Rosa Ocampo en una ocasión le tocó platicar con el maestro guerrillero y la orientó políticamente: “él, una ocasión pasó con varios […] con varios pasó y de ahí nos explicaba, me explicó porque nada más estaba yo y otra prima haciéndole de comer, nos explicó a las dos qué es lo que ellos hacían allá y en qué causa andaban. […] Me dijo que andaba allá arriba por lo que había pasado en el 67, que la masacre en que él estuvo, que tenía que combatir al enemigo, a la burguesía y nos explicó todo eso, y que si una ocasión quisiéramos irnos con él, pues que estaban las puertas abiertas y ya empecé yo: ‘no, yo sí quiero ir’. De por sí a mí me gustaba andar en el sierra”.
Entre 1971 y 1972, el Ejército empezó a asediar a muchos otros pueblos de la sierra de Atoyac. En El Salto Chiquito las mujeres y hombres huyeron varias veces del pueblo por temor a que los soldados abusaran de ellas y mataran o desaparecieran a los varones. Así lo recuerda Rosa Ocampo:
Pues uno de campesino siempre les tiene coraje [a los militares], porque luego llegaban al Salto, por las noches. Me tocó un tiempo de que, mucho antes, iban en la noche a las casas, luego se veían las pisadas, todo el patio amanecía pisoteado de soldado o luego en las noches, que ladraban los perros y decía mi papá: ‘oigan, ahí vienen los soldados’. Todos los hombres se juntaban a dormir al monte porque ya habían agarrado a unas personas. En esa ocasión, tuvimos que huir todas las mujeres, los más chicos; ya nada más se quedó mi mamá y mi otra hermana la más grande. Y nos salimos de ahí a vivir un tiempo en el Ticuí, por los soldados. Y en ocasiones sí se llevaban mujeres del Salto. Desaparecieron y con el temor de la familia que nos llevaran ellos, nos tuvieron que sacar un tiempecito.
El primer desaparecido político del Salto Chiquito fue el peón Teodoro, a quien Rosa Ocampo recuerda así: “…tanto quisimos a Teodoro, era un chaparrito, flaquito pero muy acomedido, para todo y ya nos reímos moliendo el nixtamal en el molino. –‘A ver, te ayudo’, o cualquier cosa y andábamos acareando agua del río a la casa –‘A ver, yo las ayudo’. Era muy movido el Teodoro, estaba ciego de un ojo”.
Teodoro fue base de apoyo de la guerrilla y un día ya no regresó. La gente del Salto Chiquito sabía que los “guachos” (soldados) son quienes lo habían desaparecido, cuestión que le generó a Rosa Ocampo y a más personas un gran coraje e indignación, pues lo extrañaban mucho: era parte de la familia.
Entre 1970 y 1971, la represión fue subiendo de tono pero en la segunda mitad de 1972 se disparó la contrainsurgencia pues la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres hizo dos emboscadas al Ejército mexicano. A Rosa Ocampo le tocó ver la escena de una de ellas:
“…En junio me enteré porque mi hermano me invita, que él estaba estudiando la secundaria, en río Santiago y me dice: ‘quiero que conozcas a mi novia’; y le dije: ‘Pues vamos, ese es un baile, vas conmigo y con ella’. En ese entonces, viene la camioneta que va para río Santiago, que atraviesa otra camioneta que viene de río Santiago o no sé de dónde y se para un momento y le dice al chofer –‘vete rápido, porque ahorita van a cerrar porque estaban unos soldados muertos, acaba de haber una emboscada’. –‘¿A dónde?’ –‘Fue en San Andrés’. No sé, cuando yo vi el sangral y todo eso y ves los muertos todo ahí con sangre, pues sí sentí un no sé qué. Ya llegamos a Río Santiago, supimos que Lucio había hecho una emboscada y yo en la noche no podía dormir, se me revelaban los que estaban tirados ahí.”
Mucha gente de Atoyac entendió la emboscada como un acto de justicia, pues los soldados y policías, desde la década de 1950, habían gozado de impunidad para maltratar, extorsionar y reprimir a las comunidades campesinas. El Partido de los Pobres se volvió un contrapeso que estaba dispuesto a ajusticiar a los caciques y los represores, cuestión que le dio una gran legitimidad y apoyo generalizado en toda la sierra de Atoyac. También la guerrilla en sus recorridos por Coyuca de Benítez y Técpan de Galeana recibió muchas muestras de solidaridad y aceptación.
Algunos jóvenes del Salto Chiquito se incorporaron como base social de la guerrilla. Por ejemplo, Erasmo Cabañas llegó a asistir a la conmemoración del aniversario luctuoso de Emiliano Zapata que organizó la Brigada Campesina de Ajusticiamiento en Arroyo Grande, muy cerca del Salto Chiquito, además les entregó varias botas que enviaron los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa y también trajo medicamentos. Como estudiante normalista, repartió propaganda política de la guerrilla en Chilpancingo, Iguala, Acapulco y Huitzuco.
A raíz de las dos emboscadas que hizo la BCA al Ejército Mexicano se intensificó la contrainsurgencia y subieron de intensidad las detenciones masivas y las torturas. Hay casos extremos como el de El Quemado, en donde la mayoría de los hombres fueron apresados, torturados y desaparecidos temporal o permanentemente. Por esta razón, El Salto Chiquito se convirtió en una geografía estratégica para la guerrilla, pues representó un refugio natural y social, pues no sólo contaba con el apoyo de la población, sino que al estar cerca del caudaloso Río Atoyac, y al tener una orografía muy sinuosa que incluía al cerro Cabeza de Perro, se tenía un territorio en el que la BCA podía moverse con soltura, sin temor a que los soldados atacaran.
La orografía e hidrografía del Salto Chiquito permitió que la guerrilla tuviera cierto dominio del territorio, es por ello que en diferentes campamentos que quedaban cerca de esta comunidad, la BCA tuvo un territorio ideal para efectuar el secuestro del rico acaparador de la copra Francisco Sánchez. En esta geografía estuvieron algunos guerrilleros del Movimiento Armado Revolucionario (MAR) y de la Organización Partidaria, que más tarde se constituiría como la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S). Por ejemplo Jesús Cadena (“el Tenis”), al conocer a Lucio Cabañas se dio cuenta que era uno de los más importantes dirigentes campesinos del país, a quien compara con Arturo Gámiz en Chihuahua, pues se dio cuenta del gran apoyo regional que tenía el Partido de los Pobres. En El Salto Chiquito y en muchos ejidos de Atoyac y de Coyuca de Benítez la guerrilla fue recibida en un ambiente festivo y con bailes, pues la población estaba plenamente convencida de la justeza de su causa.
Pedro Martínez recuerda: “para entonces pues no había ni aparato, no había estéreo, no había nada, había un campesino que tenía una vitrolita de esas que se les daba cuerda y pues ahí tenía sus discos y ese fue el aparato musical con que se hizo la fiesta. Era navidad y ya fueron todas las muchachas y ahí estuvimos y pues fue muy interesante, tan interesante que aquí estamos juntos [se refiere a su esposa] [risas]”.
En 1973, varias mujeres y muchos hombres se integraron a la BCA de manera temporal o como guerrilleros permanentes. Esta pequeña localidad nutrió al partido de los Pobres con personas conscientes, aguerridas y que hasta el día de hoy se mantienen dignas y firmes en la lucha.
Contrainsurgencia y desaparición del Salto Chiquito
En 1974, la BCA secuestró al candidato a gobernador y también un poderoso empresario que monopolizaba el negocio de transportes y que pertenecía a un linaje familiar que desde la Revolución mexicana había mantenido un dominio regional mediante el cacicazgo. Rubén Figueroa, un priísta y político muy audaz, buscó a Lucio Cabañas con la idea de comprar su consciencia o de sobornar y cooptar a algunos guerrilleros para acabar con la guerrilla. La dirección política del Partido de los Pobres, consciente de la intención del cacique, optó por secuestrarlo.
Esta acción desató una persecución sin precedentes en Guerrero y quizás en la historia de la segunda mitad del siglo XX en todo México. La estrategia contrainsurgente buscó desterritorializar a la guerrilla, quitarle su base social, pero también destruir la base productiva que le daba sustento, por eso los soldados atacaron a la población civil, provocando el abandono de las actividades agrícolas, robando los animales de corral, destruyendo sus huertas de café o copra y derribando sus casas. El Ejército sitió Atoyac y mantuvo un férreo control de las personas que iban y venían, incluso se les tomaba lista a los campesinos, se registraba su hora de entrada y salida al campo y si faltaban eran golpeados o encarcelados. Y mediante retenes en toda la Costa Grande y otros caminos estratégicos de Guerrero, controló el flujo de alimentos y de personas que transitaban hacia la sierra, para provocar una hambruna. Por otra parte, los soldados amedrentaron a las familias y los forzaron a abandonar sus hogares y migrar a la ciudad de Atoyac o a otras metrópolis del estado o del país.
El Ejército empezó a echar mano de comandos anti guerrilla y a hacer incursiones por tierra y aire, también le apostó a generar una red de delatores que mediante la tortura o la cooptación dieran información estratégica para exterminar a los guerrilleros. Como parte de una estrategia de contrainsurgencia el gobierno construyó o pavimentó los caminos que daban acceso a la sierra e hizo ramales para conectar por tierra a comunidades como El Salto Chiquito. Por otra parte inundó de espías que se disfrazaban de comerciantes, méndigos o de cualquier otro personaje. En síntesis, hubo un terrorismo de Estado.
“Cuando estaba fuerte la represión, pero fuerte, fuerte, !fuertísima! donde le tomaban fotos a las familias que vivían en una casa. Y si tú llevas maíz más de lo que podrías consumir, te lo tiraban al arroyo o al río, te los tiraban en los retenes militares. Donde si no cargabas tu identificación antes golpeaban y después averiguaban. Entonces este la represión era muy, muy difícil”, recuerda el exguerrillero Pedro Martínez.
Agrega que, en este contexto, los soldados llegaron al Salto Chiquito y la mayoría de hombres tuvieron que huir y protegerse en el campamento guerrillero que estaba cerca del cerro Cabeza de Perro. “Para esto el Ejército ya había entrado al Salto Chiquito, se había ocupado el pueblito. Todos los campesinos de ahí hombres se fueron con nosotros. […] En el Salto Chiquito la comunidad era pequeña y había una simpatía y participación absoluta ahí de todos, ahí no había traidores, no había enemigos, no había gente que delatara y siempre estaban al tanto por la gente del salto que estaba del otro lado, ellos pues siempre estaban atentos, cualquier cosa pues nos avisaban […] cuando llegamos todos se reunieron con nosotros, estuvimos platicando con ellos y ya después nos subimos allá arriba, hacia arriba del pueblito y ahí instalamos un campamento y normalmente íbamos a platicar con la gente o la gente iba al campamento”.
Por su parte, Erasmo Cabañas señala que los soldados usaron como cuartel algunas casas del Salto Chiquito y, como acostumbraron en otras latitudes de la sierra, se apropiaron de todas las pertenencias que quisieron, dejaron en ruinas toda la comunidad, con la intención de que los pobladores no volvieran más, obligándolos a concentrarse en otras localidades más grandes. Agrega que hubo una persecución muy férrea y, aunque trataron de huir del Salto Chiquito hacia otras comunidades para salvarse, los militares apresaron ilegalmente a su padre y dos de sus hermanos.
“Detuvieron a mi papá y un hermano en Corral Falso, municipio de Atoyac también. Que salieron a huir a ese lugar y ahí vivían escondidos en una casa y hubo un cateo en todo el pueblo y nos informó el comisario. Que los sacaron de sus casas, los amarraron y los tuvieron todo el día en el sol, en la cancha de básquetbol. Eso sucedió el 5 de octubre de 1974. Mi hermano Lucio también fue detenido, él tenía una peluquería en el centro de Atoyac ese era peluquero de oficio y ahí lo detuvieron y también. Pues no sabemos nada de él. Hasta la fecha, Heleno Cabañas Ocampo es de mi papá. Raúl Cabañas Tavares, mi hermano y mi otro hermano mayor, Lucio Cabañas Tavares, los 3 están desaparecidos, no sabemos nada de ellos y jamás nos informaron.”
En 1975, a pesar de que Lucio Cabañas había muerto en combate y de que la BCA estaba desarticulada, continuó la represión y el Ejército torturó y asesinó a Sóstenes Cabañas Tavarez. Erasmo Cabañas, también fue apresado, desaparecido temporalmente y cruelmente torturado, pues fue reprimido por haber sido base de apoyo de la guerrilla.
De acuerdo con el testimonio de varios pobladores y de algunos exguerrilleros originarios del Salto Chiquito, la estrategia contrainsurgente también consistió en que el Ejército cooptara mediante amenazas, torturas o a veces ofreciendo a los campesinos algún beneficio económico. Iduvina Cabañas, hija de uno de los jefes de familia del Salto Chiquito, de haber sido base de apoyo de la BCA se volvió delatora y fue quien dio los nombres de mucha gente de la comunidad. En recompensa el Ejército y el comisariado de Mexcaltepec, corrompido por el PRI, le dieron la titularidad de las tierras ejidales. De esta manera dicha geografía pasó a manos privadas. Una vez que esta persona falleció, los terrenos fueron vendidos a propietarios que son ajenos al municipio. Es bien sabido que hoy en día esta región está controlada por grupos del crimen organizado, cuestión que permite plantear que la contrainsurgencia y el Ejército Mexicano, en su intento por acabar con la actividad revolucionaria exacerbó el estado generalizado de impunidad que había en Guerrero, arrancó las tierras de sus verdaderos dueños y el resultado es que actualmente el territorio está en manos del crimen organizado, transitando de una geografía guerrillera a la del control totalitario del narco, una geografía que hoy está sumida en un estado de extrema violencia, la cual es heredera de la llamada “Guerra Sucia”.
Francisco Ávila Coronel*
Doctor Francisco Ávila Coronel, historiador adscrito al CEIICH-UNAM como becario posdoctoral. Realizó una investigación sobre El Salto Chiquito (Atoyac, Guerrero), comunidad desaparecida por el Ejército Mexicano en la década de 1970, y cuya historia permanece inédita: no fue registrada por el informe de la FEMOSPP ni por la Comisión de la Verdad.