Xóchitl no importa; Gurría, clave para restaurar del neoliberalismo

Carlos Ramírez

En el 2000, el gran debate sucesorio se dio alrededor del candidato de las botas y las frases dicharacheras, Vicente Fox, pero la clave estuvo en el gran pacto que permitió la victoria opositora: la centralización del poder de decisión en Francisco Gil Díaz como secretario de Hacienda foxista y en función de su papel de jefe de los entonces Chicago boys mexicanos neoliberales que tomaron el control del Estado con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

Francisco Labastida Ochoa fue escogido como candidato de Zedillo por cumplir los requisitos estatutarios, pero siempre se obtuvo la impresión de que no iba a ganar. El punto central de la elección presidencial del 2000 no fue la alternancia de figuras políticas, sino la continuidad del proyecto neoliberal salinista del Tratado de Comercio Libre, ante las dificultades de Guillermo Ortiz Martínez y sobre todo José Ángel Gurría Treviño para cumplir con el requisito de un cargo previo de elección popular.

Aunque López Obrador no es un antineoliberal sino un posneoliberal de perfil mixto –estatista por dominio del poder político, pero neoliberal por la falta de un proyecto real alternativo al neoliberalismo salinista–, el modelo del 2000 parece estarse reproduciendo: Xóchitl aparece como la figura mediática (botarga) que estaría realineando sólo a los sectores antilopezobradoristas de la sociedad no partidista, pero ya apareció el peine de la verdadera definición del proyecto político real del frente opositor: la designación de José Ángel Gurría Treviño como responsable de la redacción del plan alternativo de la derecha empresarial que en realidad es el alma de la alianza opositora, con la circunstancia agravante de que representaría los intereses político partidistas del PAN como formación-eje de la oposición, del PRI neoliberal salinista y su piel de zapa achicándose y sólo las siglas del PRD que viene del cardenismo y hoy llevado por Jesús Ortega Martínez a una participación activa e ideológica en el neoliberalismo conservador.

Gurría vendría con toda la representación estratégica nada menos que de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el club de los ricos al que Salinas de Gortari inscribió a México en 1994 para amarrar el salto neoconservador de su tratado comercial que subordinó –en términos de la doctrina Negroponte de seguridad nacional de la Casa Blanca– la política nacionalista mexicana a los intereses de expansión dominación productiva de Washington.

La OCDE que representa ahora Gurría como el responsable del plan de gobierno del Frente opositor como el poder hegemónico del neoliberalismo salinista vigente en proceso de reconstrucción puede ser considerada hoy como la institución que recogió los restos del Consenso de Washington de 1989 que el presidente Salinas de Gortari catapultó en México para cambiar, con el apoyo de Luis Donaldo Colosio Murrieta, la ideología nacionalista del PRI por el (neo)liberalismo social y que no fue otra cosa que un desencarnado neoliberalismo que liquidó al Estado de la Revolución Mexicana.

El candidato opositor –sea Xóchitl, la Beatriz Paredes neoliberal que se acomoda a cualquier perfil político o el representante empresarial Santiago Creel Miranda, que saltó a la política de su posición de director general (oh sorpresa) de la Coparmex– en realidad es irrelevante, porque la propuesta opositora que importa es el proyecto ideológico-económico que se presentará como alternativa a la 4T de López Obrador.

De ahí la importancia de tener claro que arquitecto ideológico de esa alternativa es Gurría Treviño, una de las piezas fundamentales del Zedillo salinista neoliberal que no pudo ser candidato en el 2000 para extender un tercer periodo neoliberal con el PRI, aunque se logró con el Chicago boy neoliberal Gil Díaz y con la centralización del poder de decisión en Hacienda: Fox fue, entonces, la botarga del neoliberalismo de la Escuela de Chicago de Friedman.

De ahí el dato mayor: Gurría está redactando el plan y será el secretario de Hacienda del candidato opositor, reproduciendo lo ocurrido en los gobiernos de Fox, Calderón y Peña en los que el poder real estuvo en los ministros de Hacienda como garantes del neoliberalismo.

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