¿Proyecto de nación?
Gabriel Reyes
La idea parece progresista, sin embargo, la noción se construye sobre bases polarizadoras, capaces de impulsar un modelo destructor del andamiaje institucional. México no es una entelequia, ni un espejismo, es una nación centenaria. Es producto de un largo proceso histórico que ha generado una idiosincrasia bien definida, no libre de defectos, pero sin duda, con grandes virtudes que nos han conducido por un sendero que nos llevó a ser un importante miembro de la comunidad internacional.
Las profundas raíces culturales de la nación mexicana llegan a civilizaciones que dejaron huella en la historia universal, y que fueron enriquecidas por quienes llegaron a nuestras costas en busca de nuevos horizontes. Difícil encuentro que, durante cientos de años, impuso el inaceptable sometimiento de quienes cayeron ante el peso de la tecnología de guerra proveniente del viejo continente. Pero el mestizaje, tarde o temprano, hizo emerger una identidad propia y distinta a los elementos que le dieron origen, forjando lo que somos.
Por ello, es obligado preguntarnos qué trata de decir quien nos habla de un proyecto de nación, como si ésta no existiera, o aspiráramos a dejar de ser la nación de la que estamos orgullosos. Hoy, se cuestiona con razón, la falta de veracidad en las afirmaciones que se hacen en cada conferencia matutina. Sin embargo, en ella, podemos advertir claramente que la narrativa está construida en no más de 10 conceptos críticos, así como en una veintena de frases que, a modo de mantra, ya se pueden escuchar en el muñeco que representa al residente de palacio.
Así es, cada vez que es cuestionado, acude a la narrativa construida sobre la idea maniquea que postula que en nuestra historia sólo hay buenos y malos, y en la que, esquizofrénicamente, militan juntos Villa y Madero, así como otros personajes que en la vida real no hubieran encontrado razón siquiera para convivir. A falta de una trayectoria exitosa como administrador público, se ha dedicado a denostar a quienes le antecedieron, sin caer en cuenta que ya cuenta en su haber los pecados que critica.
Ante la falta de una fuente identificable de ingresos, López Obrador encontró en las regalías explicación de su sustento. Al principio, se rehusó a darse de alta ante las autoridades fiscales, y ya no hablemos de expedir facturas, hasta que las editoriales se negaron a comercializar sus libros, si no cumplía con el básico requisito. A la fecha, se desconoce las cantidades que anualmente percibió por ese concepto, pero lo real es que sus libros, dicen las editoriales, se venden cada año como el mejor de los best sellers. Esto es, durante más de una década, los libros se vendieron a gran velocidad sin llegar a las vitrinas, ni a los anaqueles de las librerías, dejando sólo grandes cantidades entregadas en efectivo al prolífico literato.
Es sin duda asignatura pendiente, el hacer estudio de la obra, a efecto de saber si se trata de una sola pluma, o si es perceptible la concurrencia de “ayudantes” que han hecho posible que, cada año, exista una nueva obra que aborda, con elocuencia y asertividad, temas y asuntos que, al ser narrados de viva voz, carecen de la estructura, consistencia y amplitud lexicológica que se aprecia en la obra escrita, sí, por alguna extraña razón, el autor pierde las descritas facultades literarias al estar frente al micrófono. Lo real, es que la existencia de grandes tirajes nos invita a pensar que no ha faltado quien los compre completos, pagando todo en efectivo.
Pero más allá de la ingeniosa forma de explicar la única cercanía que tiene con la economía formal, es posible llegar a la conclusión que la obra literaria no constituye sino una arenga que perfila a sus adversarios como enemigos del pueblo, sin que haya ningún trazo, coherente, puntual y concreto, de un plan de gobierno, ya que se limita a expresar calificativos y a prometer que las arcas públicas serán repartidas como botín, a cambio de un incondicional apoyo electoral. Ahí no hay un proyecto de nación.
Son tres conceptos los que desconoce y confunde: estado, nación y gobierno. En su mente se trata de una trinidad que, como aros de fuego, se unen y separan sin dificultad alguna, formando un todo. Por ello ha pretendido construir, a últimas fechas, un discurso que propala la idea de que se ha combatido al crimen organizado. Dice que nuestro país ya no es un narcoestado.
Es claro que ignora que el estado se compone por una población, permanentemente asentada en un territorio, la que se da, así misma, un gobierno que aplica la ley, en aras a alcanzar el bienestar común. Así, la idea de un narcoestado parte de la idea de pensar que la población ha sido capturada por el narco o es parte de éste, así como que el ordenamiento jurídico y el fin común tienen que ver con el tráfico de sustancias prohibidas, lo cual, es absurdo. Ha querido decir, sin saberlo, que la idea que trata de transmitir es que, supuestamente, las estructuras de poder ya no son instrumento, parte o cómplice de los cárteles, esto es, que no hay un narcogobierno.
La nación mexicana es víctima del crimen organizado, y no parte de él. En tanto que, un gobierno que se ha decidido a no combatirlo, simplemente, es agente pasivo, y, por tanto, parte del problema. Lo que pone en el centro de la discusión si existe, o no, un narcogobierno.
Han pasado cinco años y no pudo exponer cuál era esa nación que proyectaba, ni tampoco, si su nacimiento supone la destrucción o desaparición de la anterior, pero es claro que, en lo que va del sexenio, ha destruido gran parte del andamiaje institucional construido en décadas, así como que ha esfumado las arcas públicas formadas por varias generaciones de mexicanos. Esto, a grado de anular la operación y funcionamiento de instituciones creadas por el constituyente.
De regresar a las aulas, el presidente podría enterarse que no somos, ni queremos ser parte de un delirio ideológico, somos una vigorosa nación plasmada en un instrumento vigente, la Constitución, sí, el instrumento fundacional de la nación mexicana, y que no hay cabida para febriles proyectos que pretenden pasar por encima de 200 años de historia.
Eliminar la intromisión del narco, o combatir la rampante corrupción, es parte de un plan de gobierno, no de un proyecto de nación.