Herencia invaluable para el avance de la izquierda y la democracia en México
Olga Pellicer
Son muchas las perspectivas para referirse al personaje que desempeñó un papel tan creativo en la vida política de México como Porfirio Muñoz Ledo.
Su presencia se hizo sentir en muchos frentes y su actuación dio lugar a numerosas polémicas. Pocos son indiferentes a sus acciones y opiniones; ninguno deja de reconocer sus grandes capacidades para analizar, como pocos lo han hecho, el devenir de la política nacional.
Fue mi amigo de toda la vida. Nos conocimos cuando acaba de ganar un concurso de oratoria. Él tenía 18 años; yo tres menos. Desde entonces nuestras vidas se cruzaron en multitud de ocasiones.
Yo llegué a París a realizar mi postgrado cuando él ya estaba ahí; se fue como profesor a una universidad al sur de Francia. Por azares del destino, el 2 de Octubre nos sorprendió mientras asistíamos a un acto organizado por los estudiantes de la Universidad de Quebec.
Discutimos largamente tratando de entender lo acontecido; como en otras ocasiones, nuestras opiniones no coincidían, pero se mantuvo el respeto mutuo por posiciones divergentes.
Más tarde estuvimos cerca cuando tomó forma la corriente democrática al interior del PRI, su evolución hacia el rompimiento con dicho partido, la creación del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas para presidente de la República. Porfirio, Ifigenia Martínez y Cuauhtémoc fueron los artífices principales de decisiones que marcaron para siempre el camino para la democracia mexicana.
El apoyo espontáneo, cuantioso y entusiasta que tuvo la candidatura de Cuauhtémoc hizo evidente hasta dónde la ciudadanía anhelaba ese nuevo camino. La “caída del sistema” en la Secretaría de Gobernación, que controlaba entonces las elecciones, no permitió que se confirmara la existencia del fraude y sus dimensiones.
Carlos Salinas de Gortari tomó la presidencia de la República, pero sea como fuere, las puertas hacia la democracia ya estaban abiertas.
Los problemas políticos tan serios que sacudieron a México el año de 1994, iniciado con el alzamiento zapatista y, poco después, el asesinato del candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio, presagiaban unas elecciones presidenciales enormemente conflictivas. Existía una franca crisis de credibilidad y desconfianza hacia los procedimientos electorales, dado los recuerdos que dejó la experiencia de 1988. Era imprescindible buscar un acuerdo entre las fuerzas políticas organizadas para abrir canales de entendimiento que proporcionaran normas electorales capaces de sostener elecciones genuinas y creíbles.
Tuvo lugar entonces un encuentro de líderes con sentido de responsabilidad y conocimientos, pertenecientes a diversas posiciones ideológicas, pero dispuestos a abrir el dialogo para modificar los procesos electorales pertenecientes a un régimen autoritario y anquilosado que requería de profundos cambios.
En ese contexto se iniciaron las negociaciones que tuvieron lugar bajo la conducción del secretario de Gobernación, en las que participaron lideres políticos de la talla del exrector de la UNAM Jorge Carpizo, el conocido intelectual dirigente del PAN Carlos Castillo Peraza, Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI (que luego sería asesinado), y por el PRD Porfirio Muños Ledo.
La influencia que tuvo Muñoz Ledo en esas negociaciones fue enorme. Por su gran lucidez, conocimiento de las disposiciones constitucionales que debían modificarse y enorme intuición política para entender el momento y sus posibilidades.
Un artículo reciente publicado en El Financiero por Ciro Murayama: “1994: el estadista Porfirio” (12/07/ 23) relata sus aportaciones sobresalientes a lo largo de negociaciones que se prolongaron hasta haber configurado todas las normas e instituciones que hoy conducen los procesos electorales en México.
En el nuevo contexto, las elecciones intermedias de 1997 dieron fin a la mayoría del PRI en el Congreso y otorgaron la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal a la izquierda, con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas. Recuerdo mi llamada a Porfirio para felicitarlo por el papel que había desempeñado en la creación del entramado que hacía posible un ambiente de pluralidad en México.
El sello de Porfirio en la evolución de la democracia y el avance de la izquierda en México alcanzó un punto culminante en 2018, cuando entregó la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador.
El primer presidente de izquierda en el siglo XXI en México, un luchador social de gran perseverancia cuyo eslogan más conocido penetraba en sectores sociales tradicionalmente marginados: “Por el bien de México, primero los pobres”.
Desafortunadamente, la historia no ha tomado los caminos que muchos esperábamos. Porfirio se distanció del gobierno de López Obrador desde hace más de dos años, expresando sus puntos de vista en múltiples entrevistas, declaraciones y artículos. Será necesario compilar, analizar, estudiar sus opiniones, lo que sin duda ayudará a entender el difícil momento que vive el país.
Los efectos devastadores de la pandemia; la desarticulación de los cuadros del gobierno de quien se espera más lealtad que eficiencia; el monopolio de la comunicación a través de “mañaneras”, cuya información es de gran pobreza y muy poca transparencia; el empeño de AMLO en polarizar, dividiendo a la sociedad en “el pueblo” y la oligarquía, incluyendo entre los últimos a todos aquellos que no respalden acríticamente sus decisiones, ha creado un ambiente político envenenado.
Así está llegando a su fin un sexenio polémico que deja sin resolver grandes problemas: la persistencia de la pobreza, la debilidad del papel del Estado para conducir la economía y el inquietante problema del crecimiento del crimen organizado y el narcotráfico.
La ausencia de la inteligencia y valentía de Porfirio Muñoz Ledo se resiente más que nunca. Una generación de líderes políticos de altura desaparece sin que aparezca la generación que los reemplace.