Ebrard a AMLO: te traigo finto…; opciones estratégicas estrechas
Carlos Ramírez
El resultado del método escogido por Morena para designar en los hechos a la candidata a la presidencia de la República fue el esperado: desde hace dos años, Claudia Sheinbaum Pardo venía encabezando el conteo de los votos de prácticamente todas las empresas demoscópicas con reconocimiento público y el resultado no podría ser otro que el que fue: una ventaja de 14 puntos porcentuales.
Lo que queda por aclarar son las razones de Marcelo Ebrard Casaubón para mantener la argumentación de que tenía en su poder encuestas que lo daban como ganador y con esa información decidió participar en las reglas establecidas por el presidente López Obrador para definir la candidatura presidencial de Morena y sus aliados.
En este sentido, al interior del partido en el poder se tiene la percepción de que Ebrard nunca tuvo posibilidades de ser candidato oficial a la presidencia, que la alianza de la derecha PRIANREDE tampoco lo consideró viable por representar al gobierno lopezobradorista y que la candidatura por Movimiento Ciudadano no le alcanzaría para ganar la presidencia.
Por lo tanto, hacia el interior de la correlación de fuerzas dominantes de Morena quedó la impresión de que Ebrard entró al proceso de selección de candidato con el objetivo de reventarlo desde dentro, de ensuciar la tendencia electoral de Sheinbaum como candidata preferida y de buscar negociaciones políticas con Adán Augusto López Hernández o Ricardo Monreal Avila, piezas de recambio del proyecto lopezobradorista. Esta percepción estaría mostrando a un Ebrard sin escenario estratégico, demasiado reactivo a sus propias pasiones y sin un contrapeso racional como el que tuvo siempre en Manuel Camacho Solís.
Las opciones estratégicas de Ebrard son menores y estrechas en sus tácticas de confrontación al método de selección de candidato y al resultado. La sucesión del 2024 no es una repetición automática de la de 1994, sobre todo porque la candidata Sheinbaum mantiene garantías de lealtad que Luis Donaldo Colosio no tuvo ante Salinas de Gortari, esos espacios que con mucha astucia aprovechó Camacho Solís para lograr un pacto con el sonorense en contra del presidente saliente.
Ebrard no pareció haber entendido una señal que fue enviada con mucha claridad desde Palacio Nacional: la designación del gobernador sonorense Alfonso Durazo Montaño como presidente del Consejo Nacional de Morena y pieza clave en los amarres políticos entre todos los factores de poder del partido, sobre todo por su papel funcional como cuña contra Ebrard, los dos enfrentados en 1993-1994 como principales operadores respectivos de Colosio y Camacho, y Durazo hoy como el más importante brazo operador político de Palacio Nacional.
En las horas clave del conteo de votos del método de encuestas de Morena, Ebrard prefirió la confrontación desestabilizadora, en lugar de la búsqueda de acuerdos y espacios dentro del bloque gobernante. De nueva cuenta, operaron con mayor fuerza los sentimientos sobre la razón, a pesar de algunos mensajes de aliados ahora fuera del grupo ebradista que le advirtieron a tiempo las puertas que se cerrarían si no actuaba con racionalidad estratégica.
La exigencia de Ebrard a Morena de reposición de todo el proceso de selección del candidato quemó los puentes de negociación política con el bloque lopezobradorista, cuando la estrategia política hubiera supuesto ese posicionamiento como carta de negociación interna y no como punto de advertencia que significó de manera muy clara la ruptura de Ebrard con el presidente López Obrador.
Ebrard siempre supo –o debió saberlo desde su experiencia de pensamiento estratégico– que nunca sería el candidato presidencial de López Obrador, y menos desde la experiencia de 1993 en que Salinas optó por Colosio y no por Camacho. Pero en lugar de construir una opción de autonomía relativa, decidió aceptar las reglas del juego impuestas por Palacio Nacional y por lo tanto no puede ahora denunciar que le robaron las elecciones, y menos con las evidencias de que a lo largo de dos años todas las encuestas perfilaron la precandidatura de Sheinbaum.
El tono de la ruptura inevitable o de su permanencia rejega no permitirá la entrega de ninguna posición de poder –el Senado o la Cámara de Diputados, por ejemplo, o alguna embajada– porque tendría que “someterse a esa señora” que tendría todo el poder en Palacio Nacional.
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